En Lecturas compulsivas, recopilación de ensayos publicada en 1998, Félix de Azúa (Barcelona, 1944) constataba que la narrativa del momento apenas hablaba de dinero, y se preguntaba si la razón sería que los escritores daban por descontada su naturaleza determinante, del mismo modo que nadie narra el oxígeno (aunque, bien mirado, sería un estupendo tema). Fuera cierto o no entonces, lo que está claro es que, en 2020, toda la cultura de nuevo cuño habla del tema: las jerarquías y dinámicas de poder que proyectan el dinero y el modo en que se accede a él son el punto principal y multiforme en disciplinas tan dispares como la música trap o las novelas de vocación realista. Cierto que el asunto se mezcla íntimamente con el pensamiento de género, por la sencilla razón de que es la realidad quien los mezcla.
Las maravillas, primera novela de la poeta, editora y crítica Elena Medel (Córdoba, 1985), se presenta desde el principio como un libro acerca del dinero y su impacto en los cuerpos femeninos, con la historia de España desde finales de los años sesenta hasta ahora como telón de fondo. Esa historia del país puede reconstruirse en la sucesión de formas narrativas que ha ido proponiendo cada nueva promoción de novelistas. ¿Qué ha cambiado, dónde estamos ahora? Hoy, el dinero es igual de determinante que en los noventa, pero las disfunciones de su histérico flujo circulatorio se han exacerbado hasta el colapso. De ahí que el diagnóstico ocurrente de Azúa remita a un período ya agotado, y ya nadie despierto eluda la cuestión.
Las maravillas es una novela poco preocupada por resultar generacional (recuerda más al magisterio de Marta Sanz, por ejemplo, e incluso al de Belén Gopegui), pero está recorrida por la política en fondo y forma: así, una de sus escenas clave transcurre durante la manifestación del 8 de marzo de 2018, y cometerá un error quien interprete esta elección como oportunismo cuando lo que demuestra es compromiso feminista junto a una convicción sólida en la necesidad de narrar un momento percibido como esencial.
'Las maravillas' tiene claro qué quiere contar: que el dinero es el gran narrador del mundo al que debemos replicar
Medel enlaza las desventuras de tres mujeres de la misma sangre (abuela, madre, hija), que sin embargo a duras penas forman "una familia" ni mucho menos una tradición: también esas formas de memoria son bienes que no todos pueden permitirse. “Busca en sus bolsillos sin encontrar nada”, arranca la voz narrativa, y enseguida sabemos que esa primera línea contiene el libro entero. Un tono crudo y explícito en sus objetivos nos conduce por la caída en la pobreza de un linaje que casi protagonizó el milagro de la España tecnocrática de los setenta y ochenta, pero al final no lo logró.
Hay pasajes intensos, como aquellos que narran los cuidados que una sirvienta dedica a una anciana moribunda. En casa, mi pareja leía Una mujer de Annie Ernaux al mismo tiempo que yo hacía lo propio con Las maravillas, y cuando me recitó en voz alta las impresiones de Ernaux sobre el acompañamiento a su madre en los últimos días de vida (dedicándole las mismas atenciones que requeriría una niña: bañarla, limpiarla, peinarla…), el paralelismo entre ambas escrituras me impresionó e iluminó.
Es cierto que Las maravillas tiene problemas para dotar de tonalidad y textura diferenciadas a cada una de sus tres historias, sosteniéndose como lo hace en un registro bien ejecutado pero algo monocorde y condicionado por los paralelismos que aspira a establecer. Además, este lector alberga dudas sobre su final, que es estructural y discursivamente coherente con todo lo anterior, sí, incluso demasiado coherente: es decir, predecible. A cambio, insisto en que la novela ofrece escenas de lucidez incómoda (atención a mi capítulo favorito, 'El colgado', de una tristísima crueldad), y se conduce con un sentido claro de lo que quiere contar y por qué, a saber: que el dinero no es oxígeno, sino el gran narrador del mundo al que debemos replicar.