Manuel Chaves Nogales, la España que no pudo ser
Republicano y liberal, nunca renunció a su compromiso con un país laico y democrático y se le considera uno de los representantes más insignes de la Tercera España
9 noviembre, 2020 09:05Manuel Chaves Nogales condensó su biografía en una breve frase: “andar y contar es mi oficio”. Siempre fue fiel a esa fórmula, que le acarreó muchos disgustos, pues nunca contó lo que otros querían oír, sino lo que vio de verdad. Republicano, liberal y partidario de Manuel Azaña, se le considera uno de los representantes más insignes de la Tercera España. Nunca renunció a su compromiso con la legalidad republicana y con el proyecto de un país laico y democrático. Se opuso con idéntico fervor al fascismo y al comunismo, a los centuriones y a los apóstoles de la dinamita. En el prólogo de A sangre y fuego: héroes, bestias y mártires de España, un conjunto de novelas cortas ambientadas en la Guerra Civil, se describió a sí mismo como “un pequeño liberal burgués”.
Sus viajes a Roma y Moscú le habían revelado que la bota fascista y la hoz y el martillo oprimían con idéntica brutalidad al trabajador, negándole toda clase de derechos y libertades. Su entrevista a Joseph Goebbels, donde describía al político como “ridículo e impresentable” y advertía sobre la creación de campos de trabajos forzosos, le costó ser incorporado a la lista negra de la Gestapo. Frente al mito de Moscú, poderoso imán para los desheredados de la tierra, Chaves Nogales reivindicó la república francesa, insigne faro de civilización y “Meca de todos los hombres libres”. Exiliado en París, pudo contemplar la entrada triunfal de la Wehrmacht, lo cual le corroboró que el diálogo constituía el mayor logro de la civilización. Frente al estruendo de las armas, la palabra había levantado la democracia, la “fórmula superior de convivencia humana”.
Manuel Chaves Nogales nació en Sevilla en agosto de 1897. Hijo, nieto y sobrino de periodistas de orientación liberal, compatibilizó los estudios de Filosofía y periodismo. En 1920, publicó su primer libro, Narraciones maravillosas y biografías ejemplares de algunos grandes hombres humildes y desconocidos. Después de casarse con Ana Pérez, se trasladó a la capital y llegó a ser redactor jefe del Heraldo de Madrid, donde coincidió con González Ruano. En 1927 ganó el prestigioso Premio Mariano de Cavia por un reportaje sobre Ruth Elder, la primera mujer que cruzó el Atlántico en un Junker. La década siguiente será especialmente fructífera. Publica varios libros basados en sus viajes por Europa: Un pequeño burgués en la Rusia roja (1929), Lo que ha quedado del imperio de los zares (1931) y El maestro Juan Martínez, que estaba allí (1934). En esas fechas, trabajó como corresponsal del Heraldo de Madrid en París.
En 1931 se convirtió en director del diario Ahora, afín a los planteamientos políticos de Azaña. Ahora fue la alternativa al monárquico y conservador ABC, con reporteros destacados en las principales capitales de Europa. Entre los colaboradores más distinguidos de Ahora hay que nombrar a Pío Baroja, Ramiro de Maeztu y Miguel de Unamuno. En 1935, Chaves Nogales publicó su obra más famosa, Juan Belmonte, matador de toros, la única que autorizó reeditar el franquismo. Aunque no sentía un especial interés por la tauromaquia, se quedó cautivado por el coraje, la humanidad y el afán de superación de Belmonte, rival de Joselito y amigo de Valle-Inclán y Gómez de la Serna. En la biografía se mezclan las voces de Belmonte y la del propio Chaves Nogales, componiendo un texto que según Muñoz Molina se anticipa en tres décadas a la “novela de no ficción”. Tras comenzar a escribir con un estilo algo barroco, el periodista había alcanzado la madurez creativa con una prosa limpia, precisa y sin retórica.
Apenas estalla la Guerra Civil, Chaves Nogales se pone al servicio de la República, escribiendo artículos y editoriales. Aguanta en Madrid hasta que el gobierno se traslada a Valencia. Sabe que ha acumulado méritos para ser fusilado por los dos bandos: “Antifascista y antirrevolucionario por temperamento, me negaba sistemáticamente a creer en la virtud salutífera de las grandes conmociones. […] Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario”. Admite albergar “un odio insuperable a la estupidez y la crueldad”.
Deplora con el mismo pesar los crímenes de las milicias en Madrid y la política de exterminio de los sublevados a su paso por Andalucía y Extremadura. Reclama el derecho a obrar en conciencia, distanciándose de cualquier forma de violencia: “Yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos. Para un español quizá sea éste un lujo excesivo”. No ignora que su postura le aboca a ser “un huésped indeseable” en todas partes. Augura que a los españoles les espera una larga dictadura, con independencia de quien sea el vencedor. Después de tres años de violencia, se recurrirá al terror para asegurar la victoria, despreciando cualquier idea de reconciliación.
Se puede considerar a Chaves Nogales como un precursor del nuevo periodismo (Capote, Mailer, Wolfe). Sus crónicas de la revolución de Asturias reúnen todas las características de esa escuela: estilo con un propósito literario, perspectiva crítica, uso de la primera persona para dejar clara la presencia en el lugar de los hechos. Chaves Nogales denunciaba que se habían cometido muchos crímenes, pero aún confiaba en el carácter de los españoles, demasiado nobles para convertirse en autómatas del “ciego doctrinarismo marxista”. Su mayor inquietud era que la sublevación no representara el primer capítulo de una tragedia mayor, capaz de destruir la República.
Para muchos, Chaves Nogales es el mejor periodista español del siglo XX. Entrevistó a reyes, jefes de estado, líderes religiosos, artistas. Entre ellos, Alfonso XIII, Churchill, el arzobispo de Canterbury, Maurice Chevalier, Chaplin. A sus lúcidos 97 años, Pilar Chaves, su hija mayor, nos dejó un entrañable retrato de su padre: “Gran fumador, cariñoso, ligero, alto, activo, guapo, de ojos azules, de buena presencia y nada presumido. Trabajaba muchísimo y lo veíamos poco”.
Chaves Nogales murió de cáncer el 4 de mayo de 1944. Se encontraba solo en Londres, colaborando con varios medios ingleses. Fue inhumando en el cementerio de Fulham, cerca de la capital, en una tumba sin ninguna inscripción. Tenía 46 años. Una semana más tarde, el Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo le impuso una pena de doce años de prisión, y dictó su inhabilitación absoluta y perpetua. Su figura y su obra cayeron en el olvido, pero a partir de los años noventa comenzaron a ser recuperadas. No tardaron en ser consideradas el mascarón de proa de esa España que no pudo ser y que hoy vuelve a plantearse como una urgencia. La lectura de Chaves Nogales nos podría ayudar a avanzar hacia un porvenir donde ya no se perciba al adversario como un enemigo, sino como alguien con el que es necesario entenderse.
“Los sectarios –escribió el periodista- tienen miedo al hombre libre e independiente”. Si éste desapareciera, “la causa de la libertad en España no habría quien la defendiera”. Estas palabras merecerían estar grabadas en el frontispicio del Congreso, escenario de tantas confrontaciones estériles. Los periodistas que avivan hogueras también deberían aprender de una voz templada, ecuánime y con una saludable ironía. No podía faltar ese último rasgo, pues ya se sabe que el humor es el enemigo más implacable de los tiranos.