Al escritor y crítico cultural Jorge Carrión le fascina lo viral. A sus múltiples manifestaciones ha dedicado muchos artículos y durante el confinamiento provocado por la pandemia de COVID-19 se lanzó a escribir un libro que se titula precisamente así: Lo viral. Galaxia Gutenberg publica este texto híbrido con forma de falso diario en el que la cronología de la pandemia discurre en paralelo con reflexiones sobre la cultura contemporánea y la viralidad digital, que se ha convertido en el pan nuestro de cada día y en un afán compartido por publicistas, escritores, artistas, políticos, empresas, instituciones e influencers.
Carrión no es apocalíptico ni integrado, sino un poco ambas cosas. Vive echando de menos “lo clásico”, categoría que contrapone a “lo viral”, pero su crítica a la cultura contemporánea la hace desde dentro, inserto en esa realidad cuyas múltiples formas no se cansa de analizar, ya sean los memes de internet, el fenómeno Rosalía o la hegemonía de las grandes corporaciones y los algoritmos, tal y como hizo en su anterior ensayo, Contra Amazon, para defender la supervivencia de las librerías. Por cierto, si buscan “Contra Amazon” en Google, verán que irónicamente el primer resultado es la ficha del libro de Carrión… en Amazon, que, por supuesto, lo vende. “Es todavía más irónico que tenga una puntuación máxima, de cinco estrellas”, opina el escritor.
Una prueba, quizá anecdótica, de que Carrión es un hombre de su tiempo es que la conversación se desarrolla en Whatsapp Web, la versión de ordenador de la famosa aplicación de mensajería instantánea, que hace posible atender a los niños y al técnico del lavavajillas y a la vez mantener una conversación en tiempo más o menos real, explayándose en cada respuesta por escrito (recién salido del dentista, la conversación telefónica quedaba descartada). Gajes de la nueva normalidad. La conversación transcurre, como su libro, entre el coronavirus y la viralidad digital.
Pregunta. ¿Qué le llevó a escribir Lo viral?
Respuesta. El miedo. Desde el primer día de la cuarentena sentí miedo. Y sufrí insomnio. De modo que un día, de madrugada, abrí un archivo de Word y empecé a anotar lo que estaba pasando. Quería encontrarle sentido a lo que no tiene sentido. Por eso, supongo, empecé a retroceder y a crear una cronología.
P. ¿Cómo dio con esta fórmula de falso diario para hilvanar distintos temas en torno a lo viral?
R. La cronología me llevó al falso diario. Yo escribo un diario íntimo desde hace más de veinte años, cuyo título es "Días extraños" y que no tengo intención de publicar. En los últimos años, supongo que a causa de las redes sociales y su famosa extimidad, he escrito menos en mi diario; de modo que cuando fui a buscar los meses de noviembre y de diciembre, que es cuando supuestamente comenzó la epidemia, no encontré casi nada. Entonces releí mi agenda del año pasado y encontré algunas anotaciones. Como la del día en que entré en una librería de Quito y la librera me dijo que sabía que iba a visitarla, porque lo había soñado la noche anterior. Pero me interesaba más forzar la reconstrucción histórica y literaria. Y fue así como me obligué a que el texto tuviera una entrada por día y, en cada una, empecé a experimentar con diferentes temas e hilos narrativos y argumentales. El principal, tal vez, además del ultravirus, es el de la viralidad digital.
P. En su libro dice que esa viralidad digital es hoy un fenómeno al que todo el mundo aspira, lo ha impregnado todo. ¿Cree que ese afán es una moda pasajera o ha llegado para quedarse?
R. Me temo que la viralidad, que tiene que ver con la cuantificación de todo lo que consumimos, ha llegado para quedarse, porque tiene que ver con lo que Éric Sadin ha llamado la silicolonización del mundo. Es decir, en estos momentos, como planteo en el libro, existe una forma de leer clásica, humanista y humana, y por otro lado, una forma de leer viral, que también es humana, pero que ha sido asumida por los algoritmos. El conflicto entre lo clásico y lo viral es clave en nuestra época. Podría expresarse de otros modos, como el del storytelling contra el big data. Yo lo vivo como una historia de amor, pero también se puede ver como una metamorfosis o una distopía en ciernes.
