“Yo soy un escritor decorativo y me dedico a una literatura fácil, superficial y pintoresca”, anunciaba en su juventud un Julio Camba (Vilanova de Arousa, 1884 - Madrid, 1962) que durante toda su vida mantendría que su mayor aspiración era “no tener que escribir”. Estas dos frases condensan el carácter y la esencia de un periodista trotamundos que llegó a ser el corresponsal más cosmopolita y el mejor pagado de su época.
Al igual que ocurre con otros titanes de esos años dorados del periodismo de hotel como Josep Pla o Manuel Chaves Nogales, que están viendo sus obras reeditadas por Destino o Libros del Asteroide (las Obras completas del sevillano verán la luz en noviembre), el extenso corpus articulístico de Camba lleva algo más de una década siendo rescatado por editoriales independientes como Renacimiento (Sobre casi todo, Sobre casi nada, 2013, o La ciudad automática, 2015), Reino de Cordelia (Playas, ciudades y montañas, 2012, y La casa de Lúculo, 2015), Ahena (Aventuras de una peseta, 2007, y La rana viajera, 2008), Fórcola (Caricaturas y retratos, 2013, Crónicas de viaje, 2014, y Galicia, 2015), y la propia Pepitas de Calabaza, que tras Mis páginas mejores, en 2012, y ¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!, en 2014, ahora se ocupa del volumen Ni Fuh ni Fah, penúltimo libro de crónicas de Camba, que no había gozado de reimpresión desde su publicación en 1957.
Tal efervescencia editorial puede chocar al lector completamente ajeno al "solitario del Palace" —sobrenombre que le puso González-Ruano por residir en la habitación 383 del hotel madrileño durante trece años, desde 1949 hasta su muerte—, que puede pensar cómo es posible que esas crónicas de los años 20, 30 o 40 puedan leerse hoy como si aún tuvieran la tinta fresca. Eso mismo se pregunta en el prólogo de este libro el columnista y crítico Pablo Martínez Zarracina, que sostiene que probablemente no hay ningún secreto en la prosa de Camba. "Simplemente todo en él queda a la vista. Se trata de un observador agudísimo y de un pensador original. Su escritura es diáfana, nunca solemniza".
"En la escritora de Camba todo queda a la vista. Se trata de un observador agudísimo y de un pensador original", explica Martínez Zarracina
Y es que el gran atractivo de la narrativa de Camba reside, además de en su agudo sentido del humor, que se manifiesta en un imbatible cultivo de la paradoja, en el hecho de nunca tomarse en serio a sí mismo. En no ser un cronista sentencioso y aseverativo que narra la realidad, sino un flâneur descreído que lleva al lector de la mano mostrándole la ciudad y sus habitantes. Y lo hace cuestionando los tópicos culturales, siempre con sentido común y un oído muy fino, a partir de hechos, en ocasiones, irrelevantes en apariencia, que se salen de los grandes acontecimientos sociales o políticos.
Psicólogo de las urbes
Así, salpicadas en estos artículos, leemos frases como "yo sintetizaría así la historia de Rusia: primero, clases; luego lucha de clases y al final, todo cuarta clase" o hablando de escritores prosoviéticos como Isaak Babel: "lo malo no sería que semejantes señores cobrasen sin escribir, sino que, encima de cobrar, querrían colocarnos a viva fuerza, y apoyados por el Estado, toda su producción literaria”. Pero el oro de la prosa de Camba reluce en sus piezas como corresponsal, nacidas de un espíritu viajero que le llevó a ser el mejor contador de ciudades del periodismo español. Francisco Umbral le definió como "un psicólogo de las grandes urbes que explicaba el alma de los sitios que visitaba".
Para los más importantes periódicos —El País, La Correspondencia de España, El Mundo, El Sol y ABC, entre otros— acumularía corresponsalías en ciudades como Estambul, París, Londres, Berlín, Nueva York, Roma y Lisboa, ejerciendo ese periodismo de hotel tan de aquellas décadas de principios de siglo que le llevaba lo mismo a codearse con Rubén Darío o el barón Rotschild —a quien le achaca en un hilarante texto su pretensión de “que le apreciasen por sus cualidades personales y no por sus millones, como si fueran equiparables”— que con verduleras, camareros, serenos y hasta un hipopótamo lisboeta.
"En literatura casi nada es realidad y casi todo literatura", decía Camba, que fue, a su pesar, todo un escritor
Pero es sin duda Gran Bretaña, país que frecuentó y en el que residió varias veces, el blanco favorito de la miscelánea de artículos que integra Ni Fuh ni Fah. “Yo no creía en los fantasmas hasta que estuve en Inglaterra. Allí he conocido a muchos de ellos y puedo afirmar que, por lo general, son de un trato bastante agradable”, escribió socarrón, burlándose del victoriano afán de los británicos por los aparecidos. “Hay quien cree que la distinción de los ingleses es una cosa de raza o temperamento, pero lo que pasa es, sencillamente, que son los inventores del ocio”, decía sin por ello resistirse a acercar al lector tópicos con fondo, quizá lo sean todos, como el de que “los ingleses no se reúnen nunca para hablar si nomás bien para callarse porque les parece más elegante aburrirse en el club que en sus casas”.
El drama de hacer literatura
Todo un mundo destilado en 400 palabras, medida a la que el columnista reducía el mundo, de lo que, paradojicamente, se quejaba con frecuencia. Según explicaba él mismo, que, recordemos, nunca quiso ser escritor, el organismo del articulista lo vuelve todo literatura: "Yo lo mismo hago un artículo con una noticia de tres líneas del Daily Telegraph, que con las obras completas de Voltaire. Toda su hermosura y su grandeza, la reduzco rápidamente a una columna escasa de periódico; mando las cuartillas a su destino y ya se han acabado para mí los encantos del mar, las mujeres bonitas, las obras maestras, las catedrales góticas, la primavera… El articulista no puede gozar de nada".
Y, sin embargo, el disfrute que proporciona al lector, cuyo número atrajo en grandes cantidades en su día, sigue hoy plenamente en boga gracias a algo que no podía percibirse en aquella época: la vigencia. Lejos de perder actualidad, los comentarios y apreciaciones de sus textos parecen escritos hoy en día, con las lógicas salvedades de contexto. Un legado óptimo para las crónicas de un columnista socarrón y sutil, que siempre pensó en su público, y cuya honestidad le hacía afirmar que "en literatura casi nada es realidad, y casi todo literatura".