Viernes, 9 de abril

Nublado. No salgo con Simón, hoy no hay prensa. Bien que lo siento por Simón, pero prefiero ponerme a trabajar enseguida, a ver si le doy un buen tirón al guion-novela.

Nada o casi nada que consignar. Joaquina vuelve del campo con un manojo de espárragos silvestres y hace una tortilla maravillosa. Es una mujer curiosa, nunca dejará de sorprenderme: sabe cocinar cosas buenas, pero no sabe organizar una comida. Sabe manejar el volante de un coche, pero no sabe circular. Sabe hacer una buena tortilla de patatas pero no sabe poner la mesa.

Veo en televisión Los violentos años veinte, película de Raoul Walsh de 1939. Obra maestra, sin alharacas, sin pretensiones. Nadie sabía caer herido de bala como James Cagney.

Sábado, 10 de abril

He soñado que nadaba en un lago, nadaba sosegado, interminablemente. Nadar así es un sueño feliz que me acompaña desde la infancia. Nadar y nadar y nadar. Nadar y nada más. Vivir para nadar. Día soleado. Llama Berta para recordarme que mañana es el cumpleaños de Joaquina. No sabe si podrán venir, porque Guille tiene varicela. Veo la Copa Davis (dobles, que interrumpe la lluvia, en Palma) en la tele.

Domingo, 11 de abril

Cumpleaños de Joaquina. Guille le regala a su abuela un canario llamado Flash.

Vienen Berta, Gastón y Guille para comer juntos y celebrar el cumple de Joaquina. Guille con varicela, pero se encuentra muy bien.

Viene a tomar unos vinos el amigo zaragozano Patxo, que estaba algo enfadado conmigo a raíz de una discusión sobre política, el verano pasado. Todo arreglado. Le hablo de mi viaje a Berlín, ciudad que él conoce bien. Patxo bastante sordo, pero afable como siempre, bromista, resignado a las frivolidades de su hijastra Virginia (diecinueve años) que gusta, dice, de pasearse por casa con los pechos al aire… Esta juventud de hoy que no respeta a un anciano como yo, se queja.

Viene también Joan de Sagarra con María Jesús, para ajustar detalles de su entrevista para La Vanguardia. Cena y despedida de Berta, Gastón y Guille, después de la visita de Teresita Porquet.

Lunes, 12 de abril

Lunes de Pascua. Sigue el buen tiempo. Trabajo con el saxo de Ben Webster, pero antes me regalo Crazy World en la voz de Julie Andrews. Me he cansado de repetirlo: yo le debo a Henry Mancini —como a Cole Porter— muchos momento de felicidad, esos pasajes de la vida que llamamos intrascendentes.

No aparece Teresita, ni llama siquiera. En tal día como hoy, en L’Arboç, durante mi infancia, íbamos a comer la «Mona» en el Pont de Ferro; entre los pinos humeaban las paellas y se cantaba, y los chavales correteábamos a orillas del riachuelo. Cuando era un río, siendo yo muy niño, casi nos ahogamos en él la pandilla del pueblo que fuimos a coger ranas: una avenida de aguas repentina nos pilló sobre unas rocas, yo perdí los zapatos, mi abuela Consol quería matarme cuando llegué a casa descalzo.

Martes, 13 de abril

El cielo más despejado y más azul que ningún otro día. Salgo a caminar con Simón y a la vuelta trabajo un rato. Luego empiezo a recoger todo, porque después de comer regresamos a Barcelona.

Aquí en Calafell he trabajado menos de lo que me había propuesto; ha hecho demasiado buen tiempo.

Teresita dijo que vendría, pero ni ayer ni hoy. Es un caso. Pero se hace querer. Ahora que lo pienso, ni Rotés ni Yvonne han aparecido por Calafell estos días. También dijo que vendría Jaime Camino, y no.

Regreso a Barcelona a la cuatro y media, con la mecedora de la abuela Consol para repararle el culo de rejilla. Cuántos recuerdos esta mecedora. Nos llevamos también a Flash, el canario regalo de Guille.

