La varia problemática de los seres humanos ocupa un lugar central en el conjunto de la obra narrativa de José Ovejero (Madrid, 1958). Este acorde prioritario se modula por medio de enfoques muy distintos que incluyen desde la alegoría hasta el testimonio de inmediatez. El reflejo de la desigualdad material tiene en sus novelas gran importancia y parecía que su escritura se había encarrilado últimamente en ese camino. Al precedente de un libro muy documental como Las vidas ajenas se había añadido el último, Insurrección, que pertenece con claridad a la literatura de denuncia. Y fuera de la ficción, en el articulismo, sus piezas en La Marea, digital donde coordina la sección de cultura, muestran una posición beligerante de escritor comprometido.
Humo no va en esta previsible dirección. Al revés, rescata al narrador interesado por la condición humana con un objetivo diríase que antropológico que deja de lado los determinantes sociales y económicos y se centra con absoluta intensidad y sin la menor concesión en relatar una dramática historia de supervivencia. Cuenta cómo el ser humano es capaz de afrontar las más adversas circunstancias imaginables y de desarrollar una energía casi imposible y un instinto animal para seguir viviendo. La determinación de no claudicar ante las adversidades es el excluyente motivo de Humo, un leitmotiv cuyo desarrollo tiene algo de canto épico.
En mínima síntesis, asistimos aquí a un rosario de actos que permiten a alguien sortear una tras otra toda clase de peligros y superar las más estrictas precariedades. Ese alguien, la protagonista y narradora, vive en una ruinosa cabaña en un monte perdido y sin vestigios cercanos de la civilización. Le acompaña un niño que apenas habla. Está pendiente de las visitas esporádicas de un hombre misterioso que le promete algún alivio y cuya relación tiene un impactante desenlace; igual que ocurre con la historia del niño y la de una gata que le sirve de compañía. Alguna vez aparece amenazadora gente extraña y surgen mortíferos enjambres de abejas. Y todo el tiempo subsiste sin comida, casi sin ropa ni calor, en una existencia primitiva y animalizada. Varios intentos de escapar de ese infierno no dan resultado.
'Humo' muestra alegóricamente y de forma convincente y eficaz el vigor que alimenta a nuestra especie para afrontar los infortunios
Lo peculiar de la leyenda inmemorial que expone Ovejero reside en el modo de referirla. Ya se deducen de los datos señalados componentes simbólicos, pero es muy otra cosa que una tradicional novela alegórica. El autor procede a la depuración total de cualquier elemento que distraiga del empeño innato y tenaz de sobrevivir. ¿Dónde y cuándo tiene lugar esa terrible historia? No sabemos el lugar. También ignoramos las fechas, solo vagamente precisables por la ocasional mención de un teléfono móvil. En este ejercicio de ascesis anecdótica se llega al despojamiento radical de rasgos convencionales. No recuerdo una sola novela en la que todos los personajes carezcan de algo tan elemental como el nombre propio. Salvo la gata (Miss Daisy), solo son “la mujer”, “el niño” o “el hombre”.
Sobrevivir es la meta y la proeza de la protagonista, pero siendo un caso particular también asume un alcance genérico. ¿No podemos pensar en los emigrantes, en el holocausto judío o en otras muchas situaciones equivalentes? La narradora sigue el hilo cronológico de las adversidades y concluye en una proclamación no idealista de fe. Continúa su periplo y, aunque exhausta, dice, “no me detengo ni un momento” con pasos decididos. Sus últimas palabras son: “Camino. Camino incansable. Libre. Salvaje. Herida”. Su discurso directo resulta convincente y eficaz en el propósito de mostrar qué vigor alimenta a nuestra especie para afrontar los más graves infortunios.