Hizo chas y apareció a nuestro lado. Un verano ya antiguo, aunque todo -y así lo confirma- fue un día de invierno cuando a nuestra perfilada le dio por leer alguna novelita de Jorge Amado.
Christina Rosenvinge, así, de primeras, nos evoca un pop minoritario y de culto, vagamente nórdico, que ha ido pasando entre las generaciones que florecieron una chispa después de los 80. ("Fue después de una pelea. La primera canción que hice sola... La primera canción me atacó como un puma agazapado en un seto de azaleas(...) empecé a tararear una melodía medio folkie, tres por cuatro, estribillos en tonos menores, que se iba resolviendo en cada vuelta".)
Aquella niña bella, con trenzas -si la memoria no falla-, habría de transitar desde el acorde a la intimidad escrita y cantada que es el proceso heroico de todo creador. Rosenvinge lleva pues desde los ochenta dándonos una claridad de noches blancas a un panorama musical, el nuestro, en el que Manolo Escobar era casette obligado y racial de gasolinera en gasolinera, de Benidorm a Benalmádena.
En esto que la discografía de Rosenvinge es un prodigio de grupos y encuentros entre que iba encontrando eso de la propia voz, que está bien como frontispicio vital. Rosenvinge es de actividades plurales, y es el prototipo de salirse de horma y en todo mostrar la elegancia de quien ha vivido demasiado y necesita volver a ponerlo en negro sobre blanco.
Rosenvinge, en una traducción rápida, significa rosa y ala, y quizá una rosa y un ala sea la metáfora más perfecta de lo que viene a significar salirse de horma y de por qué estamos aquí de verano en verano. Porque lo que en esta sección nos interesa es el cómo, Rosenvinge, a los 56 años, decide publicar Debut, hacerse escritora según los cánones más heterodoxos y contarnos que la canción y el dietario -y hasta la teoría musical- se pueden ir solapando en un libro que parte de la cronología de sus discos y que es todo un viaje vital. Una travesía sin concesión a las morcillas del cotilleo cuando estamos ante Rosenvinge, que ha sido musa fría de media intelectualidad y de tres cuartos del artisteo patrio.
Y sobre todo, en ella, la memoria, pues Debut tiene la canción del diario íntimo hecho público con ciertas reservas nórdicas. ("El camino que conduce a lo más profundo de nuestra memoria está hecho de melodías y olores. Son hilos que no se dirigen hacia afuera, sino hacia el centro de una cueva acogedora y cálida que reconocemos como propia. Algunos de estos hilos me devuelven a momentos de felicidad tranquila que la estúpida memoria se empeñaría en borrar si no estuvieran pegados a la chispa eléctrica de una canción").
Luego, más allá, nuestra perfilada ha hecho cine, aunque este arte no queda excesivamente consignado en esta primera vuelta del camino del recuerdo. Sí, en cambio, todo lo que le dio una ciudad como Nueva York, de la que acabaría hastiada, acaso porque la vivió en profundidad y todavía sigue siendo "el far west'. Allí le alcanzaría la Historia (perdón por la mayúscula) cuando el 11-S ("Miraba las torres arder y me pareció oír el tren de la Historia pegando un viraje, haciendo chillar los frenos por ir a demasiada velocidad. Me acordé de las historias de la Segunda Guerra Mundial que contaba mi familia en Dinamarca. Cómo un día te despiertas y los alemanes están en la puerta de tu casa pidiéndote las llaves y te preguntas qué ha pasado mientras dormías. Pensé que ahí estaba, eso era el principio de la Tercera Guerra Mundial y nos pillaba con la nevera completamente vacía").
En su Debut, que ya hemos dicho que arranca de su discografía para contar qué contaba cuando entonces, aparece el repaso de medio siglo y pico por el que Rosenvinge aparece y desaparece. Chas. En la mescolanza de su libro se trasluce toda una vida de actividades diversas de aquella delicada Christina que pasó de la fama al 'indie', que es también otra forma de encontrarse a sí misma. En el cambio y en el río ese en el que no podemos bañarnos dos veces.
Ella sabe que lo escrito, con inteligencia, no tiene por qué proscribir, y por eso en lo primero que ha dado a la imprenta aparece y desaparece, al lado de esos discos cuyos títulos ya evocan lo inimaginable: 'La joven Dolores', 'Verano fatal' o ' Un hombre rubio' son así incitaciones novelescas a meternos en el alma blanca de alguien tranquilamente inconformista -el inconformismo es la periferia de todas las hormas-. Bukowski no le cae bien personalmente, y con esto ya vamos comprendiendo a la perfilada.
Es Premio Nacional de Músicas Actuales. A veces le dicen chas, en la Plaza de la Luna, y Rosenvinge cala el sombrero, sonríe y no hubo nada.