Con materiales muy diversos, Antonio J. Rodríguez (Oviedo, 1987) ha compuesto un mosaico que en un primer momento podría entenderse como un análisis de la masculinidad, el feminismo y la sexualidad en las dos primeras décadas del siglo XXI. Sin embargo, estas páginas van más allá, conducen al horizonte de las grandes cuestiones interpersonales. El gran acierto de este libro reside en los materiales de su construcción. Ensayo, historia, periodismo y autobiografía forman una amalgama lúcida, flexible, descarada y atractiva. Texto ganador —win win, dicen ahora— que se inicia con una crítica severa a la masculinidad hegemónica, su falocentrismo y un disparo de gran calibre recibido en las redes con mucho ruido: “Mientras los hombres sigamos siendo incapaces de besar otro falo, el machismo no desaparecerá”.
En un segundo escalón, el autor aborda el feminismo desde la perspectiva de la generación milenial. Un grupo de edad que ha visto cómo los nuevos recursos tecnológicos han viralizado el feminismo y propiciado la emancipación de muchas mujeres. Desde ese horizonte, plantea un salto a las nuevas masculinidades. Destaca la del visionario capaz de hacer “la travesía del desierto”. Tras Steve Jobs, fallecido en 2011, el gran héroe es Elon Musk. Emigrante de Sudáfrica a Canadá, casi en la pobreza, cofunda Pay Pal, monta Tesla —los mejores coches eléctricos— y pretende explotar Marte.
En otro salto descorre el telón de la narrativa de la masculinidad urbana surgida del hip hop y el rap LGTBIQ. Desde ahí percute contra el feminismo abolicionista en defensa cerrada de las trabajadoras sexuales. En el centro del volumen, en un largo capítulo, quizá el mejor, un Antonio J. Rodríguez muy personal desvela su paternidad y desmenuza las incertidumbres y angustias de la vida familiar.
Casado con Luna Miguel (Alcalá de Henares, Madrid, 1990), poeta, periodista y activista, no duda en descubrir sus emociones: "Un día de primavera al amanecer llamo a mis padres para comunicarles que Luna ha sufrido la interrupción de su primer embarazo. No recuerdo la última vez que me oyeron llorar". Más tarde nacerá Ulises de Miguel Rodríguez. Se muestra el quehacer de una joven pareja de creadores que trabajan como editores al alimón en el sello Caballo de Troya. Dos artistas que publican juntos pero que tienen sus propias carreras, intereses, agendas y deseos. No deja de sorprender la fuerza con la que Antonio J. Rodríguez reivindica la familia como un concepto a reconquistar desde la izquierda y el progresismo.
No deja de sorprender la fuerza con la que Antonio J. Rodríguez reivindica la familia como un concepto a reconquistar desde la izquierda y el progresismo
En el orden familiar, la maternidad no puede ser la excusa para perpetuar la brecha de género ni la desigualdad salarial. La mujer no puede seguir siendo la cuidadora eterna. Es necesario reivindicar una nueva distribución de roles. El nuevo modelo de éxito masculino propuesto en estas páginas ya no es ni el play boy ni el marido adúltero. El modelo a imitar estaría en padres como Dwayne Johnson, uno de los actores mejor pagados, capaz de educar a sus hijos, mantenerse en forma y tener un matrimonio feliz.
En el último cuarto del texto, el “neomachismo” racista entra en escena como reacción a la irrupción de “un feminismo viral, popular y razonablemente feroz”. Un núcleo neomachista formado no por sujetos en las afueras de la sociedad sino por su centro; “un centro colonizado con hábitos delictivos”. Por ese centro, animado por el #MeToo, desfilan desde un poderoso productor cinematográfico como Harvey Weinstein, hasta un político como Dominique Strauss-Kahn. La violencia heteropatriarcal brota por doquier, pero para el autor su epicentro lo encarna “la mujer palestina”.
El análisis de Antonio J. Rodríguez se enriquece con El capital sexual en la modernidad tardía, de Eva Illouz y Dana Kaplan. Es un acierto por parte de la editorial Herder incorporar a su brillante catálogo, como en su día hiciera con Byung-Chul Han, a la ineludible Illouz (Fez, Marruecos, 1961) que, en colaboración con la israelita Dana Kaplan, plantea en esta obra un agudo análisis de la relación entre capitalismo neoliberal, sexo e identidad sexual.
Modernidad tardía es uno de esos conceptos amplios e imprecisos que, como el de posmodernidad tienen sin embargo la utilidad de acotar un espacio histórico en el que situar tendencias y rasgos significativos. Diversos autores sitúan el comienzo de la Modernidad tardía en los acontecimientos que precipitaron la caída del Muro de Berlín en 1989 y el colapso de la Unión Soviética. A partir de ahí, el capitalismo global, el desarrollo de las tecnologías de información y de comunicación producirían el punto de inflexión en la trayectoria de una modernidad que, nacida con la Revolución Francesa de 1789, ha conformado el mundo de hoy.
Eva Illouz y Dana Kaplan consideran que uno de los legados más sorprendentes de la Ilustración es la libertad sexual, base del capitalismo contemporáneo.
El breve y brillante ensayo de Eva Illouz y Dana Kaplan parte de considerar que uno de los legados más sorprendentes de la Ilustración es la libertad, y concretamente la libertad sexual, base del capitalismo contemporáneo. Construyen el “prisma analítico” del capital sexual para, desde el análisis sociológico, denunciar cómo el capitalismo neoliberal construye una sexualidad tardomoderna trufada de nuevas formas de desigualdad. Desigualdad de clase que afecta sobre todo a las mujeres y a las minorías.
El término capital sexual se apoya, señalan las autoras y es evidente, en el Pierre Bourdieu que indaga los mecanismos de discriminación social y a partir de ahí acuña el concepto capital social y lo aplica, arrojando luz, a la estructura de las clases sociales y a la discriminación femenina. En ese sentido, añadimos nosotros, la lectura de La domination masculine (Editions du Seuil, 1998) es esclarecedora. Por otro lado, Illouz y Kaplan beben del fascinante trabajo de la británica Catherine Hakin (1948) subrayando la importancia en todos los órdenes de la vida del capital erótico —femenino, sobre todo— como valor de cambio. Capital erótico (Debate, 2012), recoge un atrevido planteamiento —texto del que dimos aquí cuenta y razón— que levantó considerable polémica entre el feminismo más radical.
Desarrollar la idea de capital sexual tardomoderno implica lo que las feministas han señalado: el sexo y la reproducción están directamente implicados en el mantenimiento del sistema capitalista y en la creación de capital. De este modo, el sexo se entiende tanto como una cuestión personal como “una nueva forma de desigualdad, institucionalizada de distintas maneras en el capitalismo neoliberal”.
Hasta aquí dos potentes y lúcidos libros que coinciden en iluminar las transformaciones personales, sociales y económicas derivadas de una de las grandes mutaciones del siglo XXI: las nuevas relaciones de género, la explosión de la emancipación femenina y la aparición de nuevas identidades sexuales, todo ello intensificado por la expansión exponencial de las nuevas tecnologías.