El sentimental 'Libro de familia' de Galder Reguera
El escritor tiene una prosa ágil que invita a leer y provoca una lograda sensación de fraternidad, pero no logra convertir en literatura un buen material humano
11 mayo, 2020 06:59En un pasaje de Libro de familia dedicado a reflexionar sobre las razones para escribirlo, Galder Reguera (Bilbao, 1975) confiesa que cree tener entre manos “una historia desde mi nacimiento”: se refiere a la muerte del padre en un accidente la Nochevieja de 1974, justo el día en que su madre supo que estaba embarazada por segunda vez. Cuarenta y cuatro años después, ese hijo será el narrador de esta no ficción que tiene mucho de quest, es decir, de biografía que muestra también la indagación llevada a cabo por el biógrafo.
Reguera reconstruye la historia de su familia, que presenta el mismo tipo de zonas luminosas, oscuras, cenagosas o pletóricas que las de casi cualquier otra. Los pasos que dará para desentrañar la identidad del padre muerto, y que salvo excepciones consisten en interrogar a quienes trataron con él, lo llevan a protagonizar momentos incómodos que el lector experimenta como tales de un modo perfectamente mundano: malos recuerdos, preguntas punzantes, reproches con nombre propio. Ese tipo de honradez que tanto predicamento tiene en las fajas. Uno de los problemas del libro estriba en cierto malentendido inicial: esa Nochevieja es menos una “historia” que una escena; más una set-piece que la garantía de un relato completo. Su onda expansiva novelística se revelará, poco a poco, menor de lo que invitaba a prever el eficaz arranque.
Aunque no hay historia personal que carezca de dignidad o belleza, tampoco la de estos personajes por los que sentiremos gran simpatía a lo largo de cuatrocientas páginas, no es menos cierto que los recovecos de la pequeña trama dinástica no parecen, por sí mismos, particularmente llamados a saltar la barrera de lo privado. Claro que tienen interés para los gozadores de historias “de interés humano” (apúntenme en la lista), y desde luego que brindamos por el valor de una madre viuda en los setenta o por la entereza moral de su tercer esposo, ese individuo admirable que se gana nuestro genuino afecto en cada aparición. Sin embargo, todas estas virtudes son todavía externas a lo literario. Convertir ese material en literatura requiere que el enfoque, el estilo y las preguntas planteadas provoquen un tipo de cortocircuito o reverberación que aquí no me parecen logrados.
El escritor tiene una prosa ágil que invita a leer y provoca una lograda sensación de fraternidad, pero no logra convertir en literatura un buen material humano
El autor no es ingenuo, sabe que lograr ese salto será la clave del éxito: su sencillez compositiva es deliberada y, en principio, muy oportuna. Lo sabemos por una página indirectamente programática en la que, hablando de la obra artística de su madre, recrimina a los críticos de los años ochenta que fueran incapaces de detectar en aquellas pinturas los temas universales y el “estilo propio” que poseían, más allá de su aparente carácter doméstico. He tenido muy presente este pasaje, porque es cierto que los críticos padecemos a menudo de miopía y condescendencia superficial: sin embargo, sigo creyendo que, cuando un libro recrea a dos padres, ello no implica automáticamente hablar sobre la paternidad, o no más allá de un sentido literal inherente a la anécdota.
Por eso, Libro de familia contiene apuntes valiosos (por ejemplo, sobre nuestra condición prehumana en el útero materno o las herencias culturales insospechadas), pero su otro problema es que hace preguntas previsibles y tiene demasiada prisa por responderlas mediante conclusiones cliché: “llanto desconsolado”, “banda sonora de su amor”, “guiños del destino”, “amor verdadero…”.
No me consientan ser injusto: la escritura de Reguera es mucho mejor que estos tópicos, tiene una prosa ágil que invita a leer y provoca una lograda sensación de fraternidad. Si los cito es porque sí creo que su núcleo y los nudos realmente esenciales del libro se resuelven en clave de lugar común. En vez de desordenar seriamente las convenciones de la institución familiar a partir de la supuesta (y relativa) “rareza” de los vínculos de sus protagonistas, Libro de familia acaba por devolver a su estilo y al lector a la casilla de salida: la consoladora normalidad de lo sentimental.