“Vivimos tiempos donde el fake, lo falso, se expande como una epidemia”, asegura, en estos tiempos inciertos del coronavirus, el poeta y ensayista Miguel Albero (Madrid, 1967). “No ha invadido solo el mundo de la información y la política (fake news) o de los objetos (marcas, productos, dinero, cuadros, materiales, etc.). También se extiende a las personas (impostores, falsos titulados, falsas personalidades en internet, etc.)”, abunda el escritor, que, debido a su profesión de diplomático, puede presumir de un conocimiento profundo del género humano.
En su último ensayo, Fake. La invasión de lo falso, el escritor elabora una aguda y brillante reflexión, planteada con humor y trufada de oportunas interpelaciones al lector, sobre este fenómeno sin precedentes en la historia humana. Porque, como reconoce, “lo falso es tan antiguo como el hombre y ha existido siempre en la naturaleza o en la mitología”, pero hasta la época actual siempre como algo marginal, como algo minoritario. Sin embargo, opina, “su actual invasión en todos los ámbitos se debe, en parte, al triunfo de la imagen y de las nuevas tecnologías, pero, sobre todo, a que si no nos gusta la realidad ahora nos inventamos otra en lugar de intentar cambiarla”.
Para sumergirse a fondo en el mundo de lo falso, Albero recrea un museo humorístico de la mentira, por el que transitan lugares, objetos y personajes de todo pelaje y condición: falsos rockefellers, muy falsos príncipes saudíes, falsa comida, falsos picassos, falsos doctores, falsos paisajes y hasta falsa literatura, pues ella misma, “hasta hace dos días el territorio natural de la ficción, se consagra ahora terca a la verdad y por eso se habla de la literatura del yo, porque para ficción hoy ya está la vida misma, y buscamos ansiosos la verdad en la literatura, donde, si no cuentas algo cierto ya a nadie le interesa”, apunta el escritor con un mucho de razón y un poco de mala baba.
Pero más allá de lo literario, ningún campo se libra del meticuloso escrutinio del autor: el de los impostores, el de la falsificación de moneda o la comercial, el más grave de la falsificación de la historia, o el más simpático de la falsificación artística, explorados “con la curiosidad de quien hurga en lo ajeno con el objetivo de descubrir sus mecanismos –si es posible, sus razones– y tratar de entender su proceder”. Proceder que es el que impera en un mundo situado, no en lugares remotos ni en los anaqueles de la historia, sino en nuestra cotidianidad más mañanera. Todo un diagnóstico filosófico de estos años donde hemos aprendido a dudar de la verdad y a creer en la mentira.