¿Por qué nos fascina tanto el crimen? El auge y vigencia de la novela negra, en cualquiera de sus muchos subgéneros, ha acompañado a la literatura moderna desde sus primeros pasos, volviéndose por derecho propio uno de sus grandes pilares temáticos. Pero ¿cuáles son las claves de este género que lleva más de un siglo encandilando a oleadas de lectores? El escritor y editor Antonio Lozano (Barcelona, 1974), director de la colección Serie Negra de RBA y asiduo participante en todo tipo de encuentros y festivales negrocriminales bucea en la génesis, evolución y actualidad del género en Lo leo muy negro. Travesías por crímenes reales e imaginarios (Destino), un recorrido a un tiempo ameno y riguroso que perfila tendencias, conecta elementos, despeja dudas y aspira a “arrojar algo de luz sobre los motivos por los que nos fascina tanto el crimen y, aún más importante, sobre cómo la ficción y realidad se han retroalimentado en el tratamiento y ejecución del mismo”.
De clásicos seminales decimonónicos como Poe o Gaboriau hasta los exponentes más actuales, pasando por un completo repaso a aspectos históricos, grandes problemas morales, perfiles y de autores y personajes clásicos, los engaños del mercado y el diálogo de lo literario con lo audiovisual, clave en el establecimiento de ciertos imaginarios; Lozano establece un periplo que ofrece una visión de conjunto, “marcada de arriba a abajo por mis filias y fobias (el criterio de selección definitivo)”, que nos lleva de la mano a través de una genealogía que en muchos casos ha alcanzado el grado de mito.
Y es que, como explica el autor, a los lectores de todas las épocas siempre nos han atraído los habitantes que pueblan este tipo de relatos, personajes de los que abominaríamos si fueran de carne y hueso pero que tras el papel gozan de un salvoconducto que hace posible nuestra fascinación. “Leemos desde la seguridad y la comodidad que proporciona la distancia entre nuestras vidas y el mundo de la ficción, ese velo lo es todo”, afirma Lozano. “Hablamos de una coraza que nos permite asistir a crímenes horrendos sin despeinarnos o llegar a empatizar con monstruos. Todo esto supone una de las indiscutibles y más perturbadoras zonas de sombra del género, capaz de una manipulación emocional enorme, me pregunto si hay otros géneros dotados de un potencial semejante”.
Una realidad edulcorada
Esta distancia es para el autor la clave de un género que, para lograr atrapar al lector debe primero, simplificar una actividad investigadora siempre mucho más aburrida y, después, dulcificar algo la sordidez y crudeza de la realidad. “Las ficciones negras deben convertir su materia prima en un vehículo de entretenimiento para el gran público, lo que acostumbra a traducirse en recursos típicos como simplificar una investigación para que encaje en el molde del puzzle intelectual o de la aventura, ignorar o rebajar el dolor que genera un crimen, aguar las dosis de truculencia o hastío…”, reflexiona Lozano, que reconoce que “al lector indefectiblemente se lo protege y se lo distrae”.
"Para entretener al gran público, la novela negra debe simplificar una investigación para que encaje en el molde del puzzle intelectual e ignorar y rebajar el dolor que genera un crimen"
No obstante, considera que “un buen baremo a la hora de medir la honestidad de una novela negra es el compromiso de su autor a la hora de recordarnos que, si bien estamos dentro del reino de la fantasía, lo que se narra tendría en la vida un alto grado de sordidez y resultaría en traumas”. En este sentido, dentro del complejo maremágnum de subgéneros, derivaciones, variantes y tipologías que integran “lo negro”, Lozano ve ciertos rasgos comunes. “Sin delito y/o crimen —que, ojo, pueden haberse producido exclusivamente en la mente de la supuesta víctima— y una figura comprometida con su resolución no hay género negro”, resume.
Esa figura del investigador o detective es una de las claves identificativas de la novela negra, y para el autor puede, al igual que el criminal, ser “un individuo autodestructivo y misántropo y, pese a ello, resultarnos una compañía excelente al acompañarlo en sus pesquisas desde el sofá”. Su evolución es uno de los grandes termómetros que marcan los sucesivos pasos del ‘noir’. Están, por ejemplo, “los moldeados por maestros estadounidenses del hardboiled como Hammett, Chandler o MacDonald, cuyos rasgos básicos son un fuerte compromiso social o sentido de la justicia, que no es incompatible con cierta ambivalencia moral, el coraje, el ingenio para la réplica aguda, la imposibilidad de afianzar relaciones sentimentales duraderas (o la condena a la soledad), un gancho seductor para las mujeres equivocadas e incurrir en vicios que atentan contra la buena salud”, condensa Lozano.
Nuevos detectives, nuevas sensibilidades
En opinión del autor, “muchos de sus rasgos definitorios han perdurado —aún es un modelo reconocible y atractivo—, al tiempo que otros han caído afortunadamente en desuso, en sintonía con nuevas sensibilidades más integradoras y respetuosas, por ejemplo, determinados tics machistas u homófobos”, valora. En cuanto al panorama actual, Lozano reconoce como pesos pesados, “sin salirnos del ámbito del detective masculino con ADN del arquetipo, a otros como Harry Bosch, Harry Hole, Quirke, Erlendur o Wallander”, y opina que no es un modelo amenazado porque “forman parte de unos códigos muy reconocibles y asentados que llevan mucho tiempo definiendo las variadas escuelas del género negro —el nórdico atormentado, el vitalista mediterráneo, el cínico escocés…—, lo que no significa que no encuentren cada vez más alternativas o que no asistamos a ligeras variaciones sobre los mismos para acoplarse a los tiempos.
