El lector que busque en La nieta de Pushkin un inofensivo libro de relatos más está muy desencaminado. A caballo entre la crónica del exilio, el libro de viajes, la confesión y el autorretrato sentimental, Ronaldo Menéndez (La Habana, 1970) demuestra desde el primer cuento, “El viajero inmóvil”, que no hace prisioneros. Allí narra cómo lo que parecía una visita más a sus padres y a la Isla en vísperas de un viaje alrededor del mundo se convierte en desencuentro, reconciliación y despedida, y en una sentida reflexión sobre la familia, el amor y la muerte.
A partir de él se engarzan nueve relatos más en los que algunos personajes (Natalia, Vargas Llosa, Laleh Azaryan, Tere, Natasha) aparecen reiteradamente, a veces como coprotagonistas y otras como mero pretexto, hasta dar unidad y sentido al libro. Valga como ejemplo el papel de Vargas Llosa en la trama. Si en "Al diablo con Borges", R. M. vence la resistencia de un policía iraní que se interpone en sus planes amorosos recordando que tomó varias copas con el Nobel (al que el gendarme venera), en “El viaje más largo” recuerda ese encuentro y cómo gracias a él no pudo convertirse en exiliado, pues “los caminos están vivos y deciden por uno”, y volverá a asomar en el decisivo “lejos de Saint-Nazare”. Emocionante, cuajado de metaliteratura y humor (irresistible en “Rajastán express”), La nieta de Pushkin confirma a Menéndez como un estupendo narrador.