“A comienzos del siglo XVII surgió en Occidente un nuevo modo de conocer y comprender el mundo circundante y a nosotros mismos que llegó a dominar prácticamente todos los campos de la actividad humana”. De este modo se maravilla el ensayista y pensador Gary Lachman (Nueva Jersey, 1955), en su día bajista y fundador del grupo de rock alternativo Blondie, del imparable avance de lo que comúnmente conocemos como “Ciencia”.
Y es que sólo cuatro siglos ha necesitado el racionalismo empírico, el objetivismo científico iniciado por los pensadores griegos –los primeros “destructores de lo mitológico”– y resucitado por sucesores como Descartes, Locke o Hume para “convertirse en la vara de medir con la que calibramos conceptos tan complejos y esenciales como verdad y realidad”, explica el autor en este documentado y heterodoxo ensayo, en la línea de otros libros suyos como Una historia secreta de la consciencia, incluido también, elocuentemente, por Atalanta en su colección Imaginatio vera.
A través de un recorrido secular por autores e ideas, desde Tales y Pitágoras hasta Karl Jaspers y Owen Barfield, Lachman recuerda en estas páginas que, si bien el ser humano adquirió una tecnología y unas comodidades que jamás hubiera podido imaginar en el pasado al entregarse plenamente a la ciencia, pagó un alto precio por plegarse a una realidad exclusivamente material y alejarse de lo mítico y espiritual, de la interioridad, del alma. “La libertad de pensamiento que se alcanzó al relegar el dogma y la fe, tuvo dos consecuencias: liberó la mente, pero también la dejó a la deriva”.
Contra el vacío existencial de la modernidad materialista, Lachman propone recuperar el verdadero potencial de la imaginación como conocimiento
Contra esa deriva, ese vacío existencial tan propio de toda la modernidad y tan angustiante en nuestra época, propone el escritor recuperar el verdadero potencial de la imaginación como conocimiento. La imaginación no reducida al peyorativo concepto actual de “fantasía”, sino entendida como la capacidad creativa, inherente a la mente humana, de otorgar a las imágenes un contenido metafórico, o simbólico, cuyo amplio campo de significados expresa la interioridad de las cosas externas. Es decir, un medio para compensar esta parcial unilateralidad de la visión científica y para recuperar el linaje espiritual del lenguaje mítico, el pensamiento metafísico y la experiencia visionaria.
Y en ello no está sólo, sino que recluta a todo un linaje de autores. Una genealogía que ha quedado fuera de la historia oficial del pensamiento pero que cultivaron muchos de sus más ilustres representantes, como Platón, Pascal, Goethe, Blake, Yeats, William James, Bergson, Nietzsche... Poetas y pensadores que advirtieron que “un mundo sin la convivencia de lo racional y lo mítico, de lo material y espiritual, no sería un mundo humano”.