Perfeccionistas, la obsesión por la precisión
En ‘Los perfeccionistas’, Simon Winchester rinde homenaje a la estirpe anónima de ingenieros que a lo largo de los tiempos han diseñado máquinas cada vez más creativas y complejas
26 febrero, 2021 19:51La palabra “perfeccionista” puede evocar la imagen de una persona quisquillosa y algo ansiosa que necesita relajarse más. La constante búsqueda de la perfección puede ser agotadora. Al fin y al cabo, nada en nuestro mundo es perfecto. Pero, ¿qué pasa cuando la perfección no es un fin en sí mismo, sino algo de lo que depende la vida de otros; cuando el más leve fallo de alineación de un tubo diminuto puede ocasionar una terrible desgracia? En Los perfeccionistas, Simon Winchester (Londres, 1944) rinde homenaje a la estirpe anónima de ingenieros que a lo largo de los tiempos han diseñado máquinas cada vez más creativas y complejas. El autor nos invita a un viaje a través de la evolución de la idea de “precisión”, la cual, en su opinión, es el principal impulsor de la vida moderna.
Los coches, los aviones, los móviles, las lavadoras, los ordenadores, y cualquier mecanismo manufacturado, son producto de nuestro empeño en pos de este concepto fundamental. Winchester cuenta que, si bien nuestros antepasados crearon algunos objetos ciertamente bellos e impresionantes, la precisión tiene fecha de nacimiento. Hasta el siglo XIX y la energía del vapor no nació la verdadera ingeniería de precisión. La idea de que hubo un punto de inflexión tan “preciso” puede ser difícil de aceptar, pero los argumentos del autor son convincentes.
Winchester remonta este trabajo experto a James Watt y su desarrollo de la máquina de vapor. Los primeros prototipos no eran muy eficientes porque el pistón no encajaba al milímetro en el cilindro permitiendo que escapasen bolsas de aire. Watt pidió ayuda a John Wilkinson, apodado El loco del hierro por su dominio casi obsesivo del metal. Wilkinson ya había patentado un procedimiento para perforar cilindros precisos a fin de conseguir cañones más exactos, y propuso aplicar el mismo método al sistema de Watt. La solución funcionó y el motor mejorado permitió convertir la energía en movimiento a una escala sin precedentes. La Revolución Industrial podía comenzar.
Winchester rinde homenaje a la estirpe anónima de ingenieros que a lo largo de los tiempos han diseñado máquinas cada vez más creativas y complejas
El autor pasa de los motores a los vehículos impulsados por ellos, y presenta a continuación al aficionado a los coches Henry Royce. El ingeniero inglés desmontó un Decauville bicilíndrico de segunda mano, de 10 caballos de potencia, que había comprado en 1903. El diseño del vehículo era elegante, pero su mecánica dejaba mucho que desear, así que Royce la modificó componente a componente. Añadió una camisa refrigerada por agua a la parte frontal del motor para evitar que este se recalentase, y creó un distribuidor de gran precisión para garantizar que los cilindros se encendieran justamente en el momento en que notaran la descarga de la mezcla de gasolina y aire que hace funcionar un motor de combustión interna. Mientras su negocio crecía, Royce diseñó el emblemático Silver Ghost que le dio celebridad. En el momento de máxima popularidad, de las fábricas que producían estas lujosas máquinas no salían más de dos coches al día.
De la concienzuda opulencia de Royce, Winchester dirige su atención a las innovaciones de Henry Ford para la producción en masa. Sobre este tema ofrece una perspectiva inédita de una historia contada muchas veces. Es verdad que Ford introdujo un principio radical en la manufacturación, pero, como deja claro el autor, esta idea no hubiera sido factible sin la ingeniería de precisión. Mientras que los coches de Royce se montaban a mano, Ford insistía en que la perfección en la producción haría posible que todas las piezas fueran idénticas, y por lo tanto, que se pudieran encajar con facilidad y garantías. Un aspecto interesante es que el autor también reflexiona sobre las implicaciones sociales de la precisión en las cadenas de montaje. El hecho de que las fábricas funcionaran cada vez más con medios mecánicos en lugar de con mano de obra provocó la reacción violenta de los trabajadores, que se vieron sustituidos en sus puestos de trabajo, una realidad aún presente en nuestros días.
Quienes todavía no estén convencidos de la importancia de la ingeniería de precisión, tienen la sorprendente historia del vuelo de Qantas. En 2010, el motor de un avión de dos pisos y dos años de antigüedad explotó en el aire, poniendo en grave peligro la vida de casi 450 personas. El origen del fallo se encontró en un conducto diminuto que se había montado con una ligerísima imprecisión. La broca utilizada para perforarlo no estaba bien alineada, a consecuencia de lo cual un pequeño sector de la circunferencia del tubo había quedado medio milímetro demasiado delgado. Otra historia es la del famoso telescopio Hubble, que resultó ser al principio una vergüenza nacional. Mientras el mundo esperaba con expectación las mejores imágenes del espacio jamás tomadas, las fotografías salieron desenfocadas y poco nítidas. ¿Por qué? Simplemente, la lente estaba desalineada 1/50 parte del grosor de un cabello humano.
Informativo y emocionante, ‘Los perfeccionistas’ nos invita a reflexionar sobre la necesidad real de nuestro humano deseo de perfección
El autor nos conduce a través de los cada vez más numerosos logros en materia de precisión con la creación de los satélites de posicionamiento global, el grafeno, y los microprocesadores. A medida que los niveles de perfección se vuelven cada vez más difíciles de creer, Winchester empieza a plantear cuestiones más filosóficas: “Este deseo de perfección, ¿de verdad es esencial para la salud y la felicidad contemporáneas? ¿Es un componente necesario de nuestro ser?”. Mientras seguimos alcanzando lo que hasta entonces era inalcanzable, también debemos empezar a preguntarnos qué es lo que estamos buscando realmente, insinúa el autor.
¿Debemos aplaudir sin pensar este afán de perfección como algo indiscutiblemente bueno? Winchester respeta a los ingenieros que retrata, pero también ve la otra cara. Cuando viaja a Oriente y relata la devoción japonesa por la artesanía, nos recuerda la belleza de las imperfecciones. Como se ve en las piezas de bambú o en las vajillas lacadas a mano, la inexactitud de la naturaleza que añade a nuestras creaciones sutiles excentricidades, y con ellas encanto.
Los perfeccionistas es un éxito rotundo a la hora de hacernos reflexionar más en profundidad sobre esos objetos cotidianos que ya no nos llaman la atención. El libro nos invita a recapacitar sobre nuestro progreso como seres humanos y sobre lo que lo ha hecho posible. Es interesante, informativo, emocionante y emotivo, y para cualquiera que sienta un mínimo de curiosidad por lo que hace que las máquinas de nuestro mundo funcionen tan bien, es una verdadera delicia.
© The New York Times Book Review
Traducción: News Clips