Aunque podría Gabi Martínez (Barcelona, 1971) haberse acogido a esa forma de moda llamada autoficción que aporta el valor añadido de lo literario, ha optado en Un cambio de verdad por el documento directo de una experiencia real. Desde el subtítulo del libro adelanta su propósito: Una vuelta al origen en tierra de pastores. Esta meta monopoliza su trabajo: explicar cómo el deseo de enraizarse en los suyos, abuelos y padres, le lleva al pueblo de parte de su familia con el concreto fin de convertirse en aprendiz de pastor. Su destino es Sanjuanilla, pequeño poblado de una comarca del noreste extremeño, La Siberia. Allí permanece algo más de medio año, del invierno al otoño de 2018, y al regreso pone por escrito el experimento.
Una intensa carga emocional empapa la narración, pero esta fibra se atenúa mucho ante la fuerza de otros estímulos clásicos y actuales. En el libro resuenan el beatus ille horaciano, el menosprecio de corte y alabanza de aldea renacentista, el sentimiento del paisaje garcilasista o la novela idilio perediana. Más cerca de nosotros, resucita el dilema entre adanismo e instrucción que Delibes planteó en El camino. Y de ahora mismo salen el amenazante cambio climático, reivindicaciones ecologistas, la recuperación de las especies autóctonas o la España vacía.
Esta gavilla de motivos se engarza en un relato de inmediatez que muestra el día a día del autor, su vida en una casa elemental, el pastoreo, la observación de la flora y la fauna, el embelesamiento con los mil colores del paisaje, el esquileo o la matanza. En alguna ocasión encontramos algo cercano al reportaje periodístico. Y suma pasajes especulativos y aun reflexiones filosóficas con prudencia. Todo ello dentro de una cerrada defensa de la naturaleza, de la denuncia del desdén colectivo e institucional hacia el medio ambiente y de la celebración de los héroes actuales que se aferran a formas sostenibles de producción.
Sea cual sea el veredicto del lector en el debate entre naturaleza y civilización habrá llegado a él a lo largo de un viaje narrativo seductor, ameno y exigente
Gabi Martínez enmarca sus justísimas percepciones y alarmas en llamativo idealismo. Es difícil comprender su gusto por hacer la colada en una palangana cuando existe el revolucionario invento de la lavadora eléctrica. Tampoco parece razonable que casi nunca conecte la radio porque no encuentra una emisora que hable “de ovejas preñadas con un instinto maternal fuerte”. Y qué decir del agrado con que rehoga judías “en una sartén que se descascarilla soltando trozos de óxido”. El subjetivismo embellecedor de su mirada le lleva a dibujar esta estampa de su guía en el aprendizaje: “Treintañero, atractivo, de rostro masajeado por la vida en el campo y escorzo apolíneo. El pelo azabache, los brazos recios y el tono de voz firme y suave de los consejeros áulicos, alguien de quien fiarse”. Imposible identificar en ella el retrato común ni físico ni espiritual de un pastor.
Entre naturaleza y civilización, Gabi Martínez se decanta sin matices por aquélla. Constantemente cuestiona el progreso y siembra el relato de merecidos reproches a sus excesos. Incluso gasta buenas energías en blanquear los aspectos controvertidos del popular naturalista Félix Rodríguez de la Fuente. En cambio, abunda en exaltaciones paisajistas, en ritos costumbristas y en las nobles cualidades morales de ganaderos y agricultores.
El proselitismo con que el autor recrea su paraíso perdido requiere el veredicto del lector. Sea cual sea el que éste decida, habrá llegado a él a lo largo de un viaje narrativo seductor, ameno, de gran exigencia artística y que se lee como una novela. En el recorrido gozamos, además, de muchas voces olvidadas que Martínez rescata no por prurito arqueológico sino por el valor de la palabra para designar con precisión el mundo.