Contaba Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano que hubo un tiempo en el que los viejos dioses habían muerto, los nuevos no habían llegado aún, y el hombre estuvo solo. Perplejos y asustados, los españoles en cuarentena han descubierto estos días que eso ya no es posible, que, hiperconectados a las redes, ya no estamos solos. Por eso, El Cultural ha invitado a catorce intelectuales y científicos (Rafael Argullol, Adela Cortina, Carlos García Gual, Victoria Camps, Ignacio Morgado, Manuel Barrios, María Blasco, Gregorio Luri, José Antonio Marina, Irene Vallejo, Juan Arnau, Manuel Martín-Loeches, Germán Cano y Álvaro Delgado Gal) a que adelanten estrategias y reflexiones para recuperar la serenidad.
"Una oportunidad para aprender"
Rafael Argullol. Ensayista y filósofo
Las pestes y las epidemias son algo a lo que la humanidad se ha enfrentado cíclicamente. Son físicas, pero siempre tiene algo de simbólico y espiritual. Estos días me gusta recordar que una de las cumbres de nuestra cultura, la tragedia griega, muchas veces transcurre en una situación de peste o epidemia, empezando por Edipo rey.
Si logramos canalizar la solidaridad espontánea que surge en estos momentos límite quizá mejoremos nuestra vida futura
Cuando vivimos una situación así hay tres actitudes sucesivas que hay que adoptar. La primera, que ha llegado un poco tarde, era confrontarse seriamente con el problema. Teniendo el espejo de Italia tan cerca creo que ha habido una gran imprevisión, no solamente política, sino por parte de la sociedad, que en esta época está suficientemente enterada de lo que sucede en el mundo. Dicho esto, una vez se asume una responsabilidad colectiva, social hay que pasar a un segundo punto dominado por la serenidad y la eficacia. Una especie de batalla silenciosa. Es una situación de guerra, aunque sea con un enemigo invisible, y en estos momentos aflora lo colectivo, muchas veces por decreto, pero otras también por la solidaridad humana. Son esas situaciones al límite en las que se manifiesta lo mejor y lo peor del ser humano. Y si se logra canalizar esa solidaridad espontánea a aprender de esta crisis, quizá mejoremos nuestra vida futura y nuestra relación con el planeta.
Porque el tercer punto pasa por entender que después de esto tenemos que salir mejores y no peores. Ver también la vertiente iniciática de algo que está sucediendo y en ese sentido intentar que nuestras vidas se depuren de toda una serie de cosas que parecen imprescindibles y en realidad son ornamentales y superfluas.
"La solidaridad no se improvisa"
Adela Cortina. Filósofa
El coronavirus ha lanzado un reto que no es sólo sanitario, sino también social y económico. El sanitario puede enfrentarse con las medidas que se están tomando, porque el miedo al contagio, a la enfermedad, a la muerte y a las multas puede generar una masa. Y sabemos que la masa es un conjunto de individuos atomizados, a los que une puntualmente un interés común, en este caso, sobrevivir. Por eso estos días se repite hasta la saciedad “debemos estar unidos”. Clara muestra de que no lo sentíamos así y de que hay que apelar a nuestro egoísmo, a nuestro afán de supervivencia, para que colaboremos en la derrota del virus. Y se logrará, aunque muchos quedarán por el camino.
Superar con altura humana el desafío va a requerir algo más que una ciudadanía egoísta y temerosa
Pero superar con altura humana el desafío que supone la pérdida de puestos de trabajo, el incremento de la precariedad, las pérdidas económicas que afectarán a las clases medias y bajas, eso va a requerir mucho más que una ciudadanía egoísta y temerosa, y mucho más que unos políticos preocupados sólo por su bien particular, que ahora quieren dar lecciones de solidaridad, cuando carecen de autoridad moral. Hacer frente al reto social precisa un auténtico pueblo, un conjunto de ciudadanos que se saben vinculados a pesar de sus discrepancias y que comparten un proyecto común. La solidaridad y la justicia no se improvisan, se cultivan día a día.
