Entre mediados del siglo XVI y comienzos del XVII se realizaron varios viajes de exploración del Pacífico sur que pretendían localizar y poblar una supuesta tierra austral y unas islas llenas de tesoros. Podría considerarse un episodio menor de las exploraciones, comparado con las grandes etapas del descubrimiento, conquista y población de América, o simplemente se trataría de incursiones derivadas de la apertura de la ruta que unía Nueva España con las Filipinas. Pero gracias a este volumen que recoge relaciones, memoriales y otras narraciones de las navegaciones por las inmensidades del Pacífico sur, el lector puede darse cuenta de la importancia de estas aventuras de exploración, de las complejidades que las jalonaron, de sus implicaciones geopolíticas y de las singularidades de sus protagonistas, uno de los aspectos más sugestivos.
Además, los relatos de los viajeros están precedidos por un estudio introductorio, a cargo del académico Juan Gil, que constituye por sí solo un libro interesantísimo, por su rigor y su tono. Gracias a él, disponemos de un texto muy recomendable si uno quiere disfrutar de un trabajo académico de gran calado que a la vez puede leerse como un relato de aventuras. Cabe añadir que nos encontramos ante un libro editado con suma calidad, un objeto inhabitual de cómoda lectura por el formato y la tipografía y con mapas útiles. Ello se debe a la Biblioteca Castro, que desde hace más de veinte años viene desarrollando una labor editorial encomiable en favor de los clásicos castellanos. Todas estas felices circunstancias han coincidido en este volumen, cuyo título ya declara su objetivo: reivindicar a los navegantes españoles olvidados que surcaron el Pacífico sur y dejaron memoria escrita de sus peripecias.
El escenario de las hazañas es un amplio cuadrante de ese océano que se reveló a Núñez de Balboa en 1513 y Magallanes y Elcano alcanzaron por su punta meridional en 1520 en su famoso viaje. Pero el tamaño del Pacífico siguió desafiando los intentos no ya de dominarlo, sino simplemente de conocerlo. Más allá de la estratégica ruta que conectaba Acapulco con Manila, era un mar ignoto, una nueva frontera para los descubridores y conquistadores de los tiempos de Felipe II y Felipe III.
Los relatos de estos viajes pioneros, escritos con pluma ágil, mentirosa a veces y sutil siempre, están llenos de aventuras
Como había sucedido con las empresas colombinas y la primera oleada de viajeros en busca de El Dorado, sobre el Pacífico polinesio y austral también empezaron a circular leyendas que mezclaban autores clásicos, la tradición bíblica y quimeras incaicas. Rumores repetidos por unos y otros sobre tierras fabulosas y riquezas sin fin forjaron un nuevo mito, creído más por ambición de oro y sed de gloria que por certezas. Se hablaba de unas islas de las que el rey Salomón habría obtenido el oro para decorar su templo y de unas tierras continentales que estaban esperando ser conquistadas. Fábulas con datos sueltos bien adobados, estas historias circulaban en el virreinato peruano, en donde, después de las sangrientas guerras civiles, había hombres ansiosos de asumir nuevos retos. Y algunos pasaron de la fascinación a la acción; ellos son los protagonistas de los viajes australes.
En este grupo de atrevidos destaca Álvaro de Mendaña, que descubrió las Salomón desde El Callao y regresó por Acapulco (1567-1569); encontró la muerte en un segundo intento, esta vez con pretensiones de colonizar las islas (1595). Le sucedió su piloto, Pedro Fernández de Quirós, que condujo los restos de la expedición hasta Cavite. Quirós lideró un nuevo proyecto en 1605-06, que tampoco cosechó el éxito esperado y regresó por las actuales Marshall hasta Acapulco, mientras que su segundo, Diego de Prado, se desvió desde las Nuevas Hébridas y optó por seguir hasta las Filipinas.
Ellos y algunos otros escribieron relaciones de sus viajes con el objetivo primordial de justificarse, porque no faltaron naufragios, enfrentamientos con los naturales y pendencias entre los españoles que acabaron en motines, asesinatos y ejecuciones. Todo ello está reflejado en las relaciones, escritas con pluma ágil, mentirosa a veces y sutil siempre. Son clásicos relatos de aventuras en los cuales el lector encontrará el placer añadido de leer un castellano sonoro, preciso y bello.