Guinea Ecuatorial se independizó de España hace apenas medio siglo y, a pesar de ello, poco o nada sabemos la mayoría de los españoles sobre el país africano. Quizá la referencia más habitual a Guinea sea la que empleamos cuando, para indicar que algo está lejos, decimos que está “en Fernando Poo”, como se conocía en tiempos coloniales a la isla de Bioko, una de las cinco que integran el país —además del territorio continental de Río Muni— y en la que se halla su capital, Malabo.
Título: Guinea Ecuatorial (des)conocida. (Lo que sabemos, ignoramos, inventamos y deformamos acerca de su pasado y su presente)
Coordinadores: Aranzadi Martínez, Juan Ramón y Álvarez Chillida, Gonzalo
Editorial: UNED
Año de publicación: 2020
Disponible en Editorial UNED
Disponible en Unebook
“Es importante que aparezcan estudios sobre Guinea Ecuatorial, ya sean realizados por españoles o por guineanos. Primero, para romper esa tendencia al olvido… Y en segundo lugar, porque es ya necesario que otra generación de africanistas tome el relevo en ese campo hasta ahora reservado a los maniqueos, a los españoles que defienden valores trasnochados e intereses espurios, y a los guineanos revanchistas que ven en todo español la sombra del colono”. Esta opinión del conocido escritor, periodista y opositor ecuatoguineano Donato Ndongo es una de las citas introductorias de Guinea Ecuatorial (des)conocida. (Lo que sabemos, ignoramos, inventamos y deformamos acerca de su pasado y su presente), una obra académica en la que han participado una treintena de autores —entre ellos el propio Ndongo— y que han coordinado los profesores Juan Aranzadi y Gonzalo Álvarez Chillida. Compuesta por dos volúmenes que suman más de 1.400 páginas, la obra ha sido editada por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), y es fruto de un proyecto de investigación del Centro de Estudios Afro-Hispánicos (CEAH) de dicha universidad, que los autores definen, “con menos orgullo que vergüenza por el retraso”, como “la primera vez (y por ahora, desgraciadamente, la única) que la Universidad española presta atención académica de manera oficial, abierta y continuada a los pueblos del territorio africano que fue colonia española hasta 1968”.
“El ‘olvido’ de Guinea ha sido una constante de las relaciones entre España y Guinea: ese ‘olvido’ fue obligatorio durante el período en que Franco declaró ‘materia reservada’ la información sobre el proceso de descolonización y sobre la Guinea de Macías [el primer dictador del país tras su independencia], pero ni antes ni después ha sido demasiada la atención prestada a Guinea por los españoles, ni por los intelectuales y académicos ni por los políticos ni por los simples ciudadanos”, explica Aranzadi a El Cultural. “En mi opinión —continúa el antropólogo—, es muy probable que ello se deba a la escasa importancia económica y política que Guinea ha tenido siempre para España, al escaso número de españoles (nunca más de 10.000) que a lo largo de la historia han tenido algún interés material por lo que ocurría en Guinea Ecuatorial”.
Para el otro coordinador de la obra, el historiador Gonzalo Álvarez Chillida, “a diferencia del protectorado marroquí, que tanta sangre costó a los españoles, por no hablar de la de los mismos marroquíes, la colonia guineana nunca interesó más que a quienes tenían intereses directos en ella: los colonos, las empresas dedicadas a la explotación y el comercio de sus recursos, los misioneros, militares y funcionarios que vivían de ella. Muchos guineoecuatorianos, al llegar a España, se sorprenden de que los españoles ignoremos por completo la existencia de su país, pues en él prácticamente nadie ignora la existencia de España ni el pasado dominio colonial español”.