"Respuesta social y defensa anímica"
Carlos García Gual. Ensayista y profesor
Frente a una crisis así, que nos afecta a todos –y en ese sentido “pandemia” es un término muy claro–, es evidente que hemos de colaborar en la respuesta colectiva, social, unánime, de obediencia a las normas dictadas por el gobierno. Y, por otra parte, en cuanto a lo que nos afecta en nuestra vida singular, personal y afectiva, hemos de reforzar una defensa anímica, evitando el desánimo. Una y otra respuesta están imbricadas.
No perder la serenidad es la mejor defensa contra este agobiante descalabro
Y sin duda no perder la serenidad, no angustiarse demasiado, es la mejor defensa contra el agobiante descalabro, acaso de larga duración. Quedar encerrados, recelosos del contagio, no es un castigo muy espantoso para los aficionados a los libros; muchos más, aliviarán su forzado ocio con medios informáticos y audiovisuales. Aunque la magnitud desbordada de la epidemia, como una catástrofe natural, una avalancha infecciosa que parece desbordar los recursos médicos, sabemos que pasará. Nos quedará la admiración por la titánica labor de los profesionales de la medicina.
La lección más clara es que, a pesar de todos nuestros logros, de pronto surge una catástrofe, una epidemia cósmica, y nos revela la fragilidad de una vida que creíamos segura. En realidad, acabamos comprendiendo con dramas sanitarios como los actuales que somos efímeros y siempre puede abrirse una puerta insospechada del abismo.
"Fágiles, no autosuficientes"
Victoria Camps. Ensayista y filósofa
Es evidente que no estábamos preparados para lo que se nos ha venido encima. Pero la reacción es responsable y buena. Por miedo al contagio y a que se colapse el sistema sanitario, las medidas impuestas se siguen con bastante disciplina, algo insólito en nuestros pagos. Sin tener el sentido comunitario que tienen los países orientales, que explica el comportamiento de los chinos y de los coreanos del sur, aquí ha quedado aparcado el individualismo. Nadie en sus cabales duda que los límites a la libertad individual, en esta situación, son racionales y razonables. Las cifras alarmantes no invitan a rechazar las medidas ni a considerarlas exageradas. Somos altruistas, con el atruismo interesado de quien protege a los demás porque es la manera de protegerse uno mismo.
Coordinarse y colaborar es la única forma de atacar de manera decidida un problema común
¿Lecciones positivas de lo que está pasando? De entrada, una buena dosis de humildad. De un día para otro, todo ha quedado subordinado a la presencia de un temible virus. Somos frágiles y vulnerables, no autosuficientes. Otra lección: Coordinarse y colaborar es la única forma de atacar de una forma decidida un problema común. Como defensora del federalismo, pienso que el modo en que se está actuando refleja lo que un estado de verdad federal debería lograr para abordar los problemas que nos conciernen a todos. La llamada a la unidad y a la responsabilidad compartida es el germen de la cultural federal. En tercer lugar, el tan reclamado civismo, nunca del todo visible en la experiencia cotidiana, tiene ahora una manifestación evidente. Quedarse en casa es actuar con sentido de ciudadanía. ¡Y quizá aprendamos de paso a vivir con menos prisas y agobios!
Es imprescindible mantener la serenidad a lo largo de todo este período y aceptar que no será corto. Para conseguirlo conviene descartar de entrada consideraciones inútiles como los reproches por no haberse anticipado a lo que había que hacer de todos modos. Conviene asimismo saber adaptarse a lo que vaya ocurriendo y confiar en lo que dicen los científicos y el personal sanitario, pese a la incertidumbre que es un elemento inevitable de esta situación. Los grupos antivacunas lo tendrán difícil para seguir haciendo proselitismo. ¡Qué daríamos ahora por tener la vacuna adecuada para esta coronavirus!
