Quien abra El diario de un hombre que era dos hombres, primera novela del profesor y escritor José Terradas (Cuba, 1976) (distinguida con el XII Premio Tristana de novela fantástica), será depositario del libro que entregó a la imprenta Carlos Carrandi, el narrador inventado por el verdadero autor de esta ficción para mediar entre él y su protagonista, un misterioso hombre cuya secreta identidad constituye tema y sustancia de la intriga.
Así pues, quien abra este libro será testigo de una historia excepcional, como lo fue para el mencionado Carrandi, según cuenta en el prólogo que él mismo suscribe tras entregar a la imprenta el relato en forma de “diario” secreto que, de forma inesperada y fortuita, acabó en sus manos. Advirtamos que la excepcionalidad de la historia no radica en el modo de presentarla, ya que adopta la fórmula de una voz directa y amena que conduce al lector con ritmo y fluidez por un discurso breve, ordenado y en apariencia sencillo. Es la trama la que reinventa la fórmula del relato fantástico al inyectar elementos propios de ese género creando una intriga que trenza realidad, ciencia y ficción, tres sustantivos cuya sustancia permite ir incorporando al marco real la concurrencia del misterio y lo insólito.
Y es en la intriga donde reside el mayor valor, en el modo de presentarla, de procesarla y resolverla, si es que se puede llamar resolución a una historia que termina para que otra empiece (valga el oxímoron) de otra manera. Aclaremos esto hasta donde podamos, porque tal confusión es parte del enigma secreto que propone este libro.
Cuenta Carrandi cómo llegó a ser testigo del caso extraordinario que ocupa su relato. Todo empezó cuando la familia de Julio Julio Spencer, ese hombre “que era dos hombres” como se anuncia en el título, buscaba a alguien con experiencia en cuidados de pacientes inválidos o terminales, y él mismo, por su trayectoria clínica, unida a su sesgo de hombre discreto y paciente, se convirtió en el candidato idóneo.
Terradas nos hace sucumbir ante la veracidad de lo insólito convirtiéndonos en cómplices de cuestiones inquietantes como la dualidad y la identidad del individuo
Se instaló en la casa con extrañas restricciones, sin posibilidad de hablar con ninguno de los que la habitaban (el anciano padre, la esposa del enfermo y la señora de confianza de la familia) y asistiendo en todo momento al misterioso paciente, desconocedor del mal que padecía, perplejo y absorto frente a su inmovilidad y su mutismo. Poco más de un mes duró su estancia, tiempo suficiente para ganarse la confianza muda del extraño enfermo, quien le adjudicó, sin él advertirlo, su singular legado, su “secreto”.
Así que, cuando sin explicaciones, sin oportunidad de conocer el desenlace de su paciente, se le apartó de él, se descubrió a sí mismo convertido en el único heredero del enigmático diario (cuya existencia desconoce la familia) de Julio Julio Spencer, protagonista y autor de lo que sus páginas registran. En él narra la verdad de lo vivido entre diciembre de 2012 y marzo de 2013. Lo que contienen sus páginas no aporta detalles ni referencia a espacio y tiempo determinados, aunque la casa y los personajes aparecen perfectamente identificados en el papel que se les asigna.
Porque lo relevante va más allá, contiene el testimonio de un hombre solo, no importan dónde ni cuándo, atormentado desde que una mañana se despierta y al mirarse al espejo descubre con terror que el rostro que portaba no era el suyo. A diferencia de Gregor Samsa, cuyo recuerdo es inmediato, nadie parece percibir la metamorfosis, lo que acrecienta su tormento empujándole a ocultar su perturbación. Su único consuelo son sus conjeturas: ¿puede ser realmente cierta esa discrepancia entre el cuerpo y el rostro? ¿Sigue siendo el mismo o es otro el que se va gestando en ese intrigante y extraño proceso que transcribe en su diario?
Frente a su historia los lectores no solo nos convertimos en cómplices de cuestiones siempre inquietantes cuando se transforman en sustancia literaria: la dualidad del individuo, su identidad, la alteridad del yo… Además empatizamos con ese “síndrome” que parece obligar a vivir dos existencias y a encadenar conjeturas que empiezan por cuestionar si puede ser verdad lo que parece que nadie percibe. Y sí: nos hace sucumbir a la veracidad de lo insólito.