"En los últimos años asistimos a una mayor sensibilización hacia los problemas de la mujer-víctima y al auge de los ámbitos financiero y el político como grandes malos de la función"
No obstante, en su imaginario personal Lozano destaca a dos detectives “imaginados por mujeres que reformularon este estereotipo muy imaginativamente: el Armand Gamache de Louise Penny y el comisario Adamsberg de Fred Vargas”. Y es que desde hace años es una constante el crecimiento exponencial de autoras y protagonistas mujeres en el género. “Aunque siempre ha habido mujeres escribiendo y protagonizando novelas negras, policíacas o de misterio, seguramente nunca hemos asistido a números como los actuales. Incluso ellos las han incorporado a sus tramas con una recurrencia sin precedentes”, reconoce el autor. Esto se traduce, claro, “en una mayor sensibilización hacia los problemas de la mujer-víctima —feminicidios, abusos sexuales, discriminación laboral, trabas a la conciliación…— y supone una de las aportaciones más esenciales al género en tiempos recientes”.
“Esto diría que se produce en paralelo a una corriente generalizada de solidaridad por el débil, el desclasado, el arrojado a los márgenes de la sociedad, el miembro de colectivos minoritarios, y de una creciente empatía por los dolientes”, analiza el autor, que identifica también dos corrientes que han ganado peso en los últimos años como enemigos. “El ámbito financiero y el político se han aupado a grandes malos de la función, en tanto que figuras especulares de sus modelos reales. El reverso de la moneda es que quizá haya un exceso de corrección política, nadie quiere incomodar, lo que es terrible para el género”.
Sepultados por el bestseller
Otro aspecto que destaca Lozano es el de la mercantilización del género, que en los últimos años ha sufrido un inopinado e incuestionable boom que ha copado las listas de superventas de novelas negras. “Dentro del bestseller hay muchos grados, desde los muy buenos que por fortuna conectan con grandes masas de lectores hasta los pésimos que sólo me explico su éxito por un astuto empleo de las herramientas de márketing”. Entre medias, Lozano identifica una tupida gama de grises, regulares con sus virtudes y más que dignos con sus limitaciones”.
"El boom de la novela negra ha generado una fiebre por la emulación que nos ha sepultado en novedades mediocres que han invisibilizado muchas aportaciones de mérito"
No obstante, el autor destaca que “la manipulación con fines mercantiles ha provocado que la presencia de, pongamos, un muerto, ya bastara para adscribir una novela al mismo”, lo que en su opinión daña la salud y el buen nombre de un género que busca por encima de todo “ahondar en las emociones individuales e indagar en alguna perversión comunitaria. Si esto no se logra, el sentido último de la especialidad cae en saco roto, y seguramente detrás no haya más que una trama de acción que se soñó guion de cine o de televisión desde el primer momento.
Por ello, resume, que él pide a una novela negra, “por arriba, una cierta voluntad de estilo y alguna osadía que le otorgue algo de personalidad, y por abajo, que no recicle tópicos que ya hereda con mucho desgaste y que no engañe o manipule”, resume. “Con todo, más problemático que el hecho de que hayan circulado algunos bestsellers de calidad dudosa es que hayan activado una fiebre por la emulación que nos ha sepultado en novedades mediocres que han contribuido indefectiblemente a invisibilizar muchas aportaciones de mérito”.
Una respuesta hecha de interrogantes
En este sentido, Lozano hace un ejercicio de síntesis del volumen y escoge algunos de los personajes, autores y anécdotas que pueblan Lo leo muy negro imprescindibles para cualquier amante del género. “Mis encontronazos con James Ellroy pueden divertir pero el lector también descubrirá la generosidad y el sentido del humor de John Connolly o Sue Grafton, qué hace del Oslo de Jo Nesbo un lugar tan propicio al género negro o cómo pensaba (equivocadamente) Philip Kerr que iba a dominar el mercado global del libro”. Además, recomienda clásicos como “Raymond Chandler o Georges Simenon, porque su prosa es puro goce, y también vuelvo siempre a la inteligencia de las intrigas de Elisabeth Sanxay Holding”. De los autores recientes confiesa que le han encantado “Stina Jackson, Belinda Bauer, Hideo Yokoyama, Brian Panowich, así como las series creadas por Alan Parks, Lee Goldberg y Jeff Noon, entre muchas otras”.
"Cualquier crimen lanza interrogantes que nos interpelan profundamente y la novela negra supone a un tiempo un mirador para abarcarlos y una lupa para analizarlos en detalle"
Tras tanto personaje, autor y reflexión sobre el género, al final del recorrido, queda latiendo de nuevo la pregunta que originó todo y que es culpa y mérito de la razón de ser de la novela negra: ¿por qué nos fascina tanto el crimen y qué dice eso de nosotros como sociedad? A entender de Lozano, “todo delito o crimen es una transgresión y por tanto una caída en el lado oscuro que nos desconcierta, repeliéndonos y atrayéndonos de forma simultánea. Y casi todos, por brutales y chapuceros que puedan llegar a ser, encierran un enigma complejo y nos invitan a preguntarnos cómo habríamos reaccionado nosotros en ese preciso contexto”, reflexiona el autor.
“Cualquier persona tiene problemas y frustraciones, está sometida a estrés o lamenta carencias, algunos sufren de mal de amores o no llegan a fin de mes… ¿hasta dónde puedes llegar sin explotar? ¿Por qué unos cruzan la línea y otros no?”. Es en esa pregunta donde Lozano estima que está el quiz del amor por el género. “Cualquier crimen lanza interrogantes que nos interpelan de un modo muy profundo a nivel humano y también colectivo porque es inextricable del contexto histórico y social en el que se produce (de las desigualdades económicas, las injusticias, los abusos… que proliferan en su seno). La novela negra supone a un tiempo un mirador para abarcarlos y una lupa para analizarlos en detalle”.