"El problema de la incertidumbre"
Ignacio Morgado. Psicobiólogo
La mente humana soporta mal la incertidumbre. Numerosas áreas del cerebro se activan suscitando miedo cuando no sabemos lo que va a pasar. Es una reacción natural, abocada a la protección, pero, cuando es muy intensa el estado emocional dificulta que hagamos lo correcto. El mejor antídoto para no perder la serenidad es la información veraz. Nuestra mente prefiere conocer lo seguro, aunque no sea lo mejor, que vivir en la incertidumbre.
Ante el peligro inmediato, el cerebro racional tiende a desconectarse del cerebro emocional
Nuestra sociedad está preparada para este desafío, pues tenemos los medios necesarios, pero han de ser utilizados mediante directrices racionales de autoridades que guíen adecuadamente el comportamiento colectivo.
Ante el peligro inmediato el cerebro racional tiende a desconectarse del cerebro emocional y entonces quien guía nuestro comportamiento son el instinto y la emoción. Ante el peligro, tenemos que darnos tiempo para pensar, evitando que esa desconexión ocurra y nos volvamos individualistas y egoístas. No tenemos la mentalidad colectiva deseable, más bien tendemos a establecer mini-colectivos cerrados en los que protegernos. No vale el sálvese quien pueda. Nunca debemos confiar en estar suficientemente protegidos ante catástrofes colectivas. Es necesario que las autoridades, además de responder a lo inmediato, establezcan recursos preventivos para futuras amenazas.
“La calma vendrá del compromiso”
Manuel Barrios. Filósofo y profesor
Apenas celebrábamos aquella primera circunnavegación que simbolizó los inicios de la globalización hace quinientos años, cuando ha entrado en nuestras vidas un virus que recorre el mundo a velocidad de vértigo, quiebra rutinas y dibuja un escenario extraño, donde de pronto nos miramos como potenciales patógenos antes que como partícipes de un problema común. La sociedad del riesgo avistada por Beck está aquí en toda su crudeza y no se hace fácil pensar que la narcisista cultura del selfie nos permita aumentar la empatía.
Es tiempo de madurar como sociedad y apurar el aprendizaje de la solidaridad
Pero esto es sólo parte de la ecuación: una sociedad compleja y múltiple es más que este primer resorte instintivo de supervivencia y miedo a lo desconocido. El gesto egoísta o la sobreactuación compulsiva no son lo único que surge de la experiencia de nuestra honda vulnerabilidad. Es tiempo de madurar como sociedad y apurar el aprendizaje de la solidaridad ante lo adverso que también anida en nosotros. La calma ha de venir de la asunción de la propia responsabilidad, del compromiso con la realidad y de la respuesta proporcionada e inteligente a sus desafíos.
Llegarán buenas noticias: vacunas y mejores modos de controlar epidemias; volveremos a aprender que, en nuestra vida líquida, de flujos, los contactos buenos y malos viajan juntos, aunque no siempre a la misma velocidad.
"Se ha visto venir y no se ha reaccionado a tiempo"
María Blasco. Bióloga y directora del CNIO
La única manera en que podemos reaccionar ante la crisis del Covid-19 es asumir que las medidas que tenían que habernos protegido no se han calculado bien y que ahora, entre todos, hemos de ayudar a frenar la propagación del virus siendo muy estrictos con las medidas de aislamiento social y prevención de infección. Cuanto más conscientes seamos de la importancia de estas medidas y de aplicarlas en nuestro entorno de manera estricta antes acabaremos con esta situación y podremos recuperar la normalidad y la libertad. Creo que somos capaces de hacerlo. Países como Corea del Sur o Japón han sido ejemplares y lo han hecho.
Cuanto más conscientes seamos de la importancia de estas medidas antes podremos recuperar la normalidad y la libertad
Creo que lo mas importante que debemos de aprender de esta crisis es que tiene que haber una mayor colaboración y coordinación a nivel mundial en el control de pandemias para evitar que esto vuelva a suceder. Esta pandemia se ha "visto venir" y no se ha reaccionado a tiempo por la falta de una coordinación ejecutiva a nivel internacional, especialmente, implicando a lo países de origen de la pandemia para evitar la expansión y para adoptar medidas coordinadas de prevención.
