Hacia la mitad de Klara y el Sol, una mujer, pensando en voz alta en su primer encuentro con Klara, deja escapar una de esas frases que sirven al lector para orientarse en una novela de Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954). “Uno nunca sabe cómo saludar a un huésped como tú”, confiesa. “Después de todo, ¿de verdad eres un huésped? ¿O debería tratarte como a una aspiradora?”. La novela es la octava del autor, y Klara, la narradora, es un Amigo Artificial, una máquina humanoide —pelo corto oscuro, ojos amables, caracterizada por su capacidad de observación— que viene a hacer compañía a Josie, de 14 años. Igual que aquellos robustos pantalones de pana de la infancia, antes Klara estuvo expuesta en una tienda, esperando que la escogiese el niño adecuado.
Los AA no son niñeras (aunque a veces hagan de carabina) ni criados (aunque se espera que reciban órdenes). Son amigos nominales, pero no nuestros iguales. “Me dijiste que nunca tendrías un AA”, le reprocha a Josie su amigo Rick, lo cual convierte a Klara en el distintivo de alguna clase de rito de iniciación al que ellos dos no querían acceder. El aparente propósito de la acompañante es ayudar a Josie a superar los difíciles y solitarios años hasta su ingreso en la universidad. Son solitarios porque, en el mundo de Josie, la mayoría de los niños no van al colegio, sino que estudian en casa. Y son difíciles porque Josie padece una enfermedad imprecisa, sobre la cual su madre proyecta una culpa imprecisa.
Klara y el Sol sucede en un futuro desagradablemente próximo, y el lenguaje banal se redistribuye con siniestro presagio. Los trabajadores de élite han sido “sustituidos”, y ahora su trabajo lo realiza la Inteligencia Artificial. La ropa y las casas se describen como “de alto rango”. Los niños privilegiados son “elevados”, un proceso destinado a optimizarlos para el éxito. Los lectores de Nunca me abandones, recordarán la sensación de premonición que todo esto despierta. Si soy cautelosa al respecto es para preservar ese efecto.
Pero para los habitantes de la novela, cuya generación más antigua recuerda cómo eran las cosas, esas condiciones se han normalizado. Así habla el padre de Josie, que antes trabajaba como ingeniero: “Si he de ser sincero, creo que las sustituciones son lo mejor que me ha pasado. … Estoy convencido de que me ayudaron a distinguir lo que es importante de lo que no”. A través de Klara nos llegan retazos de conversaciones oídas casualmente: una mención a las “inclinaciones fascistas” por aquí; una referencia a la hermana de Josie, fallecida misteriosamente; la mujer delante del teatro que se queja de la presencia de Klara: “Primero nos quitan el trabajo, ¿y ahora nos quitan el sitio en el teatro?”.
Ishiguro lleva cuatro décadas escribiendo con elocuencia sobre el acto de recordar sin sucumbir al pasado. Con este libro demuestra dominar el tema adyacente de la obsolescencia
Ishiguro lleva cuatro décadas escribiendo con elocuencia sobre el acto de equilibrio de recordar sin sucumbir irrevocablemente al pasado. La memoria y su contabilidad, sus cargas y su reconciliación han sido sus temas. Con este libro demuestra haber dominado también el tema adyacente de la obsolescencia. ¿Qué se siente viviendo en un mundo cuyas costumbres e ideas no te tienen en cuenta? ¿Qué les sucede a las personas que han de ser apartadas para que otras avancen? El clímax de Los restos del día, la novela perfecta de Ishiguro, publicada en 1989 y ganadora del Booker, gira en torno al descubrimiento, por parte de un mayordomo, de que ha desperdiciado su vida al servicio de un simpatizante nazi. (“Di lo mejor de mí a lord Darlington. Le di lo mejor que tenía para dar, y ahora… bueno… veo que no me queda mucho más”).
