Niña, mujer, otras, la última obra de ficción de Bernardine Evaristo (Londres, 1959), compartió el Premio Booker de este año con Los testamentos, de Margaret Atwood, secuela de El cuento de la criada, de la misma autora. Ambas novelas han quedado así unidas para la posteridad como hermanas siamesas. ¿Fue esta decisión salomónica dejación de funciones por parte del jurado, o un “cuantos más, mejor”? Este año se entregaron también dos Premios Nobel de Literatura, aunque por otras razones bien conocidas. En 2018, la medalla de oro, el diploma y el cheque no se otorgaron debido al acoso sexual y la corrupción en el seno de la Academia sueca.
Más allá de estas cuestiones anecdóticas, algo que no es que su autora sea la primera escritora negra en ganar el Booker, Niña, mujer, otras es una novela extensa y concurrida con un dilatado sistema radicular. Los personajes empiezan a llegar (Amma, Yazz, Dominique, Carole, Bummi y LaTisha) y no paran (Shirley, Winsome, Penelope, Megan/Morgan, Hattie y Grace). A cada uno deberían darle un café con leche y una chapa identificadora. El lector también conoce a los amigos de los personajes, y a veces a su familia. Lorrie Moore dijo que las novelas de Ann Beattie eran una declaración de amor a la amistad. Lo mismo ocurre con las de Evaristo. La novela es un pueblo densamente habitado en el que todo el mundo se apoya en todo el mundo para ir tirando, algo que refleja fielmente la visión que tiene la autora de una sociedad ideal.
De entre esta variada gama de voces, el personaje principal probablemente sea Amma, una dramaturga negra y lesbiana en la cincuentena cuya última obra se está montando en la actualidad en el Teatro Nacional de Londres. El éxito la ha puesto fuera del alcance de algunas de las antiguas preocupaciones que le ocasionaba la vida y la ha acercado, por el contrario, a otras nuevas e incómodas. Por ejemplo, la dramaturga se plantea si después de una vida en los márgenes, siendo adalid de la contracultura y criticando su centro, ¿está traicionando ahora sus principios? Si el privilegio es el pecado original de la conciencia de la justicia social y racial, ¿qué ocurre cuando es uno mismo quien acumula privilegios? Esta parte de la historia es semiautobiográfica: Amma funda una compañía de teatro con una amiga. A principios de la década de 1980, Evaristo, fue cofundadora, junto con otras dos mujeres, del Theater of Black Women.
A la historia de Amma se le suman otras once que avanzan y retroceden en el tiempo abordando temas como la raza, la inmigración, las brechas generacionales o el progreso y la desilusión social. Carole, uno de los personajes, es alumna de Oxford (se queja de la “repugnante comida de la Edad de Piedra”) y se convierte en banquera de inversiones. Hattie tiene 93 años y vive en una granja en el norte de Inglaterra. Otros personajes son jóvenes y viven en el Londres de nuestros días.
Evaristo tiene el don para narrar la vida de sus personajes con gracia y les concede margen para el error haciéndolos humanos
Esta novela polifónica llena de historias interconectadas se parece en cierto modo a los monólogos de For Colored Girls Who Have Considered Suicide / When Rainbow is Enuf [Para las chicas de color que han considerado suicidarse / Cuando el arcoíris es suficiente], de Ntozake Shange. Es posible que a algunos lectores les recuerde también al entrañable y sofisticado cómic Unas lesbianas de cuidado, de Alison Bechdel, que influyó de manera determinante en toda una generación. Al igual que esta obra, Niña, mujer, otras presenta un paisaje de permanente sensibilidad multicultural. La dedicatoria de la autora ya lo anuncia: “Para las sisters & las sistas & las sistahs & las sistren & las women & las womxn & las wimmin & the womyn & nuestros brethren & bredrin & brothers & bruvs & nuestros men & nuestros mandem & los miembros LGBTQI+ de la familia humana”.
Esta dedicatoria, tan explícita y compleja como la sociedad, hará que muchos de los lectores que conozco se apresuren a sumergirse en el libro, y que otros huyan en dirección contraria. Unos pocos perderán la compostura y acabarán aplastados como ardillas en una carretera de doble sentido. Una razón para quedarse es que, al igual que Bechdel, Evaristo tiene el don de narrar la vida de sus personajes con gracia y compasión, al tiempo que censura suavemente y disculpa algunas de sus pretensiones. La autora entiende que, cuando uno se abre paso a tientas hacia una nueva manera de vivir, tiene que haber margen para el error. Y concede eso a sus personajes, haciéndolos sumamente humanos.
Como ocurre habitualmente con las obras de Evaristo, conocida por su lirismo, su ingenio y su visión inquebrantable de la Gran Bretaña moderna, Niña, mujer, otras está escrita en una forma híbrida que cae en algún punto entre la prosa y la poesía. Las frases de la autora son largas, como las de Walt Whitman o las de Allen Ginsberg, y no llevan punto al final. La soltura del tono confiere a la novela su ligereza. Su citado ingenio también ayuda. Yazz se describe a sí misma como “un poco gótica de los 90, un poco post hip hop, un poco golfa y un poco extraterrestre”. El lector se entera, por ejemplo, de lo útil que puede ser un hiyab cuando se quiere hablar por el móvil con las manos libres.
'Niña, mujer, otras' está escrita en una forma híbrida entre prosa y poesía, con frases largas como las de Whitman o Ginsberg, lo que le confiere a la novela su ligereza. El ingenio de la autora también ayuda
Carole tiene Las cuatro estaciones, de Vivaldi, como tono de llamada porque quiere parecer refinada, y repite un mantra matutino: “Soy sumamente presentable, agradable, sociable, accesible, recomendable y competente”. Dominique sale con una estadounidense llamada Nzinga, una “constructora feminista separatista radical lesbiana” con unas rastas épicas y aires de “diva de los pantanos reina del vudú” para acabar descubriendo que su verdadero nombre es Cindy. Cindy es dura. Hace sus comentarios culturales como si estuviese apuntando a una escupidera. Es incluso más dura con Dominique. La huida será necesaria.
Niña, mujer, otras contiene experiencia humana en abundancia y la identidad, ya sea artística, cultural o familiar, es escurridiza. Yazz se lleva una sorpresa cuando abre un cajón debajo de la cama de su padre. Entonces piensa: “Nunca conoces a la gente hasta que no rebuscas en sus cajones y en el historial de su ordenador”. Por su parte, Penelope, que lleva años sin tener relaciones sexuales, piensa para sus adentros: “Hacía tiempo que no la veía desnuda nadie que no fuese la dependienta encargada de ajustar los sujetadores de Marks & Spencer”. A Dominique le preocupa que su afición a costarse con mujeres rubias signifique que le han lavado el cerebro con un ideal de belleza. Y Amma le da vueltas a la blancura implícita de un acento británico.
Finalmente, la obra de Amma se estrena. Dominique la saluda entre bastidores y le dice: “Esta noche el afroginocentrismo ha provocado un femimoto”. La tierra tiembla aún con más fuerza para otro personaje cuando le entregan los resultados de una prueba de ADN. Todas estas tramas son ciertamente un territorio rico, denso, pero Evaristo sabe de lo que habla. Se dice tanto, se cubre tanto el terreno tan rápidamente, que uno podría perderse fácilmente en los hilos entrelazados si no fuera por el control seguro del idioma de la autora, su uso vibrante del humor, el ritmo y la poesía. Todo ello arropado por un mensaje de integración y unidad ciertamente actual.