Tras la controvertida decisión del año pasado de premiar ex aequo a Margaret Atwood y Bernardine Evaristo, el Premio Booker de 2020 ha alcanzado, según el jurado, una decisión “unánime y rápida”. El máximo galardón de las literatura en inglés, recordemos que en 2014 se abrió a escritores no británicos, ha recaído en el escocés Douglas Stuart (Gllasgow, 1976), que logra alzarse con el galardón, y con las 50.000 libras que acredita, por su debut Shuggie Bain, una historia autobiográfica que narra la infancia de un niño que crece en la decadente Glasgow postindustrial de los años 80 cuidando de una madre que lucha contra el alcoholismo.
“Ganar este premio se siente irreal”, explicaba el escritor, que tras graduarse en el Royal College of Art de Londres, se mudó a la ciudad de Nueva York, donde comenzó una carrera en el diseño de moda. “Yo era un chico de clase trabajadora que tenía una carrera diferente y llegó tarde a escribir. Esta validación de mi trabajo literario me cambia la vida y espero que inspire a otros autores de clase popular”.
Igual que a él, segundo escocés en obtener el Booker, le inspiró en su día la victoria de su compatriota James Kelman en 1994 con la novela Era tarde, muy tarde. “Cuando él ganó, a mediados de los 90, las voces escocesas eran consideradas disruptivas y fuera de lo normal. Me fascinó por ser un libro tan atrevido, donde la prosa y la introspección de los personajes es realmente inventiva. Pero también me impactó que fue una de las primeras veces que vi a mi gente, mi dialecto, plasmado en las páginas de un libro”, confesó Stuart, que agradecer y dedicar el premio a “la gente de Escocia, especialmente a los habitantes de Glasgow, cuya empatía, humor, amor y lucha están en cada palabra de este libro”.
Volviendo a la novela, que en España editará Sexto Piso en los próximos meses, el ambiente que recrea Douglas es el de la gris Glasgow de la era Thatcher, cuando la reconversión industrial asoló a los británicos con la pobreza. En este contexto, Agnes Bain, una mujer que ha visto rotas sus esperanzas vitales y ha sido abandonada por su mujeriego marido con sus tres hijos en un decadente pueblo minero, recurre cada vez más al alcohol en busca de consuelo. Sus hijos, especialmente el protagonista, Shuggie, hacen todo lo posible por salvarla, antes de comprender que deben abandonarla para salvarse a sí mismos.
La crudeza de sobrevivir
Margaret Busby, editora y presidenta de los jueces de Booker en esta edición, que se ha retransmitido por la BBC sin la tradicional cena de gala en el Guildhall de Londres, aseguró que la novela de Stuart está "destinada a ser un clásico" y la describió como "un retrato conmovedor, envolvente y lleno de matices de una capa social muy unida, de su gente y sus valores”. Entrando en detalles, también valoró que es “un libro increíblemente emotivo, íntimo, desafiante y compasivo, que aborda temas difíciles y personajes que sufren. No es una historia en la que todos viven felices para siempre... pero en cierto sentido da esperanza de una manera diferente”.
La crudeza del relato, que explora la crueldad y el dolor que engendran la pobreza y los límites del amor y el vacío del orgullo, cobra mayores tintes dramáticos al estar dedicada a la madre del propio Stuart, que murió de alcoholismo cuando él tenía 16 años. “Es muy escocés afrontar las cosas difíciles con franqueza. Mucha gente sufrió un momento difícil bajo Thatcher, pero todos estábamos muy unidos, porque cuando no tienes la comodidad del dinero, te ves obligado a lidiar con la vida y, a veces, el amor, el humor y el optimismo es todo lo que puedes aportar a una mala situación”, explicó el escritor. “Creo que Glasgow es una ciudad de optimistas reacios por defecto. ¿Cómo hubiéramos sobrevivido de otra manera?”.
En este sentido, Stuart considera que, aunque haya pasado el tiempo y ahora viva lejos, “la distancia me ayudó muchos a extraer la historia de mis duras experiencias en Glasgow. Me trajo claridad, pero también me permitió enamorarme de la ciudad nuevamente”. Y es que reconoce el autor que “los personajes de Shuggie Bain no podrían existir en ningún otro lugar, Glasgow está tanto en su sangre como en la mía. Cuando vienes de un lugar de carácter tan fuerte —opresivo, resistente, cariñoso, hilarante, agresivo, enloquecedor— da forma a quién eres por el resto de tu vida”.
Un sentido de pertenencia que se deja sentir también en su próxima novela, Loch Awe, a la que está dando “los toques finales. Está ambientada en la década de 1990 en Glasgow y es la historia de dos adolescentes, que se enamoran a pesar de estar divididos por líneas territoriales y sectarias”, adelanta Stuart, que también comparte sus motivaciones. “Analiza la masculinidad tóxica y la presión que ejercemos sobre los chicos de la clase trabajadora para que ‘se hagan hombres’. Quería mostrar cómo los hombres jóvenes que crecen en la pobreza extrema pueden ser algunas de las personas más victimizadas y olvidadas en la sociedad británica”, resume.
Temor a EE. UU.
Stuart, cuyo libro fue rechazado por 30 editores antes de que ser aceptado por las editoriales Grove Atlantic en Estados Unidos y Picador en Reino Unido, fue uno de los cuatro novelistas debutantes que competían entre los seis finalistas, que en esta edición conformaron la alineación más diversa en la historia del premio. Además del ganador, llegaron al final los escritores estadounidenses Diane Cook, Avni Doshi y Brandon Taylor, la zimbabuense Tsitsi Dangarembga y la etíopeestadounidense Maaza Mengiste.
La presencia de un único escritor británico, y este con doble nacionalidad también estadounidense, ha avivado el ácido debate que generó hace seis años la decisión del Booker de permitir participar a cualquier autor que escribiera en inglés. De nuevo, la escena literaria británica ha manifestado su temor de que este cambio de reglas conduzca al dominio de los autores estadounidenses, pues este año, quitando de Dangarembga, todos los escritores preseleccionados eran de ese país o tenían la ciudadanía estadounidense.