“Llamadme Tiresias, por utilizar la expresión de Melville, la del personaje de Moby Dick. O mejor ‘Tiresias soy’, como decía algún otro. Zeus me dio la posibilidad de vivir siete vidas, y esta es una de ellas; no puedo deciros cuál. Hoy estoy aquí en persona personalmente porque quiero contaros lo que me ha sucedido a lo largo de todos estos siglos, porque quiero aclarar de una vez por todas el cambio que he sufrido al pasar de persona a personaje”. Con estas palabras se presentaba hace unos dos años ante el público del Teatro Greco de Siracusa un nonagenario Andrea Camilleri (Porto Empedocle, Sicilia, 1925 - Roma, 2019), ya irrevocablemente ciego pero portador todavía, quizá más que nunca, de una afilada y clarividente inteligencia.
Gran parte de ella, destilada con su habitual ironía juguetona y con una erudición impecablemente disfrazada de coloquialismo, se halla en su último libro, Conversación sobre Tiresias, que publica en España la editorial Altamarea cuando se cumple mañana un año de la muerte del escritor. En este sobrecogedor aunque hilarante monólogo, el abuelo de la novela negra italiana recurre, como antes que él hizo Borges, a la figura del mítico adivino helénico, intemporal emblema de la ceguera clarividente, para construir a su alrededor una especie de testamento literario y moral y reflexionar sobre la ceguera, el paso del tiempo, la memoria y la historia, la sociedad actual y la creación literaria.
El bagaje intelectual de una vida dedicada a la literatura se deja sentir en este libro que constituye un viaje entre el mito y la literatura
“Ciego, voy de aquí para allá en un mundo desolado, sórdido. El refugio ante esta desolación cotidiana lo procuran ramalazos de memoria, que me llevan a tiempos sanguinarios, sí, pero no tan sórdidos ni tan carentes de sentido como estos nuestros días”, escribe aquí un autor que, aunque debe su fama a su a un tiempo amado y odiado comisario Montalbano, de cuyos libros ha vendido más de 25 millones de ejemplares, comenzó muy joven a escribir poesía y relatos y novelas de corte histórico y alta ambición literaria. El bagaje intelectual de una vida dedicada a la literatura se deja sentir en las páginas de este libro que además constituye un viaje entre el mito y la literatura que recorre las andanzas del adivino desde su primera aparición en los textos homéricos hasta las modernas visiones de Pasolini o Primo Levi.
Una gracia ambigua
En su incansable relato, que el propio escritor subió a las tablas recordando aquellos años 50 en los que fue director y libretista en montajes de autores como Pirandello, Ionesco o Beckett, Camilleri asume el papel de Tiresias y conversa con las visiones que de él han ofrecido Sófocles, Séneca, Boecio, Dante, T. S. Eliot, Apollinaire, Cocteau, Virginia Woolf, Ezra Pound, Primo Levi o hasta Woody Allen, quien hace aparecer al ciego en Poderosa Afrodita. “A través de las épocas y los géneros Tiresias es un espejo en el cual reflejarse y a través del cual releer el sentido último de la invención literaria", esgrime el siciliano, que aliña el recorrido biobibliográfico del adivino con agudos comentarios cáusticos, traviesos e irreverentes sobre la realidad social y política y con reflexiones poéticas sobre la literatura y la historia.
Pero más allá de todo esto, las voces de Camilleri y Tiresias acaban por fundirse en aquellos momentos en los que el personaje, ya no sabemos quién de los dos, se queja de las consecuencias de la “capacidad profética” que viene aparejada con la ceguera y que supone un sufrimiento, porque: “A cada humano que encontraba, al instante le adivinaba el futuro. Y el futuro de los hombres y las mujeres casi nunca es un futuro feliz. Está, por lo general, lleno de amargura, de dolor, de enfermedad, de muerte. Son escasísimos los momentos de felicidad. Y al verlo de manera tan clara, tan nítido y presente, aquel futuro se difuminaba, se me metía en los adentros, me contagiaba, me permeaba”, reflexiona nuestro actor.
Camilleri equipara sutilmente la figura del intelectual con la del profeta clásico, "venerable, pero sospechoso y despreciado..."
El adivino, como apunta el académico Carlos García Gual en su espléndido epílogo a esta edición, “intermediario entre hombres y dioses ha recibido de estos una gracia ambigua. Es venerable, pero sospechoso y despreciado; tiene larga vida, pero miserable y dolorida...”. Así veía Camilleri, protagonista y víctima de varios vaivenes del siglo XX, la realidad del intelectual, que introduce sutilmente en estas páginas en una tradición que se remonta a los orígenes del saber. “Es el espíritu de los tiempos, un espíritu escéptico e irreverente que deja atrás buena parte de la cultura del pasado; acaso pesca de aquí y de allá algunos asuntos, pero los reescribe totalmente y, a veces —como en este caso— incluso de manera satírica”, escribe, no podemos menos que pensar que con una de sus anchas sonrisas.
Intuyendo la eternidad
“Si pudiera, me gustaría terminar mi carrera sentado en una plaza contando historias y al final de mi ‘cunto’, pasar a través de la audiencia con la coppola en mi mano, como los antiguos narradores orales”, había dicho en varias ocasiones un Camilleri que con estas últimas actuaciones logró aproximarse a ese deseo y cuya ausencia se nota un año después no sólo por los ávidos lectores del noir.
"Ahora debo partir. Es posible que nos veamos de aquí a cien años en este teatro. Así lo espero, y así os lo deseo", concluye Camilleri este libro
“Quizá os estéis preguntando cuál es la verdadera razón que me ha traído hasta aquí. Me he pasado esta vida mía inventando historias y personajes. He sido director de teatro y de televisión, y aun de radio; he escrito más de cien libros que han sido traducidos a muchas lenguas y han conseguido un éxito considerable. La creación más feliz y exitosa ha sido la de un comisario”, repasa Tiresias-Camilleri justo al final de la pieza.
“Cuando Zeus —o quien hace de él— decidió negarme de nuevo el sentido de la vista, esta vez al cumplir yo los noventa años, tuve urgente necesidad de intentar comprender en qué consiste la eternidad: solo puedo intuirla viniendo aquí, solo entre estas piedras eternas, entre las piedras de este teatro eterno. Ahora debo partir. Es posible que nos veamos de aquí a cien años en este teatro. Así lo espero, y así os lo deseo”, concluye el adivino-escritor este epitafio literario desapareciendo tras las bambalinas.