De las bases esclavistas a la dictadura de Obiang
Las islas y el territorio continental que conforman Guinea Ecuatorial estuvieron en manos de Portugal hasta finales del siglo XVIII, cuando pasaron a ser de dominio español. Durante los dos siglos siguientes, a España no le interesó desarrollar infraestructuras en la colonia, más allá de las necesarias para explotar sus recursos naturales, y algo mucho peor: “La razón de la presencia de los españoles en el golfo de Guinea no fue otra que el intento fracasado de controlar directamente el tráfico de esclavos entre África y América y solo la persecución británica de la trata en el siglo XIX impidió que Fernando Poo se convirtiera en centro del tráfico de esclavos con destino a Cuba y obligó a los españoles a que ese tráfico ilegal se hiciera clandestinamente”, explica Aranzadi.
En 1828 los británicos fundaron en Fernando Poo la ciudad de Clarence, la actual Malabo, con el propósito de perseguir la trata de esclavos, que era ilegal tras el Congreso de Viena, y también para España, que había firmado con el Gobierno de Londres un tratado para su prohibición y represión conjunta. “Justo en esas décadas fue la época dorada de la trata española para abastecer de ‘negros bozales’ las plantaciones de caña de azúcar cubanas, insaciables en su demanda de nuevos esclavos”, afirma Álvarez Chillida. Las primeras expediciones españolas para tomar posesión oficial de la colonia “llevaban instrucciones secretas de proteger a los negreros españoles que navegaban por aquellas aguas”, y los primeros gobernadores españoles tenían la misión de abastecer a Cuba de trabajadores forzados. Después, la creciente preocupación de los colonos y de los criollos de Cuba por el aumento de la población africana allí, “provocó un proyecto contrario: trasladar a Guinea de buen grado o más bien por la fuerza a los negros ‘emancipados’, esclavos trasladados ilegalmente a Cuba y liberados, normalmente por la flota británica, que permanecían durante al menos cinco años sometidos al Gobierno español, en calidad de verdaderos esclavos del Estado. Muchos cientos de emancipados cubanos, y posteriormente de patriotas rebeldes en las dos guerras de independencia de Cuba, pasaron en aquellos decenios por Fernando Poo”.
Desde su independencia en 1968, el país ha vivido bajo dos dictaduras, la de Francisco Macías Nguema y la de Teodoro Obiang Nguema, su sobrino, que lo derrocó y ejecutó en 1979. Desde entonces, Obiang continúa en el poder. “El proyecto de los nacionalistas africanos era, en todo el continente, heredar el Estado colonial para terminar con la discriminación racial y emancipar a sus gentes, a fin de que las riquezas les beneficiaran a ellos en vez de a los europeos, y poder acceder al desarrollo económico y al bienestar social”, explica Álvarez Chillida. “Estas esperanzas se vieron pronto defraudadas, pero en pocos sitios de manera tan dramática como en la Guinea de Macías, el primero de los dos dictadores que sojuzgan a los guineanos desde entonces. Explicar el porqué de este fracaso nos llevaría lejos. En todo caso, los españoles dejaron en 1968 un país inviable económicamente, que llevaba ya dos años en recesión, y que sólo podía mantenerse al precio de mantener la subordinación a la antigua metrópoli y sus intereses económicos, precio que Macías no estuvo dispuesto a pagar”.
Por su parte, Aranzadi considera que, con la descolonización, el poder del Estado quedó en manos de “una élite nativa reducida y mal formada, sin arraigo en la infraestructura económica de la colonia y con el control del Estado como única fuente posible de poder y de riqueza, lo cual les condenaba a la lucha a muerte por el monopolio del Estado y a su conservación por todos los medios”, explica. “La mafia de Macías rapiñó cuanto pudo de los restos de riqueza interior guineana y de la ayuda internacional, reduciendo a la miseria a la población guineana que sobrevivió a la represión. Y aunque la inmensa mayoría de la población siguió sumida en la pobreza tras la sustitución de Macías por Obiang, la explotación norteamericana del petróleo guineano en el siglo XXI permitió enriquecerse y apuntalarse en el poder a la mafia nguemista y a su red clientelista, añadiendo la corrupción y la compra de voluntades al miedo como instrumentos de gobierno”.
