Contaba John le Carré (Dorset, 1931) que hace años, cuando estaba pensando en escribir su autobiografía, contrató a dos detectives para que lo investigasen a él y a su familia. Al haber sido hijo de un aventurero estafador, espía del Servicio Secreto de Su Majestad, y un novelista que había dedicado su vida a inventar historias, la verdad y el recuerdo acostumbraban a confundirse entre sí. "Les expliqué que era un mentiroso. Nací para mentir, me educaron para ello, un sector que miente como medio de vida me entrenó para hacerlo, y adquirí experiencia siendo novelista". Estaba interesado en conocer los hechos de su vida, les dijo a los detectives, ya que, “como creador de ficciones, invento versiones de mí mismo, jamás la realidad, si es que tal cosa existe”.
Ahora el escritor británico, experto tejedor de una realidad y una literatura compuestas de certezas y mentiras a partes iguales ha llegado hasta la Verdad. Le Carré ha fallecido a los 89 años en Cornualles, ciudad en la que tenía su residencia, a causa de una neumonía, según ha informado Curtis Brown, la agencia que le representaba. Nos deja así uno de los autores más populares entre el gran público gracias a sus novelas de espías, que acapararon al final de su carrera un gran prestigio, y también un hombre cuya vida fue tan apasionante como la de algunos de sus personajes.
Nacido como David John Moore Cornwell en 1931 en la ciudad costera de Poole (Dorset, Inglaterra), Le Carré tuvo una relación complicada con sus progenitores. Su madre lo abandonó cuando tenía cinco años y se reencontró con ella dieciséis años después. Tenía otros dos hijos. Su padre se codeó con el crimen organizado y visitó la cárcel varias veces. También pegaba a sus hijos y a sus mujeres. Los tejemanejes del padre bien podrían estar en el origen del interés de Le Carré por los secretos y las mentiras elaboradas. Estudió en la escuela pública y se matriculó en Idiomas en la Universidad de Berna en Suiza.
El teatro del espionaje
En 1950, Le Carré se alistó en el cuerpo de inteligencia de la Armada Británica, trabajando como interrogador en alemán de las personas que cruzaban el telón de acero hacia el oeste. El escritor contaba que en esa época recorrió las ciudades arrasadas del Ruhr, que enfermó y guardó convalecencia en un "viejo catre de la Wehrmacht" y que visitó tras la guerra los campos de concentración de Dachau y Bergen-Belsen, "cuando aún persistía el hedor en los barracones". Más tardé desempeñó labores de inteligencia en Austria y después en Bonn, fue espía bajo la tapadera de un cargo subalterno en la embajada británica. Recorrió medio mundo (a menudo con identidades falsas) y vivió aventuras que, en la vejez, era incapaz de desligar de las de sus personajes: "El recuerdo puro —escribió— sigue siendo tan difícil de aprehender como una pastilla de jabón mojada".
Ni siquiera como escritor, pronto celebrado por El espía que surgió del frío (1963), fue Le Carré un sedentario. Para sus novelas acostumbraba a acompañar a periodistas y corresponsales de guerra: Camboya, Vietnam, Israel y Palestina, el Congo, un lado y otro del telón de acero. "A partir del mundo secreto que conocí, he intentado crear un teatro para los mundos más extensos que habitamos", afirmaba. "Espiar y escribir novelas están hechos el uno para el otro", apuntaba en otro lugar. En Bonn, cuando su misión consistía "en obtener traidores para su causa", comenzó su vida de escritor. Aunque sitúa su vocación literaria por delante, reconoce que el espionaje le vino dado de nacimiento, como "el mar a C.S. Forester, o la India a Paul Scott".
El MI5 le reclutó cuando impartía clases en el elitista colegio privado de Eton, donde se formaron las clases destinadas a detentar el poder en el Reino Unido, y durante un tiempo Le Carré captaba y enseñaba a espías del otro bando. Animado por Lord Clanmorris (que también escribió novelas bajo el pseudónimo de John Bingham), empezó a escribir Call for the Dead (Llamada para el muerto). En ella aparece por primera vez George Smiley, personaje que sería el protagonista de muchas de sus novelas, un espía metódico e inteligente en continua pugna con su rival soviético Karla, con una vida familiar infeliz, un temperamento melancólico y un inequívoco sentido moral. ¿Es posible crear un personaje más tierno y paradójico? En el cine, le dieron vida actores como Alec Guinness o Gary Oldman.
