"Creo que utilicé muy bien el tiempo de mi vida. No tenía ninguna oportunidad cuando nací, pero violé mi destino", afirmaba el pasado junio Eduard Limónov, escritor y político ruso que ha fallecido en Moscú a los 77 años de edad por causas todavía desconocidas. "Hoy, 17 de marzo, ha muerto Eduard Limónov. Todos los detalles serán comunicados mañana", ha afirmado su partido político, Otra Rusia, en un comunicado colgado en su página web.
Delincuente juvenil, poeta vanguardista underground, recluso en un psiquiátrico, disidente soviético en Moscú, indigente en Nueva York, mayordomo de un millonario, escritor de éxito en París, miliciano serbio en la Guerra de los Balcanes, golpista ruso, detenido sin cargos, director de un periódico de corte fascista, líder del postsoviético Partido Nacional Bolchevique… La vida de Limónov, uno de los personajes más extravagantes, novelescos y escandalosos que han dado las letras rusas de las últimas décadas, justifica su llegada a la fama en Occidente convertido en personaje de uno de los más complejos juegos entre realidad y ficción del escritor francés Emmanuel Carrère, Limónov, Premio Renaudot 2011.
"Carrère generalizó y simplificó muchos aspectos de mi vida y los presentó más vulgares y sencillos. En este sentido me reconozco a veces, la mayoría no, pero es cierto que no soy el Limónov de la novela de Carrère", aseguraba el escritor. Y es que mucho antes de este libro, Limónov ya era considerablemente prestigioso en Rusia como escritor, pensador y político de extrema izquierda. Tras el fin de la URSS y después de años de exilio, el escritor fundó un partido que defendía la unión del bolchevismo y el nacionalismo, pues defendía que "la lucha política ya no se divide en izquierdas y derechas, sino entre el pueblo y las élites". "Carrère lo vio antes que nadie: Limónov ama la revolución porque es un romántico. Al igual que Céline, está equivocado políticamente, pero literariamente tiene razón", aseguraba,por su parte, el también escritor francés Frédéric Beigbeder.
Fue este activismo político el que en su día le llevó a la cárcel para enemigos del Estado de Lefórtovo, donde estuvo entre 2000 y 2003, acusado de terrorismo y tráfico de armas, y donde escribió varios libros, como el que presentó hace unos meses en España, sus memorias El libro de las aguas (Fulgencio Pimentel), para muchos el mejor trabajo del ruso. En él, Limónov utiliza el agua (mares, ríos, lagos, estanques, piscinas, fuentes…) como hilo conductor de un relato que mezcla pasajes poéticos con otros de viva y descarnada crudeza.
"No lo niego, Limónov es a veces un escritor excepcional, un hombre que sabe mirar, un loco que se enfanga y se llena de mierda para entender cuál es el mundo en el que vive. Con la piel más curtida que mil marineros y más tiros pegados que un escuadrón de la muerte, Limónov escribe la crónica de sí y, de paso, la crónica de la URSS y de su desaparición, la crónica de Asia y de Occidente desde la periferia, más allá de los vertederos de la historia", escribía la crítica Begoña Méndez en su reseña del libro publicada en El Cultural, que terminaba así: "Porque Limónov es desmesurado y por eso su literatura es agotadora, insultante, primitiva, obscena. Es mejor no molestarse, no caer en su provocación".
Y es que por encima de todo, del bohemio, del revolucionario, del político, en Limónov siempre ha estado el escritor que ha publicado en Rusia más de 50 volúmenes, incluso varios poemarios. "La poesía es simplemente un deseo, una necesidad personal. Es algo que me encanta, y aunque sea consciente y mantenga que es algo anacrónico, medieval, cultivarla me aporta un genuino y puro placer estético", explicaba el escritor.
Acostumbrado a novelar su vida, Limónov defendía esta manera de narrar como algo natural. "Como se ha venido demostrando en los últimos años, un gran número de lectores se ha cansado de la ficción, les encantan las biografías, las vidas ilustres de personajes históricos. Pero, ¿si es una vida real, por qué no narrar la de cualquiera?", se preguntaba el escritor. "En realidad, da igual si soy yo el protagonista, podría ser cualquier otro. Mi héroe es parecido al turista que se está sacando una foto con una pirámide egipcia al fondo, una persona, un hombre pequeño, con algo grande en el fondo, que es la época que me rodea. Para mí, mi figura siempre ha sido algo convencional, no hay nada de delirios de grandeza, ni de especial en mí", reiteraba, quizá como una última impostura, un escritor, desde luego, para nada convencional que deja un hueco de extravagancia en el panorama literario internacional.