En la primera novela del autor, Pálida luz en las colinas (1982), una trama secundaria trata de un antiguo maestro de la Nagasaki de posguerra, uno de cuyos exalumnos reniega de su manera de pensar. “No dudo de que fuese sincero y trabajador”, le dice el estudiante. “Lo que pasa es que gastó su energía en la dirección equivocada, en una dirección malvada”. En Nunca me abandones (2005), los clones se “completan” tras cumplir su finalidad biológica. En Klara y el Sol, la obsolescencia alcanza su conclusión en masa: clases enteras de trabajadores han sido sustituidas por máquinas, que a su vez están sujetas a su sustitución. A Klara está a punto de pasarle. En el primer capítulo, llega un nuevo modelo perfeccionado de AA y la relega al fondo de la tienda.
Klara y el Sol aterriza en un mundo pandémico en el que las vacunas prometen la salvación, mientras persiste la realidad de miles de muertes al día y una parte considerable de la población estadounidense se autoengaña pensando que nada de eso está sucediendo. El aspecto crítico de la novela gira en torno a si Josie se recuperará de su enfermedad con la ayuda de Klara, y si, en caso de que no se recupere, su madre, con la ayuda de Klara, sobrevivirá a la pérdida. Al final se descubre que, para “elevar” a su hija, para asegurarse de que Josie se abrirá paso a través de las “salvajes meritocracias” de su mundo su madre ha arriesgado a sabiendas la salud de la niña, su felicidad y su vida, un cálculo que parece terrible sobre el papel hasta que nos damos cuenta de lo normal que es ahora.
'Klara y el Sol' complementa y actualiza la brillante visión de Ishiguro sobre qué se siente viviendo en un mundo que ya no te tiene en cuenta
Reflexionando sobre el lugar de esta obra en el conjunto de la obra de Ishiguro, una obra asombrosamente coherente, me vino a la mente Thomas Hardy, la manera en que sus novelas captaron, a finales del siglo XIX, el cisma creciente entre el mundo natural y el industrializado, la fractura irregular con el pasado que provoca la tecnología, lo que Hardy, proféticamente, denomina “el dolor de la modernidad”. Klara es una maravilla hecha por el hombre. Carece de la fluidez de la movilidad humana, de manera que abrirse paso por un camino de grava es un proyecto que requiere una planificación cuidadosa. Pero, al igual que la naturaleza, funciona con energía solar, así que, en ciertos momentos críticos de la historia, se adentra deliberadamente en el mundo natural, poniéndose en contacto con el sol para intentar ayudar a Josie con asuntos que superan lo que cualquiera de las dos puede comprender.
La percepción de Klara también es, al mismo tiempo, mecánica y profundamente subjetiva. Los campos de visión aparecen en cuadros y paneles, de manera que el lector puede imaginar imágenes que se resuelven como una imagen de alta resolución se resuelve en una pantalla, pero con un enfoque cambiante que parece ligado a su visión de los acontecimientos y del entorno que la rodea. Ver el mundo desde el punto de vista de Klara es recibir un recordatorio constante de cuál es su aspecto cuando media la tecnología. Hace un siglo podría haber parecido extraño, pero ya no.
En una entrevista concedida a The Paris Review en 2008, Ishiguro dijo que pensaba que Nunca me abandones era su novela más alegre. No importa que gire en torno a un trío de clones criados con el propósito de extraerles los órganos. “Quería mostrar a tres personas que fueran básicamente decentes”, explicaba el autor. Klara lleva ese manto discretamente heroico. Fijémonos en a qué personajes da voz el autor: no al ser humano, sino al clon; no al señor, sino al criado. Klara y el Sol complementa la brillante visión de Ishiguro. Cuando Klara dice “Tengo que revisar mis recuerdos y ponerlos en orden”, ¿qué importa que sea una máquina? No hay instinto narrativo más esencial ni más humano.
© The New York Times Book Review
Traducción: News Clips