Pocos personajes como Manuel Azaña (Alcalá de Henares, 1880 - Montauban, Francia, 1940), presidente de la Segunda República durante la Guerra Civil, sufrieron tanto la inquina y el rencor de la posguerra y el franquismo. En su figura se concentraron durante décadas todos los males que habrían hecho decaer a España. Además, para parte de la izquierda fue siempre un burgués contrario a los cambios profundos que España necesitaba, e incluso un represor de levantamientos como el anarquista de Casas Viejas del año 1933. Poco antes de morir en Montauban, Azaña resumiría el juicio que le acompañaría durante décadas: “He tratado de gobernar mi país con razones y con votos y me han respondido con calumnias y fusiles!”.
No sería hasta la década de los 1990 cuando la figura de Azaña recupera su prestigio y posición en la historia política de España. Una recuperación que incluye la publicación, en 1997, de sus “diarios robados”, que el franquismo mantenía ocultos para alimentar los prejuicios sobre el personaje. Pocos años antes, en 1993, el entonces candidato a la presidencia del Gobierno, José María Aznar, había afirmado que el suyo era un proyecto de “vocación profundamente azañista”. Ya en nuestros días, en febrero de 2019, el presidente del Gobierno Pedro Sánchez acudió a la tumba francesa del expresidente de la República en el 80 aniversario del exilio republicano a rendirle homenaje.
Sin embargo, entre ambos polos —el vilipendiado y el recuperadoù se había quedado más difusa la figura humana del escritor y político, nacido en Alcalá de Henares en 1880. Un hueco que rellenaron biografías como la de Santos Juliá —Vida y tiempo de Manuel Azaña (Taurus, 2008)— y que ahora se completa con Azaña. Los que le llamábamos don Manuel, de la escritora y periodista Josefina Carabias (1908-1980). Una feliz reedición que, además de describir a Azaña, resume la convulsa década de los 30 del pasado siglo con una atractiva y eficaz sencillez expositiva. Es un libro sobre Azaña a través de Carabias, pero también un retrato de la época a través de ambos.
Este es un libro sobre Manuel Azaña a través de Josefina Carabias, pero también un retrato de la época a través de ambos
Cuando se conocieron, Carabias era una estudiante de derecho que residía en la Residencia de Señoritas, dirigida por María de Maeztu, y Azaña un abogado y escritor conocido, pero a la sombra de figuras mucho más impetuosas y populares, como Valle-Inclán, Marañón o Unamuno. Todos habían estado más o menos a la sombra durante la dictadura de Primo de Rivera, pero sus figuras recobrarían protagonismo tras la caída del régimen y, sobre todo, con la llegada de la Segunda República. Durante ese intermedio, nos cuenta Carabias, Azaña se hizo con la presidencia del Ateneo de Madrid para remozarla en fondo y forma, e hizo de la Docta Casa un verdadero lugar de encuentros de políticos republicanos y socialistas que “conspiraban” para traer la república.
Carabias nos habla —el relato tiene un aire de transcripción oral, de una larga conversación entre generaciones— de un Azaña con fama de hosco y serio que, en cambio, en las distancias cortas se comportaba con sentido del humor e ironía. Un hombre “muy feo” pero carismático, estudioso y comprometido con la modernización de España, y un político lejos del cliché que se impondría sobre él cuando ejerció de presidente del Gobierno, Ministro de la Guerra y, una vez estallada la contienda, en presidente de la República.
Son de especial interés las páginas en las que la autora narra la pérdida de la inocencia progresiva de la República, asediada por enemigos declarados y no declarados desde el primer día. El golpe de Estado de Sanjurjo, la sanjurjada de agosto de 1932, puso a Azaña ante la tesitura de la condena a muerte del general, para quien finalmente el Consejo de Ministros solicitó un indulto tras maniobras encubiertas del presidente del Gobierno para crear un ambiente favorable al mismo. “Cuánto pesa la vida de un hombre”, cuenta Carabias que dijo Azaña aliviado cuando se conmutó la pena. Frase que resuena con más fuerza conociendo los sucesos que se desencadenarían cuatro años después. Según se cuenta en el libro, Negrín acusaría posteriormente a Azaña de haber incentivado el golpe del 36 con el perdón a Sanjurjo.
Al igual que el de Azaña, el nombre de Carabias sufrió la represión del franquismo, lo que le obligó a exiliarse
La autora había mantenido contacto cotidiano con Azaña no solo por su vínculo ateneístico, sino por su labor de periodista para diarios como La Voz o el Ahora de Chaves Nogales. Carrera en la que ganaría en 1951 el Premio Luca de Tena y que la llevaría en 1954 a Estados Unidos como corresponsal para un consorcio de diarios españoles. Posteriormente trabajó en Francia como corresponsal del diario Ya y hasta su jubilación en 1979 mantuvo su columna “Escribe Josefina Carabias” en el mismo diario. Moriría un año más tarde de un infarto cuando su libro sobre Azaña estaba en imprenta. En su prólogo al libro, Elvira Lindo escribe con admiración: “Cuando nos sintamos creadores de un género, inventores de un estilo […], recordemos antes de que la vanidad nos ciegue que Josefina Carabias ya lo hizo antes”.
Al igual que el de Azaña, el nombre de Carabias había sufrido la represión del franquismo, lo que le obligó primero a exiliarse y, tras su regreso, a firmar con pseudónimo durante años. Por eso, este libro autobiográfico es una contribución doblemