Se reúnen en este libro dos excelentes noticias: ser el número 1.100 de la Colección Visor de Poesía, cifra asombrosa, y la de presentar una selección de poemas, o fragmentos, y otros textos literarios, en los que la cerveza, y los lugares en los que se sirve, son el tema que los convoca. Una selección que sobrepasa los doscientos textos y que, dada la temática, sirve de brindis de celebración de la larga vida de esta colección de libros de poesía, fundamental en el desarrollo de la poesía española contemporánea. Su catálogo, no solo extenso, sino variadísimo, ha acogido a poetas de los idearios más diversos y es una fuente esencial para el conocimiento de lo poético en este período. No creo que haya aficionado a la poesía que no encuentre en él decenas de títulos que le satisfagan, y no solo de poetas españoles, sino que ha acogido un buen número de hispanoamericanos y traducciones de poetas en otras lenguas.
Por todo ello, gracias le sean dadas a este editor y librero, a quien también se le deben algunos poemas, faceta esta que Chus Visor –que así es conocido en el mundo de la cultura– parece haber dejado atrás, si bien se incluye aquí un relato suyo, páginas de recuerdos, de celebración de la amistad y de anécdotas espirituosas.
Es en el prólogo donde Jesús García Sánchez reúne el extenso y ameno relato de la presencia de la cerveza, que arranca con noticias ya en la civilización sumeria. La primera mención se halla en ese texto fundador de la figura del héroe y de tantos otros elementos literarios que es el Poema de Gilgamesh, es decir, en versos que tienen atestiguada una antigüedad de más de treinta siglos. En uno de sus pasajes, a Enkidu, el amigo de Gilgamesh, se le anima “Bebe cerveza, Enkidu, es la costumbre del país”, un hábito que con el tiempo se ha extendido a todo el mundo. Que a la invitación Enkidu responda bebiéndose siete cántaras es una muestra de cómo la hipérbole es una figura que va fuertemente ligada a la literatura heroica. En cualquier caso, ya se entienda que no fueron tantas las cántaras, no es este un mal comienzo de la antología que García Sánchez ha llevado a cabo.
La cerveza, pues, de la que Manuel Vázquez Montalbán fantaseará con su origen: “En Conemara / el Atlántico inventó la cerveza / como una espuma oscura” y Juan Cristóbal no verá rubia, “Cuando bebíamos las cervezas eran azules”. Sobre el color de la cerveza habla también el marinero de la canción “Tatuaje” de Rafael de León: “Era hermoso y rubio como la cerveza”, texto en el que, tras la pérdida del marinero, la voz femenina confesará ir “sangrando lentamente / de mostrador en mostrador / ante una copa de aguardiente / donde se ahoga mi dolor”, en un notable incremento de la graduación alcohólica de la bebida. También el personaje de “19 días y 500 noches”, de Joaquín Sabina, una vez abandonado, caerá en “la perdición / de los bares de copas”.
"La cerveza es amiga de las musas y gran amiga de la verdad", escribió ya en el siglo XVII John Taylor, “The Bard of Beer”
En el mundo antiguo, en China y en Egipto se conoció la cerveza y fue no poco valorada. Heródoto escribió que “los egipcios son la gente más sana de todos los hombres” y una de las razones que anotó es que “tienen un vino preparado con cebada”, lo que agradará saber a quienes gustan de ella. Esta afirmación se añade a sus virtudes terapéuticas, muy valoradas hoy, más allá de su conocido efecto diurético, por otras virtudes que el prologuista no deja de detallar en su presentación. Y no es asunto menor que Cela escribió que la cerveza “previene el cáncer”, afirmación que dejo al mejor criterio de los especialistas.
Textos y autores muy conocidos de los lectores se entremezclan con otros que lo son, al menos para mí, menos. Es el caso de John Taylor, quien se apodó “The Bard of Beer” y a quien se debe un The Ex-Ale-tation of Ale (1651), título ingenioso con su doble inscripción (“ale” es un tipo de cerveza típicamente inglés), del que en esta antología se recoge un fragmento de ese elogio de la cerveza, tan arraigada en la cultura británica; un elogio en el que no falta un tópico del tema de la bebida en la literatura: la cerveza, escribió, “es amiga de las musas”, a lo que añade que es “gran amiga de la verdad”. Cómo no recordar el in vino veritas, creencia esta de la cultura popular que afirma que los borrachos no mienten, si bien no le faltan inconvenientes, como que, según Pavese, “Los borrachos no saben hablar a las mujeres”; o, mucho peor, Li Po habría muerto por una borrachera.
