Sin ruidos antipoéticos, Isabel Bono (Málaga, 1964) ha consolidado su prestigio literario. Es autora de dos novelas celebradas por los reseñistas: Una casa en Bleturge (Siruela, Premio Café Gijón) y Diario del asco (Tusquets). El nuevo conjunto de versos de Isabel Bono, Me muero, se inicia con las preguntas del poeta y crítico Juan Marqués en un prólogo de cuatro páginas: “¿Cómo conseguiremos arrastrar algo de trascendencia a nuestras palabras sin caer en la detestable solemnidad? ¿Cómo mereceremos ser sublimes sin dejar ningún hueco a la afectación?”. Las respuestas están encerradas en los ochenta y seis poemas de esta obra.
Después de publicar una veintena de libros de versos, Bono continúa rechazando la altisonancia, las letras mayúsculas, los puntos finales, la hojarasca verbal. Sigue poniendo su foco artístico en lo diminuto que pasa inadvertido. Para ella, la cercanía de lo minúsculo puede significar una sombra o una apertura. Los charcos, unos aullidos, las púas de un erizo, el insomnio, unos insectos que crujen y unas ramas rotas son algunos de los materiales que utiliza para comunicarnos inestabilidad y asombro. Evita el patetismo, pero en sus imágenes persiste una angustia transmitida en voz baja: “solo fuimos troncos huecos / carcomidos por la risa del miedo”.
Todo fluye con naturalidad en la literatura de Bono. Incluso al evocar los días oscuros, “cuando el dolor es blasfemia” y la poeta quiere “respirar escombros”. Su parentesco estético con Alejandra Pizarnik no incluye la imitación. Su paisaje lo forman las grúas, un visitante enigmático que espera en el rellano de una escalera, la locura colgada en los tendederos de la vida diaria, la luz de la infancia sobre una tapia verde. También las heridas. Árboles y animales (hormigas, vencejos, sanguijuelas, gatos o jirafas) son mencionados desde la fascinación. No falta un perro loco que la ataca en un sueño. La escritora sigue observando a los pájaros: “una vez arrebatado el sueño, el mío / se irán con las alas doloridas / goteando su sombra sobre las aceras”.
Los objetos ocupan un lugar central mientras Jesucristo, Heráclito, Sísifo, John Wayne, Jackson Pollock, Moebius, Pablo Neruda, Spiderman y Erik Satie se ven sometidos a la democracia de los nombres que la autora escribe con minúsculas.
Los títulos de varios poemas (“noticias del frío”, “no hemos aprendido nada del barro”, “los insectos son los besos del sol”, “ser alud”, “sísifo domando al animal que duerme en la tinta”) encierran despedidas y derrotas sutiles. Por pudor elegante, las vivencias más profundas de la escritora nos llegan envueltas en ligereza. Su levedad contiene un objetivo: “no sembrar nostalgia”. La memoria es definida con sólo seis palabras sorprendentes; el tiempo, con únicamente doce vocablos.
Pero Bono no se conforma siempre con su gusto por la brevedad. Los ciento quince versos de la pieza que da título a esta obra sirven para liberar su ingenio. Ahí están los niños —propietarios del tiempo— que apedrean la tapia de un cementerio; el deseo de una huida constante; la piedad y el amor convertidos en mármol erosionado; la luz y las fosas; nuevas preguntas y dos versos contundentes: “la voz delos muertos tiene las uñas gastadas / de tanto escarbar nuestra piel”.
La coherencia estética se mantiene en el conjunto de páginas. Se reflejan diferentes estados de ánimo, pero permanecen las visiones peculiares, el rechazo de lo superfluo, la espontaneidad, los fragmentos oníricos. Y queda confirmado que la concisión es una de las características principales de la poeta.
Compuesto antes que Bono probase su talento narrativo, el libro Me muero es otra muestra del refinamiento de una creadora imprevisible y original.
me dejo violar por el dolor en un vagón vacío
lo veo llegar con las uñas sucias
cierro los ojos cuando se sienta a mi lado
me susurra al oído, retirándome el pelo
nombres de hoteles
ciudades, playas, jardines
portales oscuros
no tiene ninguna prisa,
deletrea algunas palabras para abrirme en dos
para hacerlas llegar hasta el fondo
recuerda lo perdido, dice
recuerda lo perdido
el dolor dentro
el dolor y yo dormidos
mecidos por una nana siniestra