Soplan tiempos raros. Ahora la Literatura tiene que ser capaz de proponer mundos aún más raros. Qué cosas. Hace 6 meses no sabíamos que íbamos a vivir un secuestro civil -necesario- y que la existencia se iba a basar en el miedo. Todo ha dado tantas vueltas que la distopía ha venido a consagrarse como la mirada literaria más que válida.
Elías Cohen (Málaga, 1983) sentía la llamada, desde joven, de "ser un líder de Israel", pero las lecturas enfermizas de Asimov y de Simenón le llevaron a encerrarse en una casa rural e imaginar cómo sería la nación de Israel del 2060, después de la guerra civil y sojuzgada por una dictadura rabínica y tecnológica. Eso, y mucho más, es Sueños de nación.
La pregunta de los carteles del libro es "si el asesinato de un hombre pudiera restaurar la libertad" y esa premisa, sí, es la base de la literatura más descarnada y metafísica. Porque Cohen, diplomático a su manera, sabe que en la novela no hay ni reglas ni descansos sagrados; sólo el Hombre con sus miserias en el pasado, en el presente, en el futuro...
Novelar Israel en un futuro 'plusquanlejano' (si el adjetivo es admisible) evidencia, ya, que nuestro retratado se sale de horma. Pero también se nota ese anhelo de liderar a su pueblo que le vendría, imaginamos, en una revelación bíblica. Habría que preguntarle que por qué la distopía, o cómo la distopía, y Cohen lo tiene claro: "Una distopía que no sea creíble nace muerta. El lector tiene que reconocer en su fuero interno, cuando la lee, que algo así sería posible, le tiene que encajar."
Aparte de ser niño con imaginación, Cohen iba presentándose a concursos, hilvanando relatos cortos, hasta que vio que el thriller y la ciencia ficción se podían mixturar y cocinar mientras se profundiza en cómo la tecnología podría aliarse con la ultraortodoxia en un país tan complejo como Israel.
Cohen, que además posa en las fotos como un Asimov o un Simenon joven según le recuerda un amigo de la adolescencia, es el ejemplo de autor que en la novela despliega todo un proyecto de vida. Secretario General de la Federación de Comunidades judías, Cohen dice que tuvo otro momento de revelación en un 11-S lejano, cuando se planteó como proyecto de vida la mejora de la imagen del sionismo: un fervor guerrero que el análisis político, el conocimiento de la 'Realpolitik', le ha venido templando.
Nos llama la atención el año que pasó en el Ministerio de Exteriores israelí, una suerte de consagración de su sueño de infancia. ("Con Israel tuve una obsesión compulsiva, que me llevó a vivir y a trabajar allí. Aprendí mucho porque me equivoqué mucho. Recalibré mis deseos y lo hice en una buena dirección. Y, relativo a la escritura, la experiencia me dio muchísimas herramientas para enriquecer mis dotes como escritor. Fue una época dura, pero buena, en suma. Conocí mejor el mundo y me quité todos los velos que mi mente había erigido sobre mis deseos e ideas").
De momento, ya tenemos a un analista político devoto de la ciencia ficción y de lo policíaco. De ese cruce podría salir algo diabólico, pero nos salió un Elías Cohen que habla un malagueño nasal, un cruce de sahumerios y zetas. Cohen fuma en pipa, aunque no sabemos si es por mera pose de escritor o porque quiere darnos un mensaje que aún no entendemos.
Quien se sabe cómodo en la literatura distópica, tiene rudimentos para hablar de lo que nos ha pasado. Si era inimaginable pensar en un Israel sometido por la ortodoxia de los drones asesinos, pensar en la nueva normalidad era como una quimera de niño imaginativo y calenturiento. O calenturientamente imaginativo. ("En los meses más duros del confinamiento no podía creer que estábamos viviendo algo así, y más en mi caso, que estaba en Madrid, en el epicentro europeo de la pandemia. Sin embargo, habíamos tenido avisos previos: algunos lo llamaron rinoceronte gris -o cisne negro- otros, como Bill Gates, lo advirtieron en 2015. Lo que pasa es que estamos inundados de información, y no tenemos el tiempo ni las herramientas para filtrarla y para tomar decisiones correctas, importa más el corto plazo. Si Zygmunt Bauman estuviera vivo habría levantado el dedo para decir “eh, yo fui quién hablé del mundo líquido, aquel lugar en donde todos saben que una explosión puede ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar, pero nadie sabe cuándo y dónde”).
La valentía, y ya lo hemos consignado en esta sección, es un salirse de horma. El analista político que también novela en futuro sabe que con su libro iba a tocar las conciencias más maniqueas. ("He recibido críticas y comentarios feos de amigos que no entienden por qué he escrito este libro. Muchos, aunque estén de acuerdo con mi visión del asunto que trato en el libro, creen que es mejor “lavar los trapos sucios en casa”. Yo creo que eso es una actitud muy primaria y atrasada. No sé qué problema hay en que yo exponga mi opinión, y sobre todo teniendo en cuenta que la novela es ficción. Además, la crítica es sana y ayuda a mejorar, y el corporativismo en este sentido sólo empeora las cosas. Lo que no quita que este asunto tenga su justificación histórica: muchos judíos siguen sintiéndose asediados y prefieren enrocarse y defender todo lo que sea suyo ante el mundo, y si hay que criticar lo interno, se hace internamente. Yo, insisto, creo que, no tiene sentido y es un atraso").
Los analistas políticos suelen ser previsibles. Y, sin embargo, Cohen opta por una distopía para salirse de horma y de los cánones del tiempo. Ahora da clases, ejerce de abogado y quiere hacer algo más español y más de la época. Si le dejan...