Sea como sea, escritores dipsómanos no faltan, piénsese en Edgar Allan Poe, en Paul Verlaine, en Rubén Darío, en Scott Fitzgerald, en Malcolm Lowry –“Ideas de libertad están atadas a la bebida. / Nuestro ideal de vida contiene una taberna”–, sin olvidar a su personaje Geoffrey Firmin, en Claudio Rodríguez –en “Un brindis por el seis de enero” se lee “Y brindo y brindo […] Sigo brindando hasta que se abra el día”–, entre muchos otros. O en Manuel Machado, quien, sin embargo, escribiría “ya no bebo / lo que han dicho que bebía”. Beber en exceso que hará, como dejó escrito Carlos Barral, “No poderse / incorporar simétrico”.
Esta virtud de la bebida, como ayuda o elemento imprescindible para la escritura, está bastante extendida –y no solo al alcohol se le tiene por inspirador, están también drogas como el hachís, el LSD, etc.–. Así lo afirmaba, por ejemplo, el peruano Julio Ramón Ribeyro, quien, por otra parte, desaconsejaba la borrachera, y lo cierto es que sus escritos son de primer orden. Y si a algunos la filosofía sirve de consuelo, a otros les sirve la bebida: Eduardo Lizalde se retrata en una cantina pensando en la muerte que le acecha y resuelve la situación con “Pido otra cerveza”.
“¡Alegría del Bar!” escribió Gabriel Celaya, lo que podría haber titulado este volumen con más de doscientos textos
“No existe ninguna casa particular donde se pueda disfrutar tanto como en una buena taberna”, según el doctor Samuel Johnson. Y este es nada más que uno de los muchos elogios recogidos en esta antología de aquellos establecimientos donde se puede beber; tabernas, bares, cafés, han sido, y son, lugares frecuentados por no pocos escritores, ya sea para dejar pasar el tiempo, ya para conversar en las tertulias, cuando no como espacio apropiado para ser el escritorio. En un bar escribiría algunos de sus poemas Leopoldo Panero y como él José Hierro. Imposible no recordar la bohemia que tiene esos lugares como espacios privilegiados y la tradición de los cafés, a propósito de lo cual Antoni Martí Monterde llegó a hablar de una “poética del café”, título de un libro, como el que se reseña, muy recomendable.
El nombre de un café, Pombo, fue título de un muy conocido libro de Ramón Gómez de la Serna, espacio que en el que “se goza de una libertad definitiva”. Otro, A Brasileira, fue inmortalizado por uno de sus asiduos y buen bebedor, Fernando Pessoa, café declarado parte del patrimonio arquitectónico portugués y lugar de peregrinación de los lectores. Al evocar al escritor portugués Eugenio Montejo escribe “Pessoa siempre bebía / en estos bares de borrosos espejos” y propone dar de beber a su estatua.
“¡Alegría del Bar!” escribió Gabriel Celaya, lo que podría haber servido también de título para este libro, una delicia de lectura no falta de valiosas enseñanzas. “No beber solo” es el primero de los consejos que Álvaro Mutis daba sobre el beber, así que no parece mal cierre para esta reseña volver a los poemas de este libro con una cerveza a mano y celebrarla y celebrar versos, no solo en cuanto tales, sino también como compañeros. Lectura y bebida, doble fiesta.
A veces parece que despierto
y me pregunto por lo que viví;
fui claro, fui real, es cierto,
¿pero cómo he llegado hasta aquí?
La borrachera a veces da
una asombrosa lucidez
en que uno está como si fuera otro.
Estuve ebrio sin beber, tal vez.
De lo cual, si pienso, el mundo
¿no estará quizás hecho de gente
llena en el fondo de esta esencia
de existir clara y ebriamente?
Entiendo como en un carrusel,
giro a mi alrededor sin hallarme…
(voy a escribir esto en un papel
para que no me crea nadie…)
Fernando Pessoa