"El futuro de la arrogancia"
Gregorio Luri. Ensayista y profesor
Hasta el 8 de marzo todo era política: la ley, la caricia, el género… Ahora nos recluyen porque todo lo que la política puede ofrecernos para calmar nuestra inquietud ante la naturaleza, es la promesa terapéutica de dos límites: la frontera nacional y la casa familiar. ¿Quién nos iba a decir que íbamos a encontrar refugio contra la naturaleza en la patria y en la familia? La ciencia, claro, no sabe ofrecernos nada de esto.
Estamos perplejos porque antes fuimos arrogantes en la demagogia y en la negligencia
El Estado, repetíamos, era una entidad prepotente predispuesta a transformar cualquier emergencia en estado de excepción. Pero ahora el propio Estado anda asustado por la soberbia de un virus minúsculo, que es el auténtico soberano, porque no discrimina. Estamos perplejos porque antes fuimos arrogantes en la demagogia y en la negligencia y del desdén al miedo hay un paso. En el rico e hiperideologizado Occidente, habíamos olvidado la naturaleza, un recuerdo que sólo se podían permitir los países pobres. ¿Aprenderemos algo de todo esto? Lo mismo que en la pasada crisis económica: que la memoria es la gran prófuga de la política, pero quien no sepa soportar la frustración, no sabe nada de política.
Yo me reafirmo en convicciones que ya tenía: que cuando las grandes instituciones se tambalean, la familia sigue ahí ofreciendo una solidaridad inagotable; que las naciones son instituciones morales y los virus no; que los Salvini se alimentan ideológicamente de lo que los Trudeau no saben gestionar.
"Rumiar los miedos a solas los alimenta"
José Antonio Marina. Ensayista y educador
En el caso de una debacle sanitaria y humana como la presente, la serenidad consiste en tener el “miedo adecuado”, cosa difícil porque es expansivo y contagioso. Tan peligroso es el miedo excesivo como la temeridad. Durante años he estudiado las estrategias del miedo, que pueden ser brutales o sutiles. El miedo es protector si se mantiene en sus límites, de lo contrario se alimenta a sí mismo y debilita la capacidad de respuesta.
Debemos demostrar que las democracias liberales pueden ser tan eficaces ante el coronavirus como la autoritaria china
Por eso, la única manera de limitar sus estragos es evaluar justamente la amenaza, mediante una buena información, y activar los recursos propios para enfrentarse a él. La acción es buena y la pasividad mala. Rumiar los miedos a solas siempre los alimenta. Por ello, un buen recurso es intentar ayudar a otra persona a que se tranquilice. Al verbalizar los argumentos, estamos también tranquilizándonos a nosotros mismos.
Somos individualistas que, simultáneamente, confían por pereza en el Estado. Creemos que la democracia es un sistema cómodo que nos resuelve todos los problemas, cuando en realidad exige mucho al ciudadano. La crisis nos plantea un difícil reto: debemos demostrar que las democracias liberales pueden ser tan eficaces como la autoritaria China. Además, debería hacernos más conscientes de nuestra inesperada vulnerabilidad y de la imposibilidad de aislarse en un mundo global, porque los problemas no respetan fronteras.
"El espejismo del olvido"
Irene Vallejo. Filóloga y ensayista
La serenidad es un estado filosófico, nace de nuestra forma de mirar el mundo y entender el peligro, el miedo y la esperanza. Si volvemos la mirada al pasado, descubrimos que las enfermedades infecciosas han sido una de las más poderosas causas de mortalidad. Desde la Ilíada y la Biblia, hasta el Decamerón, Romeo y Julieta o Drácula, los libros nos recuerdan que las epidemias irrumpían en las vidas de nuestros antepasados con fuerza devastadora. Hace solo un siglo, la llamada “gripe española”, acabó con la vida de entre cincuenta y cien millones de personas entre 1918 y 1922, superando con creces la masacre de la Primera Guerra Mundial.
