Lucien Febvre, uno de los artífices de la gran renovación de la historia que se produjo en el siglo XX, resumía el trabajo del historiador en “comprender y hacer comprender” el pasado. Algo sencillo de formular y difícil de conseguir, pero que resume bien las dos facetas de nuestro cometido: la relación que entabla el investigador con las fuentes y la bibliografía sobre un hecho o un fenómeno del pasado y, a partir de ahí, la elaboración de una narración para que otros entiendan lo acontecido. La cita de Febvre aparece en este libro de Enrique Martínez Ruiz (1943) en torno a Felipe II, y con ella quiere justificar la tarea de escribir sobre el rey y su reinado. ¿Una nueva biografía de Felipe II?
Martínez Ruiz es un historiador modernista de larga trayectoria, profesor e investigador, que además ha realizado alguna incursión en la ficción histórica. Todo ello le acredita para comprender y hacer comprender la Monarquía de España cuando estuvo regida por Felipe II. Abruma el volumen de la bibliografía acerca del Rey Prudente y su tiempo, como él mismo reconoce. Pero precisamente por esto, por la cantidad de estudios parciales y de biografías existentes, tiene sentido realizar un trabajo de conjunto, que sea a la vez una síntesis y una propuesta crítica interpretativa nacida de la concepción propia de un autor con experiencia. Ningún trabajo de historia es definitivo, y quizás menos aún las biografías de personajes que por sí solos identifican una época o cuyo recuerdo no deja nunca de ser un espacio de discusión.
Entre los posibles enfoques, Martínez Ruiz ha optado por presentarnos una triple dimensión: Felipe II hombre, rey y mito. En realidad, la vertiente personal y la de gobernante se solapan en cualquier monarca de entonces, y más aún en este, cuya concepción del poder como deber y como derecho singular le llevó a vivir de manera indistinguible lo relacionado con su vida íntima y su vida pública. Así vivió Felipe II su oficio de rey y entendió la pertenencia a una dinastía. En las páginas dedicadas a estas dos partes, al autor nos desgrana lo personal y lo político en capítulos temáticos, como estampas, que permiten conocer lo esencial de los múltiples aspectos que necesitamos para completar un fresco comprensivo del carácter del soberano, sus decisiones y el funcionamiento de una Monarquía que es realmente un imperio global inédito. Construida de este modo la narración, el lector va formando su propia idea del personaje y su contexto.
La colisión entre una imagen denigratoria y otra laudatoria se ha mantenido después de la muerte de Felipe II en el terreno de la memoria
Otra tratamiento se otorga a la tercera parte, la dedicada al “mito” de Felipe II. Pocos reyes de España han sido cubiertos por un manto polémico tan grueso. Y lo más llamativo es que no solo no ha desaparecido, sino que parece incrementarse con el paso del tiempo. El recuerdo y con él los juicios sobre el rey, como bien recoge Martínez Ruiz, arrancan desde el mismo reinado, cuando se enfrentaron en una guerra de opinión sus rivales y el propio monarca. La colisión entre una imagen denigratoria y otra laudatoria fue paralela a la acción política y las contiendas bélicas y lo interesante es que se ha mantenido después de la muerte de Felipe II, en el terreno de la memoria y de la fabricación de relatos con otros intereses.
Y es que aquí se entrelaza el rey con la Leyenda Negra, porque aunque esta naciese antes, no cabe duda de que buena parte del núcleo central de este fenómeno de propaganda se aquilató entonces. Quizá incluso pueda decirse que la imagen Felipe II condensó todos los elementos acusatorios sobre la actuación y el carácter de los españoles que fueron y son blanco de los ataques. E igualmente, pueda afirmarse que ningún otro monarca español se identificó mejor con la sociedad que rigió.
Por eso Enrique Martínez maneja dos conceptos ligados en este terreno de las pasiones y los intereses: un relato negro y otro áureo, uno ominoso y el otro de exaltación. El recuerdo de Felipe II no puede sustraerse de ellos y, por su permanencia, tiene también una apasionante historia. El autor la describe de modo ponderado y, sin ocultar su propia postura, permite al lector que extraiga sus propias conclusiones.