Pocas veces una novela consigue con tanta verdad literaria como Todo arde esa exploración de los límites del dolor y la tragedia que denominamos descenso a los infiernos. Para ello Nuria Barrios (Madrid, 1962) dispone una trama argumental sencilla y clara. Cuenta la relación agónica entre dos hermanos, la joven Lena y el adolescente Lolo. El chico quiere redimirla de su vida suicida y a este fin la acompaña al poblado narco que le sirve de cobijo nocturno. Las pocas horas de la acción externa muestran la degradación infrahumana del lugar.
La noche iniciática se llena de muy dramático contenido que acumula los horrores imaginables de un brutal documento tremendista. Variadas violencias, muerte, zombis andantes, seres desesperados… Desfilan los clientes que acuden a los fumaderos con extrema desesperación. También se retrata a los habituales del asentamiento chabolista en el que ni siquiera la policía se atreve a entrar: los Culata y los Tiznaos, clanes gitanos enfrentados a muerte, y otros asiduos de diversos orígenes y circunstancias. En el conjunto, y aunque los una la degradación y la miseria, se da una múltiple gama de comportamientos, de los más feroces a atisbos de emociones intensas u ocultos sentimientos de compañía, bondad y piedad.
El relato, hecho desde fuera, como si filmara una cámara, se carga, sin embargo, de una subjetividad que produce el efecto de un ambiente espectral. Todo arde conjuga de modo armonioso e inventivo el testimonio y la alegoría. En principio, parece, y lo es, una novela realista. Pero la impactante estampa está galvanizada por una doble impregnación mítica y simbólica. El propio texto desvela aquélla. Lolo replica el descenso de Orfeo al inframundo para salvar a Eurídice/Lena. Ya lo avisa la cita de las Metamorfosis de Ovidio que abre el libro.
Más sutiles, ricos y fecundos son los elementos simbolistas. Los fuegos que arden en las calles remiten a la idea del averno. Un cachorro de pitbull condenado al cruel destino de las peleas de perros encarna desde su mismo nombre, Fuga, la utopía de la libertad. Un gitano ciego, violento y borrachín asume la sabiduría que conecta la vida con la naturaleza. Y el poblado, tan realista como metafórico, plantea un debate existencial: elegir entre la paz convencional dentro del orden burgués y familiar o la libertad en el regazo materno de la exclusión social delictiva; esto último sin idealismo alguno: “de este pozo nadie sale vivo”.
Un relato lineal y una prosa reacia a la retórica, con certero oído conversacional, dotan a Todo arde de total intensidad comunicativa. Los conflictos mentales de los personajes afloran de unos perfiles psicológicos bien examinados. La trama agarra mediante un ritmo narrativo vivaz. El sórdido mundo de la droga posee sobrecogedora plasticidad. Con estos mimbres Nuria Barrios ha hecho una magnífica novela, intensa, dura y conmovedora, sin trucos ni efectismos, rebosante de verdad documental y humana.