P. ¿Se puede amar lo clásico y lo viral a la vez? ¿Ambas esferas pueden coexistir en los intereses de una persona?
R. Los primeros libros que publiqué, como Australia. Un viaje, fueron totalmente analógicos y, en cierto sentido, tradicionales, en el sentido de ser muy conscientes de pertenecer a tradiciones literarias del siglo XX. Con Los muertos y Teleshakespeare empecé a buscar formas de narrar y pensar la pantalla o las redes sociales. Fueron cinco o seis años de obsesión con el mundo digital. Después fui padre y escrbí Librerías o Barcelona. Libro de los pasajes, que son de nuevos libros físicos, de viaje, sobre libros y sobre ciudades y sobre cuerpos. Ahora que los niños han empezado a ver Pokémon, veo que de nuevo me he interesado por las tecnologías y las viralidades, porque he dedicado a ellas el podcast Solaris y Lo viral. Me interesa mucho la contradicción, creo que estimula el pensamiento, pero tal vez estar interesado y vinculado sentimentalmente con las librerías y con las narrativas digitales, con los pasajes urbanos y con las series de televisión no sea contradictorio, sino lo natural en nuestra época.
P. Hasta ahora se consideraba el 11-S el acontecimiento que marcó el inicio del siglo XXI. Seguramente a partir de ahora, como señala en su libro, habrá que decir que el siglo comienza con la COVID-19. ¿Qué tipo de transición cree que marca o va a marcar la pandemia?
R. En Lo viral argumento que es posible que en un futuro se considere 2019 como el comienzo de una nueva era o, al menos, del siglo XXI, pero en realidad es un argumento débil, rebatible, porque no tenemos ni idea de qué va a pasar en el futuro. Me interesa ese carácter quebradizo de la crítica del presente. También me interesa el enorme riesgo que corre la ciencia-ficción cuando fabula sobre el futuro inmediato. La realidad siempre te rebate, te cuestiona. Y el texto tiene que intentar sobrevivir pese a todas esas adversidades. Yo creo que, de todos los cambios que está provocando el ultravirus, el más fuerte va a ser la aceleración de la digitalización del mundo. Amazon, Netflix, Apple o Facebook son más poderosos que nunca. En seis meses han multiplicado exponencialmente su poder. Van a poder seguir desarrollando proyectos de machine learning (aprendizaje automático), de data mining (minería de datos), de espionaje masivo. En fin. Puedo equivocarme. Es más, ojalá me equivoque.
P. Durante el confinamiento usted ha compartido su biblioteca personal con sus vecinos, una iniciativa muy loable, y parece claro que la cultura ha sido una tabla de salvación para mucha gente. ¿Cuál es su impresión del papel que ha tenido la cultura durante el estado de alarma?
R. En efecto, al mismo tiempo que he necesitado Zoom para dar clases o WhatsApp para dar talleres de no ficción, he redescubierto mi biblioteca. Me he sentido muy arropado por esa segunda piel de mi casa, la de todas esas estanterías blancas Billy. Durante la cuarentena leí mucho menos de lo habitual, pero en cambio hojeé muchísimos libros y leí poemas y fragmentos sueltos. En los búnkeres para el apocalipsis habría que incluir sin duda, además de víveres o linternas, una biblioteca.
P. La conexión entre la pandemia de coronavirus y la viralidad digital es obvia, pero ¿ha encontrado paralelismos más concretos entre uno y otro? ¿En qué se parecen, más allá de que son virus y se expanden?
R. En el libro reconstruyo la historia de las metáforas, desde el meme de Dawkins y la viralidad del marketing de los años 90, hasta hoy. También hablo de guerra biológica y de las epidemias antiguas y cómo fueron reflejadas en obras de Tucídides o de Lucrecio. Los virus y las bacterias nos han hecho humanos. Y en esta nueva fase de la historia humana, la digital, nos siguen acompañando en nuevas mutaciones, como los virus informáticos o los memes de internet. No se trata solamente de su capacidad de contagio, también es importante que influyen en nosotros, nos cambian. Los virus biológicos han transformado las ciudades y la viralidad digital ha cambiado internet.
