Las deficiencias de este libro no deberían ocultar que le asiste un mérito: vislumbrar cómo sería una futura sociedad igualitaria bajo el patrón antiliberal, es decir, no ante la ley sino mediante la ley. Hace un lustro reseñamos aquí Capitalismo canalla, que aseguraba seriamente: “Hemos entregado el control de nuestras vidas a fanáticos del libre mercado”. El volumen que ahora nos ocupa adolece de extravíos análogos.
Desde el principio se afirma que vivimos bajo una “mercantilización acelerada”, derivada de Pinochet y Videla, y plasmada en la globalización neoliberal cuyos adalides se comprometieron a “desmontar el Estado de bienestar”. Este mantra de la izquierda es repetido con insistencia, y da la impresión de que el Estado ha desaparecido tras décadas de recortes.
Sorprende que el autor no se felicite ante el fracaso de dicha conspiración desmontadora, fácilmente comprobable mirando las cifras, o charlando con cualquier contribuyente. Los ciudadanos corrientes, en efecto, saben que cuando el profesor César Rendueles (Girona,1975) afirma que en España no hay Estado de bienestar, no se ha molestado en contrastar las cifras que atañen a quienes forzadamente lo sufragan. Abundan las proclamas catastróficas sobre el capitalismo empobrecedor y desigualador, pero escasea la evidencia empírica, en especial en el punto central del aumento supuestamente desbocado de la desigualdad. El fenómeno es dudoso a escala mundial, y también en España, como ha demostrado el profesor Carabaña con datos que este panfleto ha preferido ignorar.
No hay ni una reflexión sobre cómo se crea la riqueza, y sí numerosas condenas al comercio, mercados y empresas
Así como no hay una sola reflexión sobre cómo se crea la riqueza, hay numerosas condenas al comercio, los mercados y las empresas. Se apoya en los equívocos de la profesora Mazzucato para minusvalorar a los empresarios innovadores y subrayar “el esfuerzo colectivo”, que es como llama a la coacción política y legislativa. La habitual ficción de identificar capitalismo y socialismo también aparece: “Los supermercados capitalistas están tan desabastecidos como los soviéticos: no lo vemos porque vivimos instalados en el saqueo ecológico”.
Anuncia el apocalipsis: “el mundo entendido como un lugar razonablemente acogedor para los humanos se está terminando”. No podremos comer carne ni tener calefacción. Gracias a Dios, con perdón, el profesor Rendueles tiene la solución: “el freno de emergencia”. Hay que detener este capitalismo salvaje. Y aquí el libro reviste interés. No por la combinación de mercado y comunismo, como si fueran extremos comparables de los que conviene equidistar, ni tampoco por la idílica “planificación sostenible, pero también justa e igualitaria” que nos anuncia mientras insiste en que se acabó la utopía liberal.
Lo valioso del libro es que Rendueles acepta las características del totalitarismo comunista, pretendiendo superarlo
Lo valioso del texto es que acepta las características del totalitarismo comunista, pretendiendo superarlo. Por ejemplo, declara que las tareas desagradables serán impuestas a la fuerza por el poder, en bien de todos: “establecer las obligaciones colectivas necesarias para que cada cual pueda desarrollar sus mejores capacidades”. No hay dudas sobre de qué igualitarismo estamos hablando: “La igualdad efectiva sólo puede ser el fruto de la intromisión política”. La retórica adquiere visos de réplica marxista sin ambages: “dar a cada uno lo que necesita”.
A veces desciende hasta el detalle de esta nueva sociedad fraternal: “no es difícil imaginar un Airbnb organizado como una cooperativa pública estrictamente regulada”; mientras que el taxi sería “un auténtico servicio público dirigido a los usuarios que realmente lo necesitan y no a quienes pueden pagarlo”. Es tan ridícula esta visión angelical de una sociedad sin escasez, y tan típica de los comunistas, que conviene contrastarla con otras afirmaciones útiles y realistas: en esa nueva sociedad habrá “políticas de racionamiento de bienes que hoy damos por descontados”.
Dirá usted: ¿y qué queda de la democracia y los derechos individuales? Esto: “la democracia solo tiene sentido si es una obligación colectiva y universal, no sólo ni tal vez primeramente un derecho individual”. Tal vez.