Madrid, frontón de España
Entramos con el escritor y periodista Julio Valdeón al Frontón Beti Jai, dentro de las visitas que organiza el Ayuntamiento de Madrid
12 noviembre, 2020 08:00En Madrid, como en las mejores barras y las capitales más efervescentes, hay de todo y ese todo comprende un río con patos de quita y pon, un hospital de campaña y una pista de hielo con ataúdes en los días aciagos de la peste, mil y un bares agónicos por la pandemia, libros de Andrés Trapiello como oraciones laicas de ilustrada erudición y resistencia republicana, canciones de Joaquín Sabina para beber en limpios caballitos de tequila, películas de Luis García Berlanga y Pedro Almodóvar, resplandecientes historias de Perico Beltrán en el Gijón, libros de Paco Umbral ahora que un documental rescata al genio y la menor tasa de nacionalistas por metro cuadrado en el país con más nacionalistas por metro cuadrado del mundo. También dispone del frontón de pelota vasca más suntuoso, bellísimo, elegante y monumental del mundo.
Levantado en 1893, diseñado por el arquitecto Joaquín Rucoba, lo inauguraron un año más tarde. A Rucoba le debemos el ayuntamiento de Bilbao y la plaza de Toros de Málaga, La Malagueta. El frontón fue bautizado como Beti Jai, o ‘Siempre fiesta’. Un nombre mucho más sugerente, y resistente, y hasta resiliente, que los de tantos estadios de fútbol. Generalmente nombrados en honor a un capo de la construcción con inclinaciones populistas y gusto por la grifería contrachapada en oro. Su aforo, más de cuatro mil espectadores, demuestra la popularidad de que gozó el deporte de la pelota vasca en las postrimerías del XIX y los primeros años del siglo XX. Basta pasear hoy por Miami o Brooklyn para felicitarse por su posterior viaje más allá de Atlántico, donde floreció y mutó y evitó la desaparición a la que parece abocado en España.
El aforo el Beti Jai, más de cuatro mil espectadores, demuestra la popularidad de que gozó el deporte de la pelota vasca en las postrimerías del XIX y los primeros años del XX
Entre tanto el frontón cayó en desuso y si las fuentes no fallan y los folletos y los libros no mienten fue usado sucesivamente como comisaría de policía durante la Guerra Civil, taller de reparación de automóviles y hasta como anfiteatro fantasma donde ensayaban su música y sus himnos una serie de bandas vinculadas a la Falange. Con lo que el viejo y noble espacio, eucaristía de metal, madera y piedra, cayó en una condición letárgica que un cursi podría asimilar con la propia decadencia del deporte vasco y que, si bien se explica por eso, y porque se trata de una práctica deportiva que no ha logrado evolucionar y adaptarse a los nuevos tiempos, resulta igualmente ejemplo de negligencia respecto a un patrimonio histórico y sentimental que merecía algo más de atención y cuidado.
Declarado Bien de Interés Cultural en 2011, su reapertura tendría que enorgullecer a cualquier ciudadano comprometido con el futuro y el pasado de Madrid. Ciudad de todos. La única que no pide papeles ni exige feligresías. Tan española y tan vasca que entre sus hielos rompen a morir los pescados del Cantábrico y en sus muros restallan de nuevo los gritos del pelotari. Fernando Larumbe, que fue jugador del asunto, en la mejor pieza que he leído sobre el Beti Jai, recordaba que hay un interesante documental dedicado al frontón, al que califica como Capilla Sixtina de la pelota vasca. También recuerda que en los años en que Rucoba remata su proyecto fueron inaugurados otros tres grandes frontones en Madrid. Sostiene que su éxito marca la exportación del juego a otros lugares de España. No podía ser de otra forma en un país que crece y se nutre en un rico diálogo de la periferia al centro y viceversa.
El Beti Jai subraya esa capacidad tan madrileña para sumar lo particular al acervo compartido de la Babilonia bohemia y vanguardista, flamenca y mestiza, castiza y también vasca
Este flujo riquísimo y persuasivo genera un violento rechazo entre los partidarios del identitarismo de la patria chica y otros alegres reaccionarios. Ellos apuestan nuestro patrimonio al monocultivo del odio a lo común; el Beti Jai en cambio, subraya esa capacidad tan madrileña para sumar lo particular al acervo compartido de la Babilonia tecnológica, bohemia y vanguardista, flamenca, mestiza y castiza y también vasca. Un Madrid de perros que aúllan de madrugada, de barrios bostonianos que construyeron los krausistas, de café literarios y garitos de rock and roll, de fantasmas de escritores y empresarios millonarios de ideas, un Madrid en presente continuo que lo mismo acoge y disfruta la pelota vasca que la bachata caribeña, las startups por llegar y los partidos de fútbol infantiles a la sombra de un caño de latón y un cielo azul cruzado de vencejos.
Ahora que los idiotas posmodernos reivindican la diversidad como antagonista de lo común, que injurian todo lo que nos iguala, ahora que los xenófobos y los demagogos están empeñados en caricaturizar Madrid como una sanguijuela, parece un momento ideal para brindar por el Beti Jai de Chamberí. Rutilante exponente de la arquitectura del hierro (Larumbe dixit) al que la ciudad que amamos, qué bien resistes, salvó como merecía.