España, un ‘atracador de barrio bajo’
En 1933, el periodista Francisco Madrid escribió que otras potencias coloniales en África “supieron dar a su labor un aire de civilización que España ha ignorado. Sí, los otros han sido algo así como unos malhechores de frac. El Estado español, en su labor colonial, ha empleado los gestos de un vulgar atracador de barrio bajo”. Aranzadi, por su parte, opina: “A diferencia de Francisco Madrid, yo no aprecio diferencias sustanciales entre ‘atracadores de barrio bajo’ y ‘malhechores de frac’ ni veo motivos para preferir los segundos a los primeros. El colonialismo inglés o francés ha sido tan criminal, opresivo y explotador como el español o el portugués y, francamente, me resulta difícil y un poco perverso distinguir lo malo de lo peor: no consigo ver como envidiable el destino de ninguno de los Estados africanos resultantes de la llamada “descolonización”, que en realidad no fue sino una vuelta de tuerca más en lo que constituye el núcleo esencial de la colonización: la estatalización y mercantilización de las sociedades nativas precoloniales”.
Álvarez Chillida añade: “No creo que a los guineoecuatorianos les hubiera ido mejor siendo colonia portuguesa. No hay más que recordar las tres terribles guerras coloniales de Angola, Mozambique y la pequeña Guinea-Bissau, y sus terribles secuelas. Pero sí creo que es posible que no les hubiera ido tan mal bajo el dominio del Reino Unido o de Francia como les fue bajo la dictadura franquista. El que en las colonias de estos países se establecieran las libertades de prensa, asociación, partidos y sindicatos después de la Segunda Guerra Mundial contrasta con la colonia española, donde nunca hubo libertad de prensa ni sindical, donde por no haber no establecieron ni los sindicatos verticales franquistas; tampoco libertad de asociación ni de partidos, aunque éstos fueran tolerados, que no legalizados, durante los cuatro años del régimen autonómico. No sólo en la colonia, pues tampoco existían esas libertades en la metrópoli. Estas circunstancias pueden explicar el carácter especialmente brutal y corrupto de las dos dictaduras nguemistas. En la Conferencia Constitucional de 1967-68 casi la totalidad de los delegados guineoecuatorianos compartían la cultura política franquista, y tenían a la dictadura española como régimen modélico.
La actitud de España, hoy
¿Cómo es actualmente la relación entre España y su antigua colonia? ¿Les preocupa algo Guinea Ecuatorial a nuestro Gobierno, a nuestras instituciones, a nuestros agentes económicos y a nuestra sociedad civil? “Tras el golpe de Obiang de 1979, el Gobierno de Madrid volvió a llevar al país ayuda social, especialmente educativa y sanitaria, con una regular eficacia y no pocos escándalos de corrupción, tratados en el capítulo de Luis de la Rasilla”, señala Álvarez Chillida. “Los negocios de los españoles apenas se restablecieron, y los intereses franceses comenzaron a hacerse sentir, integrándose finamente el país con su vecinos francófonos en la CEMAC y el área del franco CFA, la moneda de la época colonial todavía en circulación. Las relaciones entre los Gobiernos de Madrid y Malabo siempre han sido difíciles, y a veces tensas”. El historiador explica que la presencia económica de los españoles sigue siendo pequeña, “pero los Gobiernos españoles, movidos sobre todo por el prurito nacionalista de mantener e impulsar la lengua y la cultura españolas en el país, buscan sostener buenas relaciones con el dictador Obiang, que cuenta en España con testaferros para sus negocios sucios y poderosos amigos, que es razonable pensar que buscan participar de algún modo del festín del petróleo y que no les mueve el amor al régimen despótico que rige en el país”. A este respecto, los coordinadores de Guinea Ecuatorial (des)conocida recomiendan leer el capítulo que firma Xavier Montanyà, con el elocuente título ‘La trama española de corrupción en Guinea Ecuatorial’.
A la pregunta de qué hace España por Guinea Ecuatorial hoy y si debería hacer más, Aranzadi responde no sin cierta ironía: “No acostumbro a pronunciarme ni interesarme por lo que nadie, ni yo mismo, debería hacer, pero si lo que España hace hoy por Guinea Ecuatorial es lo que cuenta Montanyà —y mi experiencia me obliga a reconocer que está en lo cierto— me alegraría sinceramente que no hiciera más”.
