Si quieren conocer el barrio de Hortaleza, no vayan en Metro. No porque sea difícil, todo lo contrario: el que durante décadas fue uno de los barrios peor comunicados de Madrid, hoy cuenta con modernos intercambiadores y línea directa al aeropuerto. Pero si quieren entender de verdad Hortaleza no pueden llegar tras un viaje subterráneo engañosamente rápido, ni asomar a sus calles por una escalera mecánica: es obligado recorrer en superficie la distancia para comprender su alma periférica.
Lo mejor es llegar desde el centro de Madrid en autobús: tomar la línea 9 de la EMT que sale de la calle Alcalá esquina con Sevilla, muy cerca de donde históricamente arrancaba el camino de Hortaleza, hoy calle del mismo nombre. Como la paralela calle de Fuencarral, ambas vías partían del viejo Madrid entonces rodeado por una cerca, cruzaban sendas puertas de la villa, y atravesaban kilómetros de campo antes de llegar a los pueblos homónimos, absorbidos por la capital a mediados del pasado siglo.
El Pinar del Rey conserva los pinos que le dan nombre gracias al empeño de los vecinos por defender este pequeño retal de bosque
En el bus 9 recorremos los diez kilómetros que separan Sol del casco histórico de Hortaleza. Diez kilómetros hoy urbanizados y seguramente atascados de tráfico, pero que durante décadas —en el primer autobús que llegaba al barrio— eran una sucesión de barriadas aisladas, descampados, viejas colonias de chalés, vertederos de todo el escombro que iba dejando el crecimiento urbano, y varios kilómetros finales de carretera y campo. Distancia física que, como ocurre en tantos lugares extramuros de la M-30, es también distancia mental: gentes con un fuerte sentido de pertenencia a su territorio, que aún dicen "voy a Madrid" cuando cruzan la M-30. Sentido de pertenencia más acentuado en un barrio como Hortaleza, de origen humilde, durante décadas mal comunicado y desatendido, y donde los vecinos tuvieron que pelear cada derecho, equipamiento y servicio. Normal que entre los vecinos más veteranos tome forma de orgullo "hortalino".
A bordo del 9, con ojos de hace cincuenta años —cuando se desarrollaron las primeras barriadas alrededor del pueblo— dejamos atrás Madrid al cruzar el viejo arroyo Abroñigal, hoy bajo la M-30. Nos adentramos en calles que conservan el sube y baja empinado de las vaguadas hoy urbanizadas.
En la aproximación al barrio alcanzamos primero el Pinar del Rey, que conserva los pinos que le dan nombre gracias —como tantas cosas aquí— al empeño de los vecinos por defender este pequeño retal de bosque del avance urbanístico. Parte del mismo es hoy el parque que acoge cada primavera las populares fiestas del barrio, cuyo conocido certamen de rock ha sido cantera de numerosos grupos. Entre ellos la banda más querida del barrio, Porretas, representantes emblemáticos del rock de los ochenta, autores del himno oficioso y del lema más conocido del barrio: "Hortaleza, porros y cerveza", que refleja otra parte de su historia reciente, unos años en que la cara B de la Movida madrileña se escribía con dureza en estas calles.
Junto al Pinar del Rey aparece uno de los primeros edificios singulares, el palacete de Villa Rosa, de inspiración renacentista: hoy sede de la Junta de Distrito, acarrea entre sus elegantes paredes y jardines una larga y turbulenta historia, cuartel general del PCE en la Guerra Civil, licenciosa sala de fiestas en la posguerra.
Siguiendo todavía la línea 9 cruzamos la moderna Gran Vía de Hortaleza, en cuyo trazado es fácil reconocer el cauce fluvial junto al que surgió, en una elevación del terreno, el pequeño pueblo de Hortaleza. Para llegar al mismo subiremos una pronunciada cuesta bordeando el parque de Clara Eugenia, que ocupa terrenos de una quinta de recreo de las muchas que había en la zona. Su extensión incluye una pintoresca plaza de inspiración grecolatina que hoy es lugar de reunión de skaters, un jardín recóndito, y antiguas construcciones que en tiempos acogieron una congregación religiosa o un centro de auxilio social. En la parte alta del mismo nos sorprende la sede de la Orquesta de la Comunidad de Madrid: su imponente fachada de columnas dóricas es una de las muestras más reconocibles de arquitectura fascista en España, de cuando el franquismo quiso imitar el nacionalsocialismo de Albert Speer.
