Las máquinas van a ser capaces de conducir un coche, proporcionar consejos médicos, o, quizá, de tomar decisiones políticas en entornos altamente complejos. Las definiciones más al uso describen la Inteligencia Artificial como un agente flexible que percibe su entorno y lleva a cabo acciones que maximizan sus posibilidades de éxito en algún objetivo o tarea. Una revolución que sólo acaba de empezar.
Este libro, titulado El trabajo en la era de los datos, es el duodécimo de la serie anual que publica OpenMind, una comunidad online creada por BBVA en 2011. Cuenta con un grupo amplio y variado de más de trescientos autores y colaboradores, todos ellos académicos y divulgadores de primera línea. Se trata de una iniciativa sin ánimo de lucro con el propósito de difundir el mejor conocimiento sobre cuestiones candentes que afectan la vida de todos y determinan nuestro futuro. Efectivamente, la IA abre amplios interrogantes que plantean dilemas en distintos campos que van desde la privacidad, a la seguridad, o al empleo. Para este ensayo han contado con diecinueve especialistas internacionales que elaboran “una revisión de los efectos de la revolución digital sobre el crecimiento, la distribución de la renta, la productividad y la inversión, con implicaciones relevantes sobre el mercado de trabajo”.
Nuestras capacidades cognitivas no han avanzado en la misma medida que la tecnología. Quizá la mejor representación de la relación entre los seres humanos y las máquinas siga siendo, como se recuerda en estas páginas, el robot HAL 9000 concebido por Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick. ¿Qué tipos de “inteligencia” se espera que desarrollen las tecnologías? Esta nueva edición se ocupa principalmente del empleo y del trabajo, los grandes desafíos de nuestra época. Apple, en 2017, era la mayor empresa de Estados Unidos, con una capitalización de mercado cuarenta veces superior a la de la empresa más grande de ese mismo país en 1962, AT&T. Pero su plantilla apenas alcanza una quinta parte. Desde 1820, nuestras economías han pasado por varias revoluciones tecnológicas que derivaron en la automatización de tareas antes desempeñadas por trabajadores.
Este ensayo demuestra que nuestras capacidades cognitivas no han avanzado en la misma medida que la tecnología
Como recuerda el introductor del libro, Carlos Torres Vila, presidente del BBVA: “la primera fue la revolución del motor a vapor del siglo XVIII, seguida de la revolución del motor de combustión a principios del XX y, más tarde, de las revoluciones de los semiconductores y de las tecnologías de la información de las décadas de 1970 y 1980”. Pero hemos dado un salto cualitativo y cuantitativo, y las paradojas aparecen. La IA es beneficiosa para el crecimiento puesto que estimula la productividad, pero puede ser perjudicial para el empleo al reemplazar la mano de obra humana por máquinas.
Esto abre distintos frentes y, en El trabajo en la era de los datos, se analizan los cambios fundamentales en la propia estructura del mercado de trabajo. ¿Cuáles deberían ser los efectos de la IA en el crecimiento y el empleo? De entrada, se nos ocurre que la aparición de nuevas oportunidades. Un tercio de los trabajos surgidos en EEUU en los últimos veinticinco años, como programadores de computación y campos asociados con las técnicas médicas, son nuevos. Pero podría argüirse que la transformación tecnológica y social ha sido tan profunda que ha socavado los elementos básicos de nuestro “contrato social”. La precariedad laboral y la incertidumbre también son efectos colaterales de la IA.
Uno de ellos, la “polarización” en el crecimiento del empleo, que se refiere a su aumento en los segmentos superiores e inferiores del mercado, en detrimento de los medios, lo que tiene incidencia en el aumento de la desigualdad. Otro es la explosión reciente de formas de trabajo alternativas, que se denominan en sentido amplio como “Gig Economy”, o “economía de los pequeños encargos”. Implica acuerdos laborales que están más cerca de los “bolos” que de las formas más tradicionales en las cuales “el empleo se parece cada vez más a un bolo musical, sin garantías de continuidad y en el que los trabajadores son libres de elegir adónde ir después”.
En cierto modo, dice Ellen Ruppel Shell, profesora de Periodismo en la Universidad de Boston, y una de las autoras de este libro, “estamos regresando a la época de los comerciantes, agricultores y artesanos independientes y vamos hacia una economía en la que nuestra identidad laboral depende menos de una organización particular y más de nuestra relación personal con el trabajo en sí”. Y advierte de que el abuso del modelo de autónomo exacerba muchas de las consecuencias negativas de esta revolución.
Esperemos que los macrodatos nos ayuden a conseguir un crecimiento de la economía y el bienestar que pueda compartir la Humanidad
No podemos analizar este fenómeno sin referirnos a los dilemas de la privacidad y de la libertad. Hoy, el Big Data juzga incluso estados de ánimo y emociones. Lo más fascinante del capitalismo que conocemos se encuentra en la gran disposición de datos que los usuarios proporcionan de forma gratuita, a menudo sin saberlo, a las corporaciones digitales. Apenas han transcurrido unos años desde que sabemos que los rasgos más íntimos de nuestra personalidad son deducibles de los inadvertidos rastros que dejamos en el mundo digital. Esos ingenuos “me gusta” que regalamos a Facebook sin pensar, pueden predecir nuestra orientación sexual, raza, religiosidad, opiniones políticas, rasgos de personalidad, inteligencia, felicidad, abuso de substancias, estado civil o edad.
Por esto me ha parecido interesante detenernos en el artículo del doctor Kai-Fu Lee, presidente de Sinovation Ventures y de su Instituto de Inteligencia Artificial, que analiza la ventaja competitiva de China en IA. En unos días donde sufrimos los efectos de una de las peores y más extendidas pandemias experimentadas por la Humanidad (matizada, eso sí, de forma espectacular por el real y potencial empleo de la tecnología), el ejemplo de China me parece de comentario obligado. Por la propia magnitud de su población, que alcanza casi los 1.400 millones de personas, y la extensión de la tecnología móvil en su vida cotidiana, China cuenta con una ventaja esencial para el desarrollo de la IA: la calidad de sus datos. Como dice su autor “los teléfonos móviles ocupan realmente el epicentro de la vida cotidiana china –desde la petición de comida a la donación a entidades sin ánimo de lucro, pasando por los pagos por servicios–; chinos de todas las edades recurren al pago vía móvil en gran parte de sus transacciones”. La gran cantidad de datos que se generan de esa manera ofrece a comerciantes y plataformas (y, como no, al gobierno) unos recursos de magnitud impensable hasta hace poco.
Este es un libro que nos impele a analizar y debatir sobre un mercado de trabajo que no deje a nadie atrás a la vez que sea eficiente y productivo. Estamos ante un nuevo mundo en el que la inteligencia de datos tendrá la capacidad de reemplazar las corazonadas, las ocurrencias, las ideas preconcebidas y las correlaciones torpes por decisiones que de verdad funcionen. Esperemos que los macrodatos nos ayuden a detectar la aparición y extensión de las epidemias, así como a conseguir un crecimiento de la economía y el bienestar que pueda compartir la Humanidad.