A su imagen es la tercera novela que se publica en España del hasta ahora siempre interesante escritor Jérôme Ferrari (París, 1968), ganador del Premio Goncourt en 2012 con El sermón de la caída de Roma. Dado su innegable prestigio internacional, llama la atención el hecho de que cada título suyo haya sido aquí publicado por una editorial diferente —traductor distinto mediante—, si bien lo anterior, todo hay que decirlo, no ha creado demasiadas distorsiones en el lector español. No obstante, la situación invita a pensar, quizás equivocadamente, que el autor francés no termina de cuajar por estos lares. Ojalá Libros del Asteroide termine por convertirse en su editorial española definitiva, pues todo apunta a que Ferrari será, si no lo es ya, uno de esos escritores de culto a los que habrá que estar volviendo una y otra vez, más que nada por la consistencia de su propuesta literaria, refrendada en esta su espléndida última obra, que viene a conformar una suerte de trilogía “espiritual” con las dos anteriores publicadas en España, la estremecedora Donde dejé mi alma (2010) y la ya mencionada El sermón de la caída de Roma (2012) que, si recuerdan, arrancaba con el visionado de una fotografía.
Ahora Ferrari retoma de nuevo y multiplica esta idea en A su imagen, en la que el fotoperiodismo —como aventura artística profesional, pero también como forma de ver el mundo— tiene un protagonismo esencial. La toma o el descubrimiento de una serie de instantáneas serán el motor de toda la acción. Brillantes son en este sentido los dos muy reivindicativos capítulos dedicados a dos pioneros del periodismo gráfico como fueron el francés Gaston Chérau y el serbio Rista Marjanovic, perfectamente engarzados en la ficción un tanto caleidoscópica que levanta Ferrari, en la que el escritor regresa a la Córcega más convulsa para narrar, desde el interior, el resquebrajamiento del FLNC.
Vuelve así el escritor, tal y como hizo en Donde dejé mi alma, a poner el foco en la lucha armada —centrada de nuevo en las reivindicaciones nacionalistas— así como en los aparatajes de la fe. Si en Donde dejé mi alma proponía, a su manera, una relectura bíblica del mito de Fausto, y en El sermón… se apoyaba en los propios del mismísimo San Agustín, A su imagen ancla su estructura en distintos versículos y oraciones de la misa de difuntos y otras liturgias.
Ferrari es uno de esos escritores de culto a los que hay que volver una y otra vez, más que nada por la consistencia de su propuesta literaria
De hecho podría afirmarse que la novela transcurre toda durante la celebración de una larga ceremonia fúnebre, aunque en realidad lo haga en las mentes de aquellos que están presentes despidiendo a Antonia —la fotógrafa protagonista de esta novela—, cuya historia se nos reconstruirá parcialmente a través de estos recuerdos, nacidos tanto del sopor de los cánticos como de una verdadera toma de conciencia de lo ocurrido en el pasado, de ahí que Ferrari tire de nuevo de ese fraseo largo tan suyo y tan fluido —trasladado aquí a la perfección por la traductora Regina López Muñoz—, para hacernos partícipes de todos esos pensamientos íntimos que se irán condensando a lo largo del funeral.
Se nos permitirá así acceder a todas las capas de una historia que va y viene, que empieza con un muerto, que se va hacia una fotografía muy concreta tomada en un lugar muy concreto —a veces una fotografía histórica; otras una nunca hecha pública pero de un valor histórico incalculable—, que vuelve para narrar la tortuosa relación amorosa y de poder vivida entre la fallecida y uno de los principales líderes del FLNC y que regresa otra vez para hacernos ver los estragos internos y externos derivados de dicha relación –convertida al final en triángulo amoroso (sic), quizás la decisión más discutible de toda la novela. Por el camino lo que vamos obteniendo, como si fuéramos nosotros mismos los que reveláramos la fotografía, es el complejo retrato de un personaje que tuvo siempre los pies en la tierra, cuya vida fue un ejemplo de lucha entre la independencia y el sometimiento, la osadía y la sumisión, tan representativa, por otro lado, de lo insignificantes que terminamos siendo todos ante los grandes acontecimientos históricos.