Han tenido que pasar 35 años de carrera literaria para que Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) se atreviera por fin a novelar la guerra civil española, algo que tarde o temprano tenía que pasar. Línea de fuego es el título del libro (lee aquí las primeras páginas) y lo acaba de publicar su editorial de siempre, Alfaguara, con una primera tirada de 150.000 ejemplares en España e inminente lanzamiento en Latinoamérica. Usando personajes, lugares y hechos ficticios, Pérez-Reverte cuenta mejor que un libro de historia al uso lo que fue, desde el punto de vista humano, la batalla del Ebro, la más cruenta de todas, que costó la vida a 20.000 personas.
Los ingredientes para poder abordar la contienda fratricida los tenía el autor desde hace años: testimonios directos de familiares que hicieron la guerra en los dos bandos, multitud de ensayos y novelas a su disposición para documentar la novela —“he leído todo lo que se puede leer sobre la guerra civil”, asegura— y su propia experiencia como reportero de guerra curtido en 18 contiendas, de Nicaragua a Bosnia, por lo que sabe bien qué se siente cuando silban las balas o cuando aprieta la sed, y cómo todo eso deja en un segundo plano las banderas y los ideales cuando se está en el frente.
"No fue una guerra de cuatro generales, cuatro curas y cuatro banqueros contra el pueblo español. Fue mucho más complejo que eso y para entenderlo hay que acercarse"
Entonces, ¿por qué ahora? “Siempre evité el tema. La guerra civil ha sido telón de fondo en mis historias —por ejemplo, en El tango de la guardia vieja y en Falcó— pero nunca la había tratado de forma directa. Pero hay cosas que han cambiado. “Tenía la versión de primera mano de los dos bandos, de mi padre, de mis tíos, de mi abuelo. Eran reacios a hablarnos de la guerra porque no querían contagiarnos el rencor, el dolor y el sufrimiento. Pero toda esta gente se ha muerto y el testimonio directo ha ido desapareciendo con ellos, ahora está quedando solo el discurso ideológico, usado de manera claramente política con distintas intenciones en unos y otros sectores. Cuando queda solo la ideología y desaparece el testimonio, la idea se vuelve fácilmente manipulable”, ha afirmado el escritor este martes en una rueda de prensa celebrada en el hotel Palace de Madrid.
La novela comienza la noche del 24 al 25 de julio de 1938, cuando 2.890 hombres y 18 mujeres del ejército republicano cruzan el Ebro para establecer una cabeza de puente en la localidad imaginaria de Castellets del Segre. A partir de ahí, con una estructura coral y múltiples puntos de vista —aparecen voluntarios falangistas y requetés, comunistas y anarquistas, brigadistas internacionales, los moros al servicio del bando nacional, regulares, legionarios, los jovencísimos soldados de la quinta del biberón, mujeres de la sección de Transmisiones del ejército republicano y coroneles que dirigen la batalla con prismáticos— el libro narra diez días de batalla sin cuartel poniendo el foco en el drama humano de la guerra. “Al acercarte cambia el discurso. Siguen estando claras la legitimidad de la República y la ilegitimidad del bando sublevado, pero no fue una guerra de cuatro generales, cuatro curas y cuatro banqueros contra el pueblo español. Fue mucho más complejo que eso y para entenderlo hay que acercarse. No a la retaguardia, a quienes debatían en los cafés y gritaban consignas en los mítines, sino a los que de verdad pagaron el precio, caro, duro y terrible de la guerra”, opina el escritor.
“Cuando oigo hablar a los políticos actuales de uno y otro signo sobre la guerra civil con tanta irresponsabilidad pienso: ¿Cómo se atreven?”
Una advertencia: “No es un libro de historia. Es una novela y por tanto tengo derecho a usar como quiero el material, no pretendo historiar sino acercar de manera literaria unos testimonios humanos. Esa es la idea”. Una idea que se sintetiza en una frase que pronuncia uno de los personajes del libro, destacada en la cartelería promocional e inspirada en la novela La fiel infantería del falangista Rafael García Serrano: “Es lo malo de estas guerras. Que oyes al enemigo llamar a su madre en el mismo idioma que tú”. En este sentido, asegura que “la guerra la ganaron Franco y los militares de su entorno y la perdieron los jóvenes de los dos bandos”. “Lo más triste de la guerra es todo el talento, el ingenio, el valor y la dignidad que se quemó de manera tan infame sin beneficiar a nadie más que a cuatro”, añade. “Cuando oigo hablar a los políticos actuales de uno y otro signo sobre la guerra civil con tanta irresponsabilidad y un desconocimiento tan extremo de lo que fue aquel drama humano —no el político, que ese ya lo conocemos—, pienso: ¿Cómo se atreven?”.
“Sé que esta novela no va a gustar, como decía Unamuno, ni a los hunos ni a los hotros. Sé que tanto en la extrema derecha como en la extrema izquierda voy a tener críticas, y eso me produce incluso un cierto retorcido placer”, dice con sorna el escritor. “Sería triste que la novela no suscitase malestar entre quienes usan la guerra civil como arma ideológica irresponsablemente. Si a esas personas les molesta mi novela, me harán extremadamente feliz”.
Ni blanco ni negro
Dice Pérez-Reverte que el discurso actual sobre la guerra civil es demasiado simple, “de blanco y negro, de buenos y malos, y no fue en absoluto así”. Además, opina que “quienes hicieron la herida quisieron cerrarla”, y que son los políticos actuales quienes la han reabierto. “Eso estaba resuelto, era historia. Pero cuando no hay una base intelectual seria, ni una ideología basada en argumentos solventes, hay una tendencia bastarda a usar lo blanco y lo negro, lo fácil y lo simplón como argumento político”, critica el novelista. Eso se une, dice, a que “el receptor actual de esos mensajes es un joven sin la lucidez crítica para reaccionar a esos discursos y los compra”.
“No todo combatiente del bando nacional era franquista ni todo combatiente del lado republicano era republicano”, afirma el autor, que insiste en que solo una minoría se alistaron como voluntarios para defender unos ideales y que la gran mayoría eran reclutados a la fuerza por el bando que controlaba una determinada zona en el momento de estallar la sublevación. “Mi padre y mi tío, que eran chicos de familias burguesas, lucharon con los republicanos, y mi suegro era un joven izquierdista que luchó con los nacionales porque fue donde les tocó”, explica.
De las 18 guerras que Pérez-Reverte cubrió como reportero, siete fueron civiles. “He visto morir a mucha gente de muchas maneras, y nunca jamás he visto a nadie morir por la patria, ni por la república, ni por Dios, ni por la bandera. No, los he visto morir por cosas concretas: por un sorbo de agua, por un cigarrillo, porque tengo miedo, porque tengo rencor, porque estoy asustado, porque quiero salir de aquí, porque a Manolo, que es mi amigo, lo han matado y quiero vengarlo. Nuestra guerra civil fue también así”.
“No pretendo contarle al lector lo que fue la guerra civil. Quiero que la viva, la huela, la sienta, le disparen, sienta miedo, frío, esté asustado, le salpique la sangre, resbale sobre los casquillos de bala vacíos sobre la sangre que está en el suelo”.