Carlos Ruiz Zafón ha fallecido en Los Ángeles a los 55 años, según ha informado la editorial Planeta, como consecuencia de un cáncer de colon, enfermedad con la que llevaba luchando desde 2018. El escritor era uno de los más leídos en todo el mundo en las dos últimas décadas gracias a su tetralogía de El cementerio de los libros olvidados. La primera entrega de esta saga, La sombra del viento, publicada en 2001, se convirtió en un éxito rotundo e inesperado, que poco a poco fue ganando lectores hasta traspasar todas las fronteras posibles. Zafón vendió más de 15 millones de copias, por lo que se considera que es el libro español más difundido tras el Quijote.
Nacido en Barcelona en 1964, Zafón estudió con los jesuitas en el colegio de San Ignacio de Sarrià. “Mi padre era agente de seguros", recordaba Zafón en una entrevista en El Cultural de 2011. "De hecho lo sigue siendo. Cuando tenía diez o doce años me mandaba a cobrar las pólizas. Así me recorrí toda la ciudad, y pude entrar en sitios como las mansiones la avenida Pearson, pero también en tugurios y rincones sombríos. Como era un niño, no desconfiaban de mí, a veces hasta se olvidaban de mi presencia, y yo veía la vida cotidiana dentro de las casas, cómo se relacionaba la gente”. Posteriormente se matriculó en Ciencias de la Información y, desde el primer año de carrera, compaginó los estudios con trabajos en el mundo de la publicidad y llegó a ser director creativo en una importante agencia de Barcelona hasta que en 1992 abandonó su trabajo para dedicarse a la literatura.
Debutó en 1993 con El príncipe de la niebla, un libro de literatura juvenil que obtuvo el premio Edebé. El dinero del galardón le permitió instalarse en Los Ángeles, donde residiría hasta su fallecimiento. En los primeros años se dedicó a escribir guiones, mientras continuaba trabajando en su literatura. Sus siguientes trabajos todavía se encuadran en el género juvenil: El palacio de la medianoche (1994), Las luces de septiembre (1995) (estas dos, junto con su primera novela, conforman La trilogía de la niebla) y Marina (1999), libro que el autor siempre consideró su obra más personal.
En el año 2000 presentó La sombra del viento, su primera novela escrita para un público adulto, al premio Fernando Lara. Quedó finalista (ese año ganó Ángeles Caso con Un largo silencio) y Planeta decidió publicar el libro, sin saber muy bien lo que tenía entre manos. Aunque tardó en hacerse un hueco entre las preferencias de los lectores, el éxito en ventas que ha alcanzado no tiene parangón en nuestro país. El crítico Ricardo Senabre la calificaba en estas páginas como "una novela llena de méritos, en la que el acercamiento deliberado a géneros narrativos populares no ha acarreado una trivialización ni un empobrecimiento de la historia. La sombra del viento es literatura nutrida de literatura. Pero no por ello ajena a la vida. Y pone al descubierto, una vez más, el placer de narrar historias".
Después vendría El juego del ángel, publicada en 2008, ya con una tirada inicial de un millón de ejemplares y acompañada de una gran campaña mediática. Ambas novelas forman parte de la tetralogía El cementerio de los libros olvidados, completada con El prisionero del cielo (2011) y El laberinto de los espíritus (2016). La saga, en su conjunto, es un artefacto novelesco compuesto por un puzle de narraciones a las que dan continuidad unos cuantos elementos comunes: un mismo escenario, Barcelona, varios personajes permanentes, algunos hilos anecdóticos y la referencia al misterioso Cementerio de los Libros Olvidados. Así hablaba el autor de la Barcelona de sus libros: “No intento retratarla. Eso ya lo han hecho muy bien Vázquez Montalbán, Marsé, Mendoza… Lo que me interesaba era crear un personaje, vestirla con unas ropas determinadas y darle un destino. Y eso a Barcelona le va muy bien. El poeta Maragall la llamaba la ‘gran hechicera’, porque es verdad que le gusta lucirse, subir al escenario y declamar unas líneas. Pero la ciudad que yo creo, aunque es reconocible, no es la que te encuentras ahora al salir a la calle. Es más bien una Barcelona estilizada”.
A pesar de su vinculación que el séptimo arte, siempre se negó a que su saga fuera adaptada al cine, pese a las suculentas ofertas que recibió. “Esta saga está bien que siga siendo sólo libros. Así se va a quedar”, explicó en El Cultural. “La mejor película que pueden ver los lectores es la que crean ellos mismos en el teatro de su mente. Utilizo los recursos del cine, para enriquecer la narración y darle una mayor intensidad sensorial y visual. La literatura siempre se ha nutrido de otros géneros: el periodismo, la pintura, la dramaturgia, el cine… Pero esta saga habla de libros, de quien los vende, de quien los escribe, de quien los roba… Creo que estaría mal que acabara convertida en película”.