Quizá comprobemos que en este mundo líquido ser solidarios nos devuelve la solidez
En las conversaciones de sobremesa de los domingos familiares, escuché contar a mi abuelo que en su pueblo la gripe española mató a todas las mujeres embarazadas, salvo a su madre. Aquella epidemia pudo habernos borrado del mundo, a él y a nosotros, sus descendientes todavía por nacer. La historia me parece, en general, poco apta para nostálgicos. Nunca habíamos estado tan preparados como ahora para hacer frente a una pandemia. Por los avances científicos, por la higiene, por la sanidad pública que, pese a las secuelas de la crisis, es la mejor que jamás hayamos conocido, por la organización social y porque en los medios encontramos información fiable. La epidemia nos recuerda que somos frágiles, sí, pero olvidarlo era un espejismo. Quizá comprobemos que, en este mundo líquido, ser solidarios, como enseña la etimología, nos devuelve solidez.
"El destino del mundo será aquel que imaginemos"
Juan Arnau. Filósofo y ensayista
En parte se podría pensar que nuestra sociedad no está preparada para un desafío de esta magnitud porque nuestra generación no ha vivido una guerra ni una situación extrema de crisis, pero el ser humano está preparado para adaptarse a todo. La serenidad es esencial. El miedo puede generar más muertes que la propia enfermedad. Dejemos de imaginar tenebrosos escenarios. Perder la serenidad es contribuir al lado oscuro de la enfermedad.
El modo de vida global que impone el turbocapitalismo es insostenible. Quizá esta emergencia nos ayude a replantear la situación
El destino del mundo dependerá de cómo seamos capaces de imaginarlo. Nuestra imaginación, ese “firmamento interior” del que hablaba Paracelso, tiene el poder de sanar, pero también de matar. El cuerpo puede ser frágil, pero la fuerza del espíritu es inmensa. La gente que está trabajando en los hospitales nos lo demuestra cada día. En estos momentos es decisivo tener a raya a la propia mente, controlar las “enfermedades de la imaginación”, un concepto del alquimista que anticipa varios siglos la neurosis freudiana.
Y en cuanto al futuro, debemos entender la crisis como una oportunidad. Un psicólogo italiano ha hablado de reajuste, de que el planeta tiene su propia manera de devolver las cosas al equilibro. La lógica de la aceleración queda cancelada y hay que inventar nuevos modos de usar el tiempo. El turismo de masas se ha detenido, el teletrabajo es viable en muchos casos, también compartir las tareas de la casa, incluidos los niños. El modelo debe cambiar y quizá esta crisis ayude a verlo. El modo de vida global que impone el turbocapitalismo es insostenible. Lo sabemos, pero cerramos los ojos. Quizá esta emergencia global nos ayude a replantear la situación. El cómplice del desastre es nuestro propio modus vivendi, la locura a gran escala de un único modo de vida para todos que imponen las grandes corporaciones y la lógica del capital.
"Descendemos de supervivientes"
Manuel Martín-Loeches. Neurocientífico
Estamos, sin duda, en una situación de estrés, y para afrontarlo existen varias estrategias. Entre ellas está el entretenimiento mental: leer, ver películas, hablar por teléfono o usar las redes sociales. También es muy útil cultivar la parte física, por lo que hacer ejercicios en casa mejorará no sólo nuestro organismo, sino también nuestra capacidad mental. A priori, nuestra sociedad no está preparada para un desafío de esta magnitud. Europa lleva muchas décadas en una especie de calma segura que, de algún modo, nos ha acostumbrado a un mínimo de bienestar, seguridad y libertad. Pero el ser humano ha afrontado cientos de calamidades y catástrofes a lo largo de su historia y ha sido capaz de superarlas; descendemos de supervivientes.
