En enero eran 200, en abril pasaron a ser 15, y ya desde mayo sólo cinco escritores son los que optarán finalmente a un Premio Nobel de Literatura que, pese a vivir una edición anómala por el coronavirus —no se celebrará la tradicional ceremonia de entrega del 10 de diciembre y el ganador recibirá el galardón en su propio país— parece disfrutar por fin de la tranquilidad que había perdido en los últimos años. Y es que en 2018 se decidió suspender la entrega del reconocimiento, que se otorgaría por partida doble al año siguiente, por varios escándalos de abusos sexuales entre los miembros de jurado y de filtraciones de candidatos. "Estos asuntos son estrictamente confidenciales y no podemos responder preguntas sobre ellos", apunta ahora una Fundación Nobel escarmentada.
Lo que no cambia cuando se aproxima la fecha de entrega, el próximo jueves 8, es la tradicional quiniela de nombres que cada año resuena desde medios de todo el mundo, y que de nuevo está plagada de eternos favoritos y de alguna que otra refrescante sorpresa. Por ejemplo, las protagonizadas por dos escritoras, la francesa Nina Bouraoui y la finlandesa Sofi Oksanen, que publica ese mismo día 8 en España su novela Norma (Salamandra). ¿Casualidad? Otros de los menos habituales son la antillana Maryse Condé, que ganó el ‘Nobel alternativo’ creado como protesta en 2018, el noruego Jon Fosse, la rusa Liudmila Ulítskaya, la francesa Annie Ernaux o el israelí David Grossman, a quien muchos consideran sucesor en el empeño del desaparecido Amoz Oz.
Pero las principales posiciones de la parrilla las ocupan grandes clásicos como el rumano Mircea Cartarescu y el húngaro László Krasznahorkai, cuyos nombres se repiten con abundante insistencia, quizá premonitoria de que quizá este sea el año de uno de ellos o el poeta sirio Adonis, siempre una alternativa ecléctica que contentaría a muchos. Por el camino quedarían candidatos habituales como el japonés Haruki Murakami, el albanés Ismail Kadaré, el estadounidense Don DeLillo —también con libro en octubre en España, El silencio (Seix Barral)— o el británico Julian Barnes. Aunque tampoco se descarta la recuperación de algún nombre de los que siempre suenan como el del húngaro Péter Nádas, el irlandés John Banville, la estadounidense Joyce Carol Oates o el checo Milan Kundera.
Sin embargo, como ocurre en los últimos tiempos se escucha con insistencia la entrada de candidatos de los continentes tradicionalmente menos premiados, que siempre reclaman hueco en un galardón que no sale de Europa o Norteamérica desde el premio concedido en 2012 al chino Mo Yan. Por ello no sorprende que vuelva a saltar a la palestra el nombre de un viejo conocido de estas lides, el keniata Ngugi wa Thiong'o, y que muchos digan con más solvencia de la habitual que este puede ser el año de África. Y quizá haya algo de verdad, pues a la candidatura de Thiongo’o se suman con fuerza las del somalí Nuruddin Farah y la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie.
En cuanto al mundo literario en español, al ya tradicional nombre de Javier Marías se suman apuestas como el cubano Leonardo Padura, que tiene ya en su haber un Princesa de Asturias, y el poeta venezolano Rafael Cadenas, muy presente en todas las quinielas de los medios latinoamericanos. No obstante, como cada año, todo esto no dejan de ser más que especulaciones con mucho o poco fundamento. Habrá que esperar al jueves para que las doradas puertas de la Academia sueca y sepamos finalmente quién sucede al austriaco Peter Handke en el trono de la literatura mundial.