“No hay novelista capaz de contar lo que está pasando en el mundo”, escribía la poeta y diplomática Gabriela Mistral durante esos oscuros años que atenazaron el siglo XX. Quizá por eso, donde no llegaba la literatura sí lo hacían las cartas llenas de vivencias que la Fundación Banco Santander reúne en De mujer a mujer.

Una antología donde las misivas enviadas a la Nobel por artistas escritoras e intelectuales españolas como Maruja Mallo, Zenobia Camprubí, Victoria Kent, Ana María Sagi o María Zambrano dan cuenta del desgarro que supuso para todas ellas la experiencia del destierro y las difíciles heridas de nuestra guerra.

Maruja Mallo

MARUJA MALLO

SANTA FE 2861

BUENOS AIRES

Sep. 1943

Queridísima Gabriela:

Recibí tu carta, ya tenía muchísimas ganas de saber de ti. Ahora creo que ya estarás muchísimo mejor de los ojos. Realicé tu pedido y ya [lo] habrás recibido. Como verás, querida, las cosas han tomado una decisión a favor de nuestros ideales. Leo tus cosas publicadas en La Nación.

Aquí estuvo y te envía mil recuerdos Leopoldo Lewin, que te tiene gran estima. Yo trabajo intensamente y estoy realizando unas «Naturalezas Vivas» que me sugirió [sic] las costas chilenas. Gustan muchísimo.

Mil abrazos, querida, de

Maruja

THE PLAZA Room 665

FIFTH AVENUE AT 59TH STREET

NEW YORK

7 [de] Nov. [noviembre] [de 1948]

Queridísima, inolvidable Gabriela: Vi con sorpresa tu nombre en el libro de firmas que estaba en el álbum de mi exposición, magníficamente presentada pues me dieron toda la galería, cosa que jamás se hace. Ha sido un éxito mi exposición.

Inmediatamente llamé al consulado para encontrar tu dirección, y me dijeron que no estabas aquí en N. Y. [Nueva York]. Tenía unos enormes deseos de verte. Te envío el catálogo. Escríbeme, me tienes olvidada completamente, y sabes que para mí eres inmensa.

Siempre recuerdo que me dijiste que harías una nota sobre mis cuadros, pero esa nota no llegó nunca a mis manos.

Tengo el avión del 15, así que pocos días estaré en New York. Si crees que hay tiempo, contéstame aquí, si no, por favor, a B. [Buenos] Aires. No te olvides.

Un gran abrazo de quien sabes lo mucho que te quiere

Maruja Mallo

Ana María Sagi

París, 27 de enero [de] 1946

Querida Gabriela Mistral: Tal vez las numerosas recepciones oficiales hayan terminado ya y tal vez, después de haber prodigado su proverbial gentileza y haber observado, con curiosidad, ese singular mundillo de las letras, querrá usted recibir [a] esta periodista y poeta español [sic], arrancado [sic] a su dulce tierra de Cataluña desde hace siete años. La revista Per Catalunya, órgano de los intelectuales

catalanes en el exilio, solicita unas palabras suyas. ¿Quiere usted atender este ruego y permitir que, por segunda vez, vaya a estrecharle la mano?

Durante su estancia en la Residencia de Pedralbes —«La casa blanca de cien puertas / brilla como ascua a mediodía…»—, como miembro oficial de la Comisión de Cultura de la Generalidad, acudí a una de las recepciones que aquella le ofreció. Aunque solo sea para resucitar unos instantes aquel feliz recuerdo, suplico a Vd. [usted] acceda a mi petición.

En espera de su respuesta, reciba, querida y admirada Gabriela, con mi profunda estima, mi más cordial saludo

Ana María Sagi

Victoria Kent

México [D. F.], 9-1-[19]50

Mi querida y admirada Gabriela:

Una gran pena me causaron sus últimas líneas con la noticia de su marcha a Italia, Palma me confirmó la noticia también. Yo me había hecho a la idea de su parada aquí, en México, con la garantía de una carta propia que le atara un poco, pero veo que por el momento no son esas las perspectivas. Sí, desde luego, yo quiero verla antes de marchar, pero dígame, poco más o menos, la fecha para elegir yo el fin de semana menos cargado.

Ya me comunicaré con Palma para tener la seguridad de la fecha.

Sentí no poder pasar con V. [usted] unos días en el mes de diciembre. Yo disponía entonces de más tiempo, pero la incertidumbre de su permanencia en un punto se llevó aquella posibilidad.

Estoy encantada con mi poesía «El Prisionero» que tiene V. la gentil atención de dedicarme. Es muy bella, V. me leyó algunos trozos y la espero para tener un anticipo del deleite de su libro.

Sobre mis asuntos de trabajo veré claro a fines de mes, las cosas son tan inseguras que nada puede uno anticipar sin tenerlas en la mano —parece una paradoja, pero así es—.

Es posible que la Escuela marche, pero en prevención de que así no sea —ya le hablaré de mis temores— yo le rogaría a V. unas líneas para Jaime Benítez, para dar en la universidad un cursillo de 2 o 3 meses. Sé que dejé buena impresión y no será difícil asignarme unas clases por ese tiempo, que pueden versar sobre Criminología y Derecho Penitenciario, por ejemplo. Eso me permitiría obtener algunos dollars para defenderme unos meses y proyectar algo nuevo. Pero ya le digo, esa carta de V. yo la guardaría para el momento oportuno.

Con toda la lealtad que nuestra amistad encierra, le ruego me diga si le complace o no escribir a Benítez. Yo podría dirigirme a él, pero en estas cuestiones siempre es preferible ir de una mano amiga, y más si esa mano es de la categoría de la suya.

Gracias por todo, mi querida Gabriela, notifíqueme la fecha de su viaje y reciba un abrazo con mi afecto fiel y profundo

Victoria

María Zambrano

La Habana, 4 [de] febrero [de] 195395.

El Vedado Calle N. n.º 212

Mi querida Gabriela:

Perdone que la llame así, ya que la vida —las circunstancias— no me han deparado la ventura de poder tratarla.

Hubiera querido hablarle de Chile. Viví en él, como mujer de mi marido, entonces secretario de la Embajada de España. Plena Guerra Civil. Civil, y con sentido universal. Lo dejamos para volvernos a nuestra hoguera. No sé si sabe ¡tantas cosas! Los guaso nos enviaban sus centavitos, logrados, a veces, vendiendo por los caminos guirnaldas de la flor del copigüe —¿se escribe así?—. Los niños de los barrios muy pobres de Santiago me enviaban su merienda envuelta en periódicos. Y, cuando salí para España, un grupo de mujeres me trajo un ramo de espigas que yo tuve conmigo en Valencia, en Barcelona. Y cuando hube de salir entre aquel medio millón que pudo hacerlo, lo dejé enterrado allá, cerquita de la frontera de Francia, en tierras catalanas. ¡Quizá haya germinado y algún grano de trigo de su tierra brotara en la mía, tan dolorida!… ¡Y cuántas cosas más! No he vuelto a Chile, no importa. Lo amo.

Quisiera decirle que Dios la guarde. Pero Él la ha guardado desde siempre. Así, solo le diré que me alegro de haberla visto. Y perdone que no sepa escribir. Mi letra es una tortura para quien ha de leerla, y, por eso, y porque la sé agobiada de atenciones, no sigo.

Téngame por alguien que ha de quererla siempre, aunque no la vea.

María Zambrano

Y me conmovió hasta lo más hondo la tierra pelada de Antofagasta. ¡También vengo del desierto!

Carta de María Teresa Díaz-Canedo a Gabriela Mistral. Fondo de la Biblioteca Nacional de Chile

María Teresa Díaz-Canedo

Middlebury College

Vermont - Agosto, 1942

Muy querida Gabriela Mistral. Hemos estado recordándola mucho, todo este tiempo, pues nos figuramos los momentos que estará pasando con este estado de cosas, de la humanidad, del mundo, de los hombres, de las pasiones vueltas en torbellino atroz; soberbia, maldad, acaparamiento único de conciencias, vidas y riquezas. Estos días que oigo y oigo a tantas estudiantes, con sus problemas de gramática española, queriendo asegurar las palabras y los modismos en su cabeza, y yo, que nunca supe de ellos, parece que sin querer, como V. [usted] verá, entro en el engranaje. Profesoras de Vassar me dicen que la conocen, Camila Henríquez Ureña me dice hoy que V. estuvo aquí, en Hepburn Hall, un verano. ¿Por qué no habremos coincidido, entonces, nosotros? ¡Qué maravilla dar juntos un paseo, los tres, por estas montañas chatas y tranquilas, que, en estas semanas, nos aíslan de tanto horror, aunque retumba el eco…!

Después de las naturales dificultades, salimos de México para venir a este curso de verano, y crea V. que tuvimos el pasaporte americano, el visado, cuatro días antes de salir. Estuvimos con la incertidumbre todo el tiempo antes. Hicimos el viaje, en autobús, descansando en San Antonio-Texas, San Luis-Missouri y Nueva York. El viaje es caro; para poder hacerlo, Enrique se tradujo La Historia, como Historia de la Libertad, de Croce5, y, con otras cosillas, nos vinimos en autobús por razones económicas. Fue un acierto, porque lo resistimos bien, gracias a Dios, y vimos maravillados este país tan hermoso atravesando pueblos,

ciudades y campos, en plena cosecha. Una equivocación en la fecha del tiempo permitido para regresar, teníamos puesto en México 90 días, y había que poner 120, acompañado de alguna testarudez del oficial de la inmigración de Nuevo Laredo, nos obliga a tener que estar de vuelta a México, pasar para México,

en esta frontera americana el día 28 de este mismo mes, y esto nos ha impedido o nos impide ir a ver a Juan Ramón Jiménez, que nos buscó unas conferencias en la Universidad de North Carolina, Durham, y aceptar otras invitaciones de buenos amigos que nos habrían dado un poco de tranquilidad en un viaje tan largo, ya que, con la misma precipitación que vinimos, nos tenemos que poner en marcha. Espero en Dios que llegaremos a tiempo ante esa autoridad conminatoria, y que todo saldrá, como hasta ahora, a pedir de boca.

...

Zenobia Camprubí

7-IV-[19]51

1352 Magdalena

Santurce, P. R. [Puerto Rico]

Querida Gabriela:

Yo debí haberle escrito cuando llegó su primera carta a J. R. [Juan Ramón], que él tuvo colocada en el espejo de su cómoda en el Washington Sanitarium de Takoma Park. Allí la vio Raquel Tapia de Guzmán Cruchaga, que reconoció su letra desde la butaca en que estaba sentada acompañando a J. R. Nuestro calvario, querida Gabriela, empezó a principios de verano y creo que, si hubiéramos sido mejores organizadores y el proyectado viaje a tierras hispanoamericanas del extremo sur se hubiera realizado, habríamos esquivado esta catástrofe. Vinimos a P. R. [Puerto Rico] en nov. [noviembre] para hacer

un ensayo brevísimo, ya que el problema económico después de 3/4 meses de hospitalización voluntaria e innecesaria no estaba bien resuelto. Nos volvimos a terminar yo mi semestre, y en ese tiempo las cosas se pusieron aún peor, como yo me temía. Pero lo de P. R. había sido un principio de curación truncada, y con el consejo del Dr. Overholser [de] que me llevara a J. R. a «su ambiente», en cuanto Maryland me dio mi semestre sabático, nos volvimos para acá. Aquí están los médicos y amigos que J. R. (desde los Estados Unidos) ansiaba volver a ver. Efectivamente, apenas llegado a P. R., J. R. se levanta todas las mañanas, ayer fue de excursión a la finca de Clara Livingston en Dorado, el domingo anterior fuimos a Luquillo, y, aun cuando J. R. nos dice que lo estamos matando, ha ganado 4 libras en 2 semanas, y tanto el Dr. García Madrid, su abnegado médico65, como yo creemos que está muy mejorado. La tez ha comenzado a broncearse y, aun cuando mucho menos frecuentes que en épocas normales, han empezado a [a]parecer sus sonrisillas irónicas. [Jaime] Benítez me ha ofrecido trabajo en la universidad66, y, mientras me decido, para septiembre tengo una gran colección de manuales instructivos para chicos de escuela que traducir. Vivimos en la pensión de la asturiana Dña. Lola Tuya, en donde a más de G. M. [García Madrid] están

Pepe de los Ríos (hermano de Fernando y antiguo amigo nuestro), el catedrático de matemáticas Gabriel Franco, el representante de la Iberia, María y Mercedes Rodrigo, y una parejita de hermanos puertorriqueños muy simpática. Zabaleta, el arpista, también nos acompaña unas semanas. Estamos muy rodeados de amigos españoles porque en la universidad hay un excelente plantel también: Francisco Ayala, Rivas Cherif, etc.

Estamos viviendo en un patio paradisíaco. No puedo prever el porvenir para decirle ya lo que quisiéramos saber, pero sí estoy segura de que [ilegible]. Escríbanos y cuéntenos cosas suyas. Sentimos haber estado ausentes cuando estuvo Vd. en W. [Washington], pero es probable que J. R. no hubiese querido que Vd. lo viera…, porque dice que «todos tenemos derecho a esconder nuestras miserias». Cuando J. R. sale de su obsesión de muerte nos encanta con su agudeza usual que [ilegible]. La abraza con gran cariño

Zenobia

María de Unamuno

New London, 3 de enero, 1956

Querida Gabriela: Le envío el Cancionero de que le hablé, última obra de mi padre publicada después de su muerte. Dentro va también la fotografía prometida, es reproducción de otra que tengo yo. No he quedado satisfecha de cómo ha quedado, esperaba que resultaría mejor. Por ahora no puedo ofrecerle nada mejor, lo siento.

Recuerdo con mucha frecuencia las horas que pasé en su compañía. Había oído tanto hablar de Ud. en mi vida que fue para mí una emoción inolvidable tener la suerte de conocerla personalmente. Espero que no sea esta la única vez que nos veamos.

Recuerdo también con agrado la acogida simpática y cordial de esas dos buenas amigas de Ud., Dora y Nilda, y lo bien que me trataron.

Me imagino lo que sufrirá Ud. con este frío y estas nevadas, a mí me tiene[n] acobardada, me paso las horas metida en mi cuarto en compañía de mis libros, pero estos no bastan, hacen falta personas de carne y hueso con quien[es] comunicarse, aunque sea para reñir algunas veces, esto es al fin humano y preferible a una soledad que acaba por exasperar. Este país tan admirable en tantos sentidos tiene para nosotros, españoles —no sé si para otros [t]ambién—, la lucha contra el aislamiento, al que contribuye en gran parte el idioma, como es natural.

Adiós, Gabriela, espero tener ocasión de volverla a ver pronto. Un saludo cordial a Dora y Nilda, y para Ud. el cariño de su amiga

María