A la altura de los clásicos
Después llegaría Asesinato de calidad (1962), El espía que surgió del frío (1963), El espejo de los espías (1965), El topo (1974), El honorable colegial (1977) o La gente de Smiley (1979), todas ellas obras de éxito ya que en plena Guerra Fría el género de espionaje gozaba de una gran popularidad. Tras la caída del Muro de Berlín, Le Carré buscó nuevos escenarios y conflictos en obras como La casa Rusia, El jardinero fiel o Un traidor entre los nuestros, donde abordó temas como el tráfico de armas o la corrupción de las farmacéuticas, siempre contando con el beneplácito del público y logrando vender millones de ejemplares de sus novelas.
Su obra se adaptó hasta en diez ocasiones al cine, siendo algunas de las más celebres El espía que surgió del frío (Martin Ritt, 1965), La casa Rusia (Fred Schepisi, 1990), El jardinero fiel (Fernando Meirelles, 2005) y El topo (Tomas Alfredson, 2011).
Le Carré administraba el suspense con maestría. Con una prosa desnuda, minimalista y, ocasionalmente, lírica, construía aventuras apasionantes. Su precisión no era un simple prodigio de exactitud e ingenio, sino un ejemplo de orden, limpieza y transparencia, virtudes clásicas que a veces se echan de menos en otros géneros. Para muchos lectores y críticos, Le Carré es todo un clásico, a la altura de Graham Greene, Conan Doyle o Dashiell Hammett, injustamente menospreciados todos ellos en su tiempo.
Para Le Carré el paso de vivir del espionaje a convertirlo en fuente de inspiración de su carrera literaria le provocó no pocos quebraderos de cabeza. Sobre un iracundo excolega que amenazó con tumbarle de un puñetazo, dijo: "Habría sido inútil hacerle ver que en algunas de mis novelas he pintado a la Inteligencia Británica como una organización mucho más competente de lo que es en realidad". Le Carré opinaba que la KGB había superado al MI5 en "astucia y capacidad de infiltración prácticamente en cada paso".
Del espionaje a la autocrítica
Con el tiempo su obra fue perdiendo cierto relativismo moral para volverse más política a medida que los tiempos cambiaron. El imperio soviético dejó de ser el enemigo acérrimo y se convirtió en una sórdida cleptocracia con la que se podía hacer negocios, y Le Carré fijó su atención en Occidente, que siempre ha sido su verdadero tema. Los enemigos (las farmacéuticas, los bancos corruptos, las perversas multinacionales y los políticos sin fuerza de voluntad a los que compran) se volvieron menos exóticos. Los antiguos sacrificios —de vidas y de nuestra ética— se volvieron menos necesarios.
En su libro de memorias Volar en círculos (2016), además de repasar su trayectoria y rendir cuentas con sus progenitores, trazó despiadados perfiles de personajes célebres a los que conoció, como Rupert Murdoch, Yasir Arafat o Margaret Thatcher. También se mostró en contra de la Guerra de Irak y de la administración Bush por su utilización del campo de internamiento de Guantánamo. En su última novela, Un hombre decente (2019), colocaba el Brexit como diana, al tiempo que cuestionaba no solo las políticas del gobierno inglés, también las de Vladimir Putin y Donald Trump en un retrato de la falacia de este mundo difícil de comprender.
Apartado de los focos en las últimas décadas, a comienzos de este año el escritor británico recibió en Estocolmo el Premio Olof Palme, otorgado anualmente a una persona que consigue "logros extraordinarios" inspirados en el espíritu del difunto primer ministro sueco. En este repaso lúcido, sarcástico y sincero de lo que han sido su vida y su obra, Le Carré aseguraba: "Yo no soy un héroe. Soy un fraude. ¿Cómo me gustaría que me recordaran a mí? Con que sea como el hombre que ganó el premio Olof Palme de 2019 me conformo".