Si aún vamos a bordo del 9, es momento de bajarnos. Ahí empieza el viejo caserío de Hortaleza, que conserva íntegro su trazado de calles estrechas y su equipamiento de pequeño pueblo: casas bajas, plaza principal con fuente y antigua escuela, mercado —hoy convertido en súper—, correos, gasolinera y por supuesto la iglesia: San Matías, templo neomudéjar de mediados del XIX, rodeada por otras construcciones religiosas de la misma época, recientemente salvadas de la piqueta por los vecinos —una vez más—.
La Huerta de la Salud conserva una histórica puerta de piedra y el hito más reconocible del skyline barrial: el Silo de Hortaleza
Si atravesamos el pueblo llegaremos al pequeño cementerio que marcaba el límite del núcleo —y que, siento repetirme, se conserva por el empeño vecinal, a punto de ser desmantelado en los noventa para edificar—. Hacia el sur las empinadas calles reafirman el emplazamiento elevado de Hortaleza, que domina un alto sobre un arroyo hoy avenida. A la espalda de la iglesia, el viejo colegio y seminario de los Paúles, rotundo caserón que recuerda a tantos internados decimonónicos.
Tras recorrer el pueblo regresamos a donde nos dejó el autobús, junto a la gasolinera. En su costado está el parque de la Huerta de la Salud: sobre una antigua finca agrícola, conserva una histórica puerta de piedra y el que seguramente es el hito más reconocible del skyline barrial: el Silo de Hortaleza, una alta torre cilíndrica antaño granero de la finca, y que hoy acoge exposiciones y un privilegiado mirador en lo alto. Su ventanal panorámico regala una de las mejores vistas de la ciudad y de la sierra al norte.
Desde lo alto del silo vemos nuestro siguiente objetivo: la UVA de Hortaleza, popular núcleo vecinal, a menudo injustamente estigmatizado, cargado todavía con el lastre de los duros años ochenta y las leyendas de la heroína.
Solo por conocer la UVA ya merece la pena una visita a esta periferia. Acrónimo de Unidad Vecinal de Absorción, la de Hortaleza es la última UVA en pie, aunque en proceso de derribo y realojo desde hace décadas. Construida hace sesenta años para dar vivienda provisional a las familias chabolistas que llegaban por millares, su provisionalidad mantuvo su uso para varias generaciones de vecinos que en ella levantaron el bien más preciado de Hortaleza: su sentido de comunidad, su fuerza asociativa, sus décadas de luchas vecinales. La larga reivindicación de viviendas dignas y la cultura de apoyo mutuo entre vecinos que se sentían abandonados por la administración, es el origen de la larga tradición comunitaria y resistente del barrio.
Si la UVA es interesante por el lado humano, social y cultural, no menos lo es su arquitectura, en su día merecedora de premios y estudios, muy representativa de todo un modelo de asentamiento en el territorio y segregación social, al mismo tiempo precaria y llena de vida. Casas cuya estrechez y pobreza de materiales estimulaba la vida en el exterior, en sus galerías llenas de macetas y calles sin tráfico.
Si nos quedan ganas de andar, desde la UVA tomamos la Carretera de la Estación de Hortaleza y cruzamos la M-11 hacia los nuevos desarrollos de Sanchinarro y Valdebebas, con su enorme parque forestal. ¿Se han fijado en que todos los parques periféricos de Madrid tienen colinas chatas? Bajo ellos se reconoce el perfil de las montañas de escombro que ocultan. El de Valdebebas, que marca el límite nororiental de Madrid, regeneró lo que en su día fue el mayor vertedero ilegal de España. ¿Y adivinan quiénes pelearon para lograr su clausura? Sí, los vecinos de Hortaleza.