Miércoles, 14 de abril

Hoy he trabajado hasta la llegada de Guille, que sigue sin ir al colegio por causa de la varicela —va como una moto. Hemos jugado a la pelota en la terraza. Gastón ha venido a buscarle para comer en casa. Sacha ha comido con nosotros. No le veo más animado, aunque él hace como que no pasa nada. Tengo demasiados libros en espera de ser leídos. Fonseca, Joseph Roth, Philip Roth, Coetzee, Mutis, Barnes…

¿Y cuándo iré a nadar? Tengo que coger el hábito, dejarme llevar por la costumbre. Una pereza enorme —otra—, pero hoy he pedido hora para la visita de costumbre al cardiólogo. Rutina, eso es lo que necesito, rutina para lo que no me gusta.

Rosa Mora me envía por fax su cuestionario. Trabajo extra para mañana —además de la entrevista con los franceses de Perpiñán, para la revista Le Matricule des Anges.

Jueves, 15 de abril

El bar La Crema lleva tres días cerrado. No sé qué puede pasar.

No veo a Óscar hace tiempo, supongo que tiene mucho trabajo.

Trabajo hasta las once, viene el periodista francés de Montpellier (no de Perpiñán, como escribí ayer). Viene de parte de Christian Bourgois, y con un catalán que hace de intérprete —y lo hace muy bien— cuando yo hablo español, porque así me expreso mejor. Me trae ejemplares de la revista que publica en Montpellier. La entrevista es exhaustiva: tres horas largas. Les presto fotos mías de París año 1960.

Después de comer vienen Berta y Guille, este con ganas de dibujar —no hace falta decir a quién. Después de que se ha ido Guille puedo trabajar un poco. Debería enfadarme conmigo mismo por esa indolencia, por dejar que mi nieto me ocupe tantas horas. Pero me gusta estar con él, me divierte y me descansa. Sé que debería trabajar más, pero en fin bueno; y además qué importa, que el arte es largo y la vida es corta…

Viernes, 16 de abril

Bajo una lluvia intensa y con fuerte viento voy por los periódicos y el pan. La Crema está abierta y el gallego, José, en el umbral: todo el bar bajo una blanca capa de polvo, que se filtró por la puerta; en la fachada del edificio, que la están remozando, trabajan obreros que —según José— no saben hacer su trabajo. Me despido y sigo mi camino contra el viento, que casi vuelve del revés mi paraguas. Agua en los

zapatos.

Comida con Gloria Gutiérrez, Carina Pons y José María Ridao en el restaurante italiano Melton, Muntaner 189. Muy bien. Ridao es todo un personaje; inteligente, divertido, muy bien informado (dice que Aznar se ha puesto en manos de un psiquiatra, lo sabe de buena tinta). Y un poco cotilla, como a mí me gusta. Los socialistas recién llegados al poder le han ofrecido la dirección de los institutos Cervantes, y la ha rechazado. Seguramente aceptará un puesto en la Unesco.

Al regreso Guille está en casa, con la abuela. Adivina qué vas a tener que dibujar, abuelito.

Noche. Una peli (muda) de mi querida Paulette Goddard.

Sábado, 17 de abril

Trabajo por la mañana (el cuestionario de Rosa Mora para El País) y por la tarde un whisky, en el barpiano del hotel Majestic, con Joan de Sagarra y Javier Coma, y al final con María Jesús. Encuentro a Coma desanimado. Sagarra como siempre; a ratos impertinente, a ratos entrañable. Jodido de la pierna.

Pronto a casa con un libro sobre Joseph Roth, regalo de Sagarra.

Domingo, 18 de abril

Buen día. Leo la prensa y a trabajar. Termino las respuestas al cuestionario de Rosa Mora y se lo envío por fax. Llama Quim Roca: vendrá mañana lunes a comer. A ver si puedo trabajar en el guion-novela antes de que llegue. Pasan Rotés y Rosa, van a comer con Gabriel Jackson aquí en Can Soteras del paseo de Sant Joan.

El paso del tiempo. Siento a veces bullir en mi interior aquel pensamiento de Gramsci: cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. El inexorable paso del tiempo.

Me espera una semana de bastante actividad. Sin noticias hoy de Guille, ni de Jan ni de Nadia.

Lunes, 19 de abril

Algunos escritores han convertido a Kafka en un escritor para escritores. Estos escritores gustan de bucear en la pringue de la literatura.