Desde que, allá por 1984, Anagrama publicara por primera vez en castellano Dime una adivinanza (1961) de Tillie Olsen (Wahoo, 1912-Oakland, 2007) –en traducción del gran Antonio-Prometeo Moya–, el mundo editorial, a remolque lógico de la sociedad, ha vivido una serie de cambios que invitan a reflexionar sobre las distintas formas de recepción que un mismo rescate literario puede tener según el momento en que ve la luz. Convertida ya aquella edición en carne de mercadillo, la recuperación ahora de esta obra por parte de la joven y voluntariosa editorial Las afueras –con nueva traducción a cargo de Blanca Gago, prólogo de la escritora Jane Lazarre y epílogo de Laurie Olsen, hija de la autora– sabe a pequeño gran acontecimiento no solo por su calidad literaria intrínseca sino por el innegable valor histórico que tiene dicha colección de relatos.
Los cuatro textos que componen Dime una adivinanza (en realidad tres relatos más una suerte de nouvelle que da título al volumen, galardonada en su día con el Premio O. Henry y antologada en incontables ocasiones) fueron publicados originariamente en revistas, de forma independiente, entre 1956 y 1960. Las fechas son importantes (siempre lo son), pues como indica Lazarre en el magnífico prólogo: “La obra de Tillie Olsen se inscribe dentro de una tradición del radicalismo judío centrada en la lucha por la justicia económica, racial y de género”.
Son textos que por tanto aceptan, de forma orgánica, una nueva lectura redimensionadora en pleno siglo XXI, al girar sobre temas todavía en boga como el racismo o el feminismo, la religión o la maternidad. Son textos sin duda militantes (durante la Gran Depresión, Olsen participó en numerosas huelgas y revueltas obreras, como miembro activo que fue del Partido Comunista, y pisó por ello la cárcel en distintas ocasiones) pero por encima de todo literarios. Sorprenderán de hecho, a quien no los conozca, por su experimentalismo, por su osadía formal. Piensen aquí en Cynthia Ozick o en el mismísimo Thomas Pynchon.
Los relatos de Olsen sorprenderán por su experimentalismo y su osadía formal, similar al estilo de Cynthia Ozick o del mismísimo Thomas Pynchon
Así ocurre en “Aquí estoy, planchando”, el primero de la colección, construido sobre una suerte de profundo monólogo interno, muy oral, una forma de narrar que Olsen llevará al paroxismo en los dos siguientes relatos, “¿Qué barco, marinero?” y “Oh sí”, repletos asimismo de imágenes y pensamientos sincopados, tan potencialmente líricos (en el caso de “Oh sí” asistimos a una misa góspel en la que los cánticos y los rezos impresionarán hasta el punto del desmayo) como desconcertantes (en “¿Qué barco, marinero?” el narrador está borracho). Pónganles si quieren la etiqueta de “posmodernos”, pero son en cualquier caso pasajes que poseen una cadencia y un ritmo que ahondan en una verdadera poética narrativa.
Con el ánimo de dar cierta coherencia al extrañamiento que puedan generar estos relatos, Olsen opta por “coser” ligeramente sus historias, haciendo que los personajes de uno y otro se interrelacionen de algún modo por las páginas del volumen, en un ejercicio quizás más estético que funcional. Pues al final todo gira alrededor del gran y último relato, “Dime una adivinanza” –todo un clásico de la cuentística estadounidense del siglo XX; alabado, entre otros, por Alice Munro–, en el que Olsen disecciona a lo largo de sesenta páginas y con la precisión de un entomólogo el dolorosísimo ocaso de un matrimonio común, en el que la mujer se ha visto obligada, en silencio, a renunciar a todo cuanto quería para estar siempre al servicio de la familia, una institución presentada como refugio pero también como una auténtica cárcel.
Así vista, la obra de Tillie Olsen (e incluso su vida, pero esto ya daría para otro tipo de análisis) ofrece no pocas concomitancias con la de Grace Paley, otra autora ya en su día rescatada “antes de tiempo” por Anagrama, que gracias a una última, reciente y oportuna reedición parece por fin haber encontrado algunos cuantos lectores más en el mercado español. Confiemos en que sean al menos los mismos que se acerquen a este Dime una adivinanza, así como que sean suficientes para hacer que el resto de las publicaciones clásicas de Olsen –pienso al menos en la inconclusa novela Yonnondio y el ensayo Silences– puedan ver pronto la luz.