Nuestra mentalidad de colectivo despertará y podremos sacar muchísimas lecciones
La sociedad europea es individualista, algo que fue potenciado desde los primeros tiempos del cristianismo y que fomentó, entre otras cosas, nuestro carácter democrático. Pero, pese a esta tendencia, no dejamos de ser seres humanos, una especie con un enorme carácter social. Un carácter que suele fomentarse y potenciarse de manera sorprendente en situaciones de catástrofes y desastres. Por eso, aunque nuestra mentalidad de colectivo parecía estar adormilada no tardará en despertar. Con la situación que vivimos podremos sacar muchísimas lecciones. Entre otras, que somos vulnerables y dependientes de lo que ocurre en el planeta. Igualmente, que con la cooperación –también a nivel mundial– podremos con todo.
"Cuanto peor, peor hasta para aprender"
Germán Cano. Filósofo y profesor
¿Podemos extraer "lecciones" de procesos de aprendizaje colectivos en un contexto histórico como el nuestro marcado por la corrosión del tejido institucional de lo público y la privatización laboral y cultural de los lazos comunitarios? Estos días estamos aprendiendo la honda interdependencia y los frágiles vínculos que nos unen a nuestros compatriotas y al sistema-mundo. Sin embargo, la pregunta es si todo este conjunto de experiencias de confinamiento, vulnerabilidad o de orfandad ante el Estado, muy distintas entre sí y de distinta gravedad, ciertamente, pueden compararse a las experiencias de aprendizaje colectivo que tuvieron lugar en el siglo pasado con motivo de conflictos bélicos dramáticos.
¿Quién puede aprender algo cuando sus condiciones materiales de existencia van a quedar considerablemente reducidas?
Ojalá podamos hablar hoy, por ejemplo, como se habló en la posguerra europea del "espíritu del 45", de un "espíritu del 20" para designar el primer proceso de aprendizaje colectivo de reconstrucción social tras los dos sucesos bélicos mundiales. Sin embargo, el descrédito del modelo económico keynesiano desde los sesenta y el contraataque neoliberal que ha dominado económica e ideológicamente con puño de hierro nuestras sociedades desde entonces no permiten un fácil optimismo. Dicho esto, creo, no obstante, que es obsceno limitarnos a dar respuesta teórica a la pregunta del sentido de esta crisis cómodamente instalados en el confinamiento de nuestros despachos de trabajo apelando a cierto romanticismo de la experiencia del aislamiento o de la tragedia humana en curso, sobre todo para los más vulnerables. ¿Quién puede aprender algo cuando sus condiciones materiales de existencia han quedado considerablemente reducidas en parte por políticas austericidas de la sanidad pública? Cuanto peor, peor, hasta para aprender algo de cara al futuro.
"El individualismo inteligente no basta"
Álvaro Delgado Gal. Científico y filósofo
Serenidad, solidaridad e interés inteligente hacia uno mismo van juntos muchas veces. Desde luego, en crisis como estas. Tomo como ejemplo el caso chusco del papel higiénico. Cuando se corre desalados para llevarse todo el que está a la vista, ocurren tres cosas. Uno, que el comprador histérico genera aglomeraciones, peligrosas para él y para los demás. Dos, que deja sin papel higiénico a los otros. Tres, que contribuye a que otros lo imiten y sea él quien no encuentre papel en unas semanas.
Quien haya leído a Tucídides sabe los extremos de inhumanidad a que condujo la peste en el pasado
La respuesta de la sociedad dependerá de lo bien que funcionen los servicios de abastecimiento y de sanidad. Quien haya leído a Tucídides, a Boccaccio, a Manzoni, sabe los extremos de inhumanidad a que condujo la peste en el pasado. Pero somos sociedades muchos más desarrolladas, en un doble sentido: más conocimiento de la naturaleza, y más medios materiales. El individualista inteligente sabe contenerse en beneficio de los demás.
Sí, somos individualistas, pero, para emergencias como estas, somos también más inteligentes que nuestros antepasados. Pero admito que el individualismo inteligente no es suficiente. También se necesitan ciertas dosis de altruismo. No creo que el Homo sapiens sapiens lo haya perdido más allá de lo irreparable. El avance tecnológico, la mejor organización social, etc., nos hacen olvidar que el poder del azar es gigantesco. Debemos acostumbrarnos a esto, como a la muerte o al fracaso amoroso.