“Yo he oído a algún importante diplomático defender el interés español en mantener las mejores relaciones posibles con la dictadura de Obiang, y afirmar sin rubor que no podemos los europeos juzgar los regímenes africanos con los estándares democráticos de Europa. Es decir, que la democracia no es para los africanos”, lamenta Chilida. “Creo que no sólo el Gobierno español, sino también el francés y los demás Gobiernos democráticos deberían ser mucho más exigentes con las dictaduras africanas, a las que no pocas veces protegen, aunque creo también que la tarea de luchar contra las mismas corresponde fundamentalmente a los propios pueblos que las sufren y que anhelan la libertad, el fin de las humillaciones y el bienestar, como no podía ser de otro modo. Pese a lo que piensen algunos, a los africanos les gusta tan poco sufrir como a los europeos y a los demás pueblos de la Tierra”.
¿Y después de Obiang?
Obiang, de 78 años, lleva más de 40 en el poder. En cuanto al futuro del país y una hipotética instauración de la democracia, Álvarez Chillida se confiesa pesimista. “La oposición está dividida en multitud de grupos peleados entre sí, por identidades étnicas, entre los que luchan en el interior y los que permanecen en el exilio, y entre diferentes organizaciones enfrentadas. Creo que, hoy por hoy, su capacidad de acción eficaz es mínima. El indudable y creciente malestar popular difícilmente puede traducirse en un movimiento de protesta organizado, ante el exhaustivo control que los omnipresentes guardias y los dirigentes y militantes del partido ejercen barrio a barrio y pueblo a pueblo. Quizás si se abriera una ventana de oportunidad para el cambio se podría producir un proceso de convergencia opositora, como ocurrió en el primer lustro de los años noventa. Pero no podemos obviar que el régimen afronta un agudo enfrentamiento sucesorio entre quienes apoyan al hijo mayor del dictador, Teodorín, comenzando por su poderosa madre, Constancia Mangue, y quienes apuestan por otro hijo, Gabriel, muy vinculado a las petroleras estadounidenses. El primero lleva una vida disoluta de fiestas, mujeres y drogas, es tan abiertamente cleptócrata como su padre y ha sufrido varios sonados juicios en Francia y Estados Unidos, amén de problemas en otros países. Gabriel parece más serio y está mucho mejor preparado, pero su padre, hasta ahora, ha apostado por el primogénito. Como me dijo un norteamericano buen conocedor del país, Teodorín sucederá a su padre, pero durará poco. De lo que salga de este enfrentamiento y esta crisis interna del régimen no me atrevo a pronosticar nada. En el mejor de los casos cabría la posibilidad de que uno de los bandos, en su lucha por el poder, buscara movilizar el apoyo popular prometiendo libertades democráticas e intentando pactar con algún sector de la oposición para hacer más creíble la promesa, aunque asegurándose de mantener los resortes del poder. De ahí a que se estableciera finalmente la democracia creo que hay mucho trecho”.
“Confieso que me alegraré de la muerte de Obiang como me alegré de la muerte de Franco —reconoce Aranzadi—, pero lo cierto es que no veo ninguna posibilidad de que en Guinea Ecuatorial llegue a haber nunca un régimen democrático. No obstante, debo añadir que tampoco creo que la democracia haya sido nunca una panacea ni veo que disfrute hoy de demasiada buena salud en el resto del mundo, empezando por los EEUU post-Trump”, añade el antropólogo. “Y tampoco creo que sea esa ausencia de democracia la principal amenaza que se cierne sobre el presente y el futuro de Guinea Ecuatorial, de África y del mundo: baste citar, en el presente, la incapacidad internacional para afrontar la pandemia de coronavirus y, en el futuro, la ausencia de disposición política internacional para adoptar las medidas necesarias para detener el calentamiento del planeta. Sin democracia o con democracia, no son los guineo-ecuatorianos los únicos que afrontan un problemático futuro”.