P. Dice que el canon literario se ha basado en el análisis cualitativo, en preferencias, gustos, etc. y que un análisis cuantitativo, mediante macrodatos quizá, reflejaría una historia de la literatura muy distinta, más auténtica. Pero también dice que los algoritmos reproducen los sesgos de quienes los crean, que perpetúan el machismo o el heterocentrismo. ¿Son los algoritmos y el big data un arma de doble filo? ¿Somos ingenuos al pensar que son neutros?
R. Los algoritmos sobre todo "piensan" a través de patrones y archivos humanos, de modo que su modo de decidir y de juzgar tiene muchísimos problemas, como el sexismo o el racismo, en efecto. Pero yo no me refiero a eso en esos fragmentos de mi libro, sino a los estudios de Franco Moretti, a su "literatura vista desde lejos" y a criterios de evaluación que tengan que ver con datos y no con gustos o intuiciones. Eso nos lleva a preguntas interesantes. Por ejemplo: ¿Qué escritores españoles merecen ser lectura obligatoria o no en secundaria? ¿Cuáles son realmente canónicos? Los datos, la cuantificación nos puede permitir ser más justos. Algunos de esos escritores y escritoras, vivos o muertos, no venden libros, no son analizados en nuevas tesis doctorales, no son estudiados en artículos académicos, no son buscados en internet, etc. Forman parte del canon por inercia. O porque su obra le gusta a unos pocos "influencers académicos" (catedráticos, miembros de la RAE, políticos culturales, escritores que fueron sus discípulos). Un análisis cuantitativo, en ese caso, podría llevar a decisiones justas sobre qué debe o no formar parte de los programas oficiales.
P. Ha acuñado el término Objeto Cultural Vagamente Identificado. ¿En qué consiste exactamente?
R. Fíjate que, como su nombre indica, no se puede definir, y menos con consistencia o exactitud. Se trata de artefactos más o menos narrativos, de naturaleza sobre todo digital, desde los memes, los tuits o las visualizaciones de datos hasta los hilos de Twitter, los podcasts, los vídeos de remix, las stories de Instagram, los canales de YouTube o los proyectos transmedia, que tienen dos rasgos en común: no son reseñados todavía como discursos culturales (son "tendencia" y no "cultura") y aspiran menos a la lectura que a la viralidad.
P. Siguiendo con la relación entre la pandemia de coronavirus y la viralidad digital, ¿qué opina de las teorías de la conspiración que están surgiendo en torno al virus?
R. En El enemigo conoce el sistema, Marta Peirano reconstruye los orígenes y la historia de la desinformación en cadena. Habla de los famosos hackers rusos, etc. Recomiendo mucho esta lectura para entender qué está pasando. Se trata de una maquinaria compleja y terrible. Ahora, además, los bulos se transmiten secretamente por WhatsApp. Yo diría que la teoría de la conspiración es muy útil para la psicología humana: si la culpa es de los chinos, de los rusos, de los americanos, de Bill Gates o de Donald Trump, no es tuya. Y está claro que la culpa es nuestra. El ecocidio sistemático ha llevado a que ciertos mamíferos, expulsados de sus hábitats naturales y con el virus en sus organismos, nos hayan contagiado. Por eso hablo tanto en el libro de la película Contagio, porque es el mejor relato que se han hecho sobre esta pandemia, aunque sea de la década pasada.
P. ¿Qué le parecen las medidas del Gobierno para paliar la crisis del coronavirus en el sector cultural?R. Creo que el Gobierno no ha entendido que las industrias creativas, culturales, docentes y de entretenimiento son tan importantes como la turística o la automovilística. Ojalá que se den cuenta pronto de que hay que reforzarlas, porque de ellas depende, por ejemplo, el bienestar psíquico de la población en tiempos difíciles como los nuestros.