"¿Qué ocurre en el mundo de los adultos?”, se pregunta Giovanna cuando descubre las historias ocultas de su familia. Nada es lo que parece. Detrás de la apariencia de dicha de sus padres, solo hay rencor y desconfianza. Se habla de amor y compromiso, pero al final lo que prevalece es el deseo, irracional y ciego. La madurez no consigue aplacar esa fuerza incontenible. El sexo desordena los afectos, ofusca la mente y liquida las inhibiciones, introduciendo en las relaciones la mentira, el engaño, el resentimiento. ¿Qué sucede “en la cabeza de personas muy razonables, en sus cuerpos llenos de saber? —continúa interrogándose Giovanna desde sus quince años—. ¿Qué los transforma en los animales menos dignos de confianza, peores que los reptiles?”. Solo es posible averiguarlo, participando en sus pasiones. Sin miedo y sin remordimientos, asumiendo el riesgo de dejarse la piel.
La vida mentirosa de los adultos narra tres años de vida de Giovanna, una napolitana que disfruta de una existencia tranquila hasta los trece, cuando su curiosidad por su tía Vittoria, excluida del círculo de relaciones de sus padres, desata una serie de acontecimientos que le revelarán la existencia del fracaso, la insatisfacción y la infelicidad.
Cuando al fin llega a los dieciséis, Giovanna ya no es una niña perpleja, sino una adolescente que ha acumulado la suficiente madurez para comprender el mundo de los adultos sin aborrecer sus imperfecciones. Ha asumido que no es posible madurar sin lidiar con la adversidad. El dolor es el precio que pagamos por adquirir una identidad.
Nadie sabe quién es Elena Ferrante. Se especula que nació en Nápoles hacia 1943. Justifica su anonimato alegando que su biografía son sus libros. Un buen lector conoce a un autor por su forma de describir a sus personajes, por su pulso narrativo, por su talento para crear atmósferas y escenificar tramas. Por su respiración. Por el timbre de su voz. El timbre de Ferrante —nítido y afilado— parece corresponder al de una mujer. En su literatura prevalece el punto de vista femenino. Sin embargo, algunos han aventurado que Ferrante es un hombre. ¿Importa? No demasiado. Sus novelas bordean el culebrón, con sus tramas saturadas de romances y desencuentros, pero la profundidad psicológica de sus personajes y sus reflexiones, casi siempre teñidas de desgarro y pesimismo, trascienden lo folletinesco, componiendo un vigoroso fresco de la sociedad italiana de nuestro tiempo. Ferrante muestra con enorme habilidad los contrastes sociales, explorando los barrios bajos y las zonas residenciales, dos mundos aparentemente opuestos, pero en los que se ama, se espera y se sufre con la misma intensidad.
Ferrante muestra con enorme habilidad los contrastes sociales, explorando mundos aparentemente opuestos
Los padres de Giovanna son profesores y viven en un barrio burgués, donde se cuidan las apariencias y nadie eleva la voz. Un matrimonio de la clase media ilustrada que goza de una razonable prosperidad. El padre publica artículos en prestigiosas revistas universitarias. La madre realiza traducciones y se muestra orgullosa de su marido. Siempre lee lo que escribe y le escucha con devoción. Solo hay un punto oscuro en su apacible rutina: la sombra de Vittoria. Vittoria es la hermana del padre. Los dos crecieron en un barrio pobre y conflictivo, pero solo uno estudió y prosperó. Vittoria sobrevive limpiando casas y no se habla con su hermano, que la desprecia y no quiere oír hablar de ella. Cuando un día Giovanna escucha a su padre decir despectivamente que cada día se parece más a Vittoria, decide conocerla, pues intuye una afinidad secreta. Necesita saber si realmente se parece a un ser que supuestamente encarna todas las miserias de la condición humana. Sus padres se muestran comprensivos y la acompañan hasta el portal de su tía. El encuentro es intenso y turbador. Nada volverá a ser igual. El mundo de Giovanna se romperá en mil pedazos. Adulterios, sórdidas disputas por herencias, traiciones, hurtos. Todo saldrá a la luz. A Giovanna le costará asumir que ha sido ella quien ha propiciado la hecatombe.
Elena Ferrante escribe con fluidez, sacrificando cualquier consideración a la eficacia narrativa. Su prosa es funcional y precisa. No hay un ápice de retórica. Que nadie espere páginas perfectas donde el estilo asume todo el protagonismo. Su forma de narrar posee la brutalidad de una película neorrealista, donde la cámara adopta una perspectiva documental, limitándose a recoger los hechos con crudeza. La vida mentirosa de los adultos podría ser un folletín irrelevante, pero la maestría narrativa de Ferrante transforma la historia en una despiadada indagación de los afectos humanos. Ese logro no habría sido posible sin personajes complejos y creíbles. Giovanna es el centro de la trama y su humanidad, plagada de contradicciones y dudas, cautiva desde el principio. Enseguida nos olvidamos de su carácter ficticio. Su forma de ser, sus sentimientos, sus reacciones, desprenden autenticidad. Su peripecia recrea esa transición hacia la vida adulta que siempre incluye experiencias dolorosas.
'La vida mentirosa de los adultos' es una implacable crónica de la ferocidad humana que bordea el existencialismo
No es posible crecer sin enfrentarse al desencanto y la frustración. Giovanna puede ser egoísta, chismosa, manipuladora y cruel, pero su inconformismo evita que se estanque en sus flaquezas. Nunca es autocomplaciente. Se muestra despiadada consigo misma, sin transigir con disculpas o pretextos. Su amor por Roberto, un profesor de veinticinco años, le revelará la enorme distancia que separa los sueños de la realidad, casi un infinito donde la conciencia se estrella contra límites insuperables. Giovanna no logra consumar su pasión, pero su pasión le enseña a vivir, mostrándole que una renuncia puede ser una victoria.
La vida mentirosa de los adultos aborda infinidad de cuestiones, pero lo hace de forma indirecta, evitando la perspectiva moralizante. Giovanna transita de una zona residencial a los barrios bajos, descubriendo que el lugar de nacimiento no es un simple punto de partida, sino un destino. Hija de padres ateos, acompañará a una parroquia a su tía Vittoria, asumiendo que el ser humano no puede pasar por alto el problema de Dios. La lectura del Evangelio no encenderá su fe, pero sí ensanchará su alma con preguntas que se quedarán suspendidas en su conciencia, recordándole que el hombre es un animal metafísico, un ser que no puede vivir sin interrogarse sobre el sentido de las cosas. Elena Ferrante no ofrece fórmulas para afrontar los dilemas existenciales. Lejos de la mirada del narrador omnisciente, se conforma con certificar la fragilidad de la vida y la opacidad de los otros. Nuestros semejantes, incluidos los más cercanos, nunca son transparentes. Ni siquiera sabemos lo que hay en nuestro interior.
La vida mentirosa de los adultos dignifica un género menospreciado: el folletín. En ese sentido, se inscribe en la tradición narrativa realista. Es una apuesta sumamente arriesgada, pues ese estilo suele malograrse con giros inverosímiles concebidos para sostener el suspense. No es el caso de Elena Ferrante, que nos sorprende sin provocar nuestra incredulidad. En todo momento, sentimos que contemplamos la vida en su desnudez, con su extraña mezcla de belleza y desolación. Giovanna reprocha a Dios que permanezca en las alturas mientras sus criaturas chapotean entre la sangre y el barro. No es el caso de Ferrante, siempre cerca de sus personajes, compartiendo sus miedos y sus fracasos.
La vida mentirosa de los adultos es una impecable crónica de la ferocidad humana que bordea los planteamientos existencialistas: ¿vivimos en un mundo absurdo? ¿tiene sentido la vida? ¿qué es el amor? ¿existe Dios? Ferrante no responde. Se limita a empujarnos hacia el umbral de misterios indescifrables, insinuando que la grandeza de nuestra especie consiste en formular preguntas sin respuesta.