Los cimientos del relevo
La diversidad prueba el buen año para la narrativa en español, sobre todo en lo tocante a la renovación generacional
24 diciembre, 2020 10:49Por el placer del juego, sin elevar una ocurrencia a la categoría de tesis, podrían establecerse oposiciones reveladoras entre las dos magníficas novelas que lideran la lista. Un amor, de Sara Mesa, y Poeta chileno, de Alejandro Zambra, indagan en ansiedades contemporáneas, pero Mesa opta por la condensación en tiempo, espacio y vínculos, con su historia de una mujer en fuga hacia el mundo rural; mientras que Zambra escribe su narración más extensa, urbana y fluida, al seguir los pasos vitales de un aspirante a poeta en una nación radicalmente poética. Un amor desconcierta e incomoda, Poeta chileno acompaña como un amigo, sin que la tristeza se traduzca en desolación, sino en consuelo.
La diversidad que cabe entre ambas propuestas prueba la riqueza de un buen año para la narrativa en lengua española; pienso, sobre todo, en la renovación generacional, que aquí no se refleja plenamente (¿qué lista de diez títulos alcanzaría a resumir un año?). Sara Mesa y el Jon Bilbao del espléndido wéstern Basilisco ya tienen por detrás otras generaciones apretando, si me permiten el juguetón retintín competitivo: solo por dar una pista, presten atención al olfato que ha demostrado la editorial Barrett con Rosa Moncayo y Andrea Abreu.
La diversidad prueba el buen año para la narrativa en español, sobre todo en lo tocante a la renovación generacional
Así las cosas, la cuota de consagrados la encabeza Leonardo Padura con Como polvo en el viento, cien por cien representativa de su estilo, y que comparte con Línea de fuego de Arturo Pérez-Reverte la concepción de la novela como herramienta para revisar un tema histórico (digo “tema”, más que “período”, deliberadamente: el exilio cubano, en un caso; la Guerra Civil, en el otro). Lo mismo ocurre con El mal de Corcira, de Lorenzo Silva, que tiene el añadido peculiar de convertir la lucha antiterrorista contra ETA en última pieza del largo proceso de construcción de dos personajes, Chamorro y Bevilacqua, que aquí obtienen su definitiva profundidad tras veinticinco años de paciente ensamblaje psicológico. A corazón abierto, de Elvira Lindo, acude a esta lista en representación propia, claro, pero también de la decena de novelas que este año han puesto el foco en los padres del autor, un fenómeno que merece reflexión: ¿por qué lo autoficcional ha virado tan significativamente hacia esa cuestión? ¿El éxito previo de Ordesa ha sido un detonante? ¿O cabe identificar la revisión de las paternidades con la crisis institucional generalizada? Son solo hipótesis, caben otras.
El mapa de los afectos de Ana Merino y La buena suerte de Rosa Montero conectan en su voluntad de contraponer la dureza de mundos periféricos y llenos de derrota con el optimismo de sus narradoras. En cuanto a Los ancianos siderales, de Luis Mateo Díez, es una presencia clásica, tutelar, y oportuna en este año que puso a prueba el compromiso colectivo con la salud de los mayores. Añado una nota crítica y su matiz: dos autores latinoamericanos de diez es una proporción muy poco ajustada a la realidad, aunque intuyo que la crisis económica y de movilidad ha menguado notablemente su visibilidad.
Unas palabras sobre la narrativa extranjera. La previsible y merecida ganadora, Los chicos de la Nickel de Colson Whitehead, es una formidable novela americana clásica, no exenta de higiénico espíritu cívico. La noticia feliz fue el regreso de Don DeLillo, cuyo El silencio será “menor”, no digo que no, pero está vertebrado por la inteligencia abstracta y profética, levemente dramatúrgica, que caracteriza a su colosal autor. Fran Matute fue el primero en señalarme que Orfeo, de Richard Powers, es una obra maestra: gracias. Sé que los Despojos de Rachel Cusk, que iluminarían a la pensadora de las relaciones afectivas Eva Illouz si llegaran a sus manos, me acompañarán por mucho tiempo, como lo hace cualquier libro de Annie Ernaux, también Una mujer.
El resto de títulos internacionales, de una diversidad formidable que encarnan Scurati y Chiang (de lo histórico a la alta ciencia ficción), confirman sin embargo dos constantes: Occidente solo lee Occidente, y la supremacía del inglés se resiste a morir.