Llamémosla “novela romántica”, de las del romanticismo de capa y espada que se construían en torno a la lealtad, el amor, un sentido de la aventura inmune al cinismo. O bien, digamos que es una “novela de Barcelona”, con aroma a aventi de Marsé y hasta a folletín de sombra y viento, de arriba abajo y de este a oeste por el trazado de una ciudad hecha de dinero y clases sociales. Pero no sería del todo cierto, porque también cabe hablar de “novela de la globalización”, con sus personajes viajeros y su cuidada reflexión en torno al modo en que el dinero, los productos y las desigualdades cruzan océanos para servirse en pulcras mesas de todo el mundo.
Y, oh, claro que es una “novela generacional”, tangible y de procesamiento inmediato para cualquier nacido en el mismo año que Miqui Otero (Barcelona, 1980), como yo mismo: músicas, escenarios, ropas, mitos. Inventemos otra etiqueta para hablar de una “novela de historia del presente”, porque desemboca en acontecimientos político-sociales recientísimos, igual que Las maravillas de Elena Medel, pese a las mil diferencias entre ambas (nada que ver, pero quizás podría rastrearse una tendencia renovada a documentar lo que nos ocurre colectivamente entre los narradores españoles ya-no-tan-jóvenes). O de una “Novela de educación sentimental”, por último, aunque alargue el seguimiento de su protagonista hasta abandonarlo en la última página, un poco a la intemperie, cuando ronda la mitad de su treintena y ya no puede confiar en que haya cuentos en traducción vintage que podamos habitar para salvarnos.
La complicidad que 'Simón' establece con el lector ideal es consoladora, pero se mueve siempre entre lo amable y lo desgarrador
Y esto último es lo más importante, lo definitivo, porque en realidad Simón es una novela sobre las vidas vividas sub specie literaria, que al final siempre topan con la realidad y tienen que aprender a repensarse, reconstruirse más allá de lo romántico y lo sentimental. De ahí que sus 450 páginas puedan remitir a tantas categorías más o menos reconocibles. De ahí, también, que no responda a ninguna de esas categorías por completo.
El protagonista de esta novela, Simón, es un chaval que nace en un barrio trabajador, y cuya niñez quedará marcada por la influencia enorme de su primo Rico, un tipo de carisma arrebatador que le introduce en el mundo de los libros de aventuras y en los gabinetes secretos de una Barcelona distinta a la cotidiana. Pero, un día, Rico desaparece, y Simón pasará años utilizando su talento como cocinero para ver mundo, albergar ambiciones de éxito, y conocer a mujeres de las que se enamorará.
Simón atraviesa así distintos ambientes (lujo, precariedad, sofisticación… A veces parece John Lanchester en El puerto de los aromas; otras, La noria de Luis Romero), mientras la prosa de Otero evoluciona sutil, casi imperceptiblemente, de la falsificación nostálgica a la crudeza contemporánea, aunque siempre en deuda con la ternura. El narrador del libro es cercano, aficionado a hacerse notar con admoniciones amables y en segunda persona dirigidas a su personaje principal; maneja una idea más o menos pop, fatalista, de destino: nos anuncia casi desde el primer momento que la historia acaba en llanto. Toda historia acaba en llanto.
Simón perfecciona el tono y el universo de Rayos, la anterior y muy disfrutable novela de Otero. Es un notable logro en lo que pretende y, si bien a ratos puede parecerme que la complicidad que establece con su lector ideal (yo mismo, insisto) es consoladora, no cabe negar su apuesta a fondo por una narrativa más difícil de lo que parece, en la cuerda floja entre lo amable y lo desgarrador. Su espíritu seductor, ameno, es compatible con una mirada crecientemente política que va ganando el escenario a medida que la cronología se acerca a nosotros; tal y como ocurrió con nuestra generación. Simón utiliza el término “héroe” en un sentido casi irónico, pero no del todo. En ese no-del-todo reside su valentía.