Posmodernidad es un término gastado y, en buena medida, devaluado, reducida su significación a las formas de un relativismo acomodaticio o un eclecticismo inconsistente, donde apenas resuena la fuerza innovadora que el concepto tuvo en su día. Su uso se extendió entre los setenta y noventa del siglo pasado para nombrar una actitud de revisión de la herencia moderna que, más que renegar de su impulso emancipador, buscaba reformularlo. Después, en sintomática inversión, pasó a designar las transformaciones experimentadas en nuestras sociedades de consumo e individualismo festivos, hasta que éstas trocaron en la extendida crisis del Estado de bienestar.
En el ámbito filosófico, el posmodernismo quiso ser otra vuelta de tuerca a la modernidad que de veras consumara su ruptura con el pasado. Había que sopesar las ambigüedades de lo moderno y para ello se apelaba a maestros de la sospecha como Marx o Nietzsche. Ahí se dieron cita el “disenso” de Lyotard, la “deconstrucción” de Derrida o la “debilitación del ser” de Gianni Vattimo (Turín, 1936), sin duda el representante italiano de esta posmodernidad filosófica de mayor fama internacional, inspirador de una corriente intelectual llamada el “pensamiento débil”.
En su obra, Vattimo partía de la disolución de los valores avistada por Nietzsche y caracterizada también por Heidegger en términos de nihilismo para referirse a nuestro tiempo. El fin de la modernidad que en 1985 daba título a uno de sus textos más aplaudidos quería decir, por tanto, sobre todo, fin de la metafísica, esto es, fin de la pretensión de identificar un fundamento “fuerte” e imponer un sentido último a lo real. Era otro modo de preguntarse hasta qué punto el Dios-Fundamento tradicional había muerto del todo en la época moderna o si acaso el Sujeto moderno no lo había interiorizado.
El despliegue de una razón instrumental en la sociedad tardocapitalista era prueba de que la violencia inherente a aquel estilo de pensar metafísico había seguido actuante en las filosofías modernas de la Historia, con sus promesas de un fin feliz de los tiempos. Vattimo las declaraba entonces definitivamente periclitadas. Claro que la erosión de las viejas consignas universalistas, sentidas como intentos de dictar el modelo eurocéntrico a otros pueblos y culturas, no hacía sino acrecentar un clima de desorientación generalizada, dando pie a derroteros relativistas y multiculturalistas.
En 'Alrededores del ser' conviven brillantes elementos del primer Vattimo, agudo lector de Nietzsche y Heidegger, con la nostalgia de autenticidad que le lleva de nuevo a un relato fuerte
Pese a todo, el filósofo turinés leía este clima en clave positiva, como oportunidad de democratización real de la sociedad, como aceptación tolerante del “politeísmo de los valores” y negativa a arrogarse un criterio único, no interpretable, de verdad y valor. En La sociedad transparente (1989) celebraba así esta sociedad de la comunicación generalizada como un espacio de liberación respecto de un único punto de vista, centralizador y privilegiado. Al poco tiempo, sin embargo, reconocería los peligros de esta “babel informativa”, derivados precisamente de la falta de criterio. Y algo similar iría registrando su pensamiento en otros muchos ámbitos, evidenciando la dificultad de mantener una postura crítica desarraigada del suelo moderno. De hecho, lo experimentado por Vattimo desde entonces como llamativas conversiones no han sido sino vueltas sui generis a posiciones sostenidas en sus militancias de juventud, católica primero, comunista después.
Todo esto puede hallarse ahora en los treinta y dos ensayos que componen este nuevo libro y, con ello, tanto lo mejor como lo más discutible de su trayectoria. Hay aquí brillantes elementos de la constelación teórica del primer Vattimo, agudo lector de Nietzsche y Heidegger, hábil enhebrador de su legado con el de la hermenéutica gadameriana o la teoría crítica frankfurtiana.
Su estilo sigue siendo ágil y accesible: despierta la simpatía del lector incluso ahí donde no se coincide con él, porque seduce el tono amable de su discurso y conmueve ese constante sentimiento de solidaridad con los desfavorecidos que recorre su obra. El leitmotiv de su “ontología débil”, el rechazo de la idea de que el ser sea una estructura estable, dada de una vez por todas, se reafirma como punto de partida y clave del título: una metafísica así entendida expulsa de su perímetro la libertad, historicidad y apertura estructural que distinguen nuestra existencia. Son, pues, estos alrededores del ser los que merece la pena atender.
En el intento de aplicarse a acontecimientos del presente el texto desbarra, desvelando el problema de cómo pensar de forma articulada universalismo y alteridad
Pero en el intento de aplicarse directamente a acontecimientos del presente, el texto desbarra a menudo, apartándose de una lectura congruente con el marco nietzscheano-heideggeriano trazado en sus obras tempranas. Que la ontología débil sea sin más la ontología de los débiles, de los excluidos (la “metafísica buena”, llega a decir Vattimo, frente a la metafísica de los poderes fácticos), esencializando así la diferencia, supone un salto categorial notable, que desvela que el problema de base sigue siendo el de cómo pensar de forma articulada universalismo y alteridad.
Nostálgico de autenticidad, necesitado de conciliar emancipación e interpretación, Vattimo cae en aquello que critica a Heidegger cuando explica su opción por el nazismo como una traición a la idea de diferencia ontológica entre ser y entes. ¿O acaso no es una vuelta a un relato fuerte –en su caso, a una amalgama de cristianismo sin dogma y comunismo sin Gulag– lo que le lleva a identificar a Castro, Chávez o Evo Morales como grandes líderes carismáticos latinoamericanos, verdaderamente defensores de los excluidos? En el totum revolutum que suponen estos aspectos de su última obra, Vattimo llega a ser más posmoderno, en el sentido gastado del término, de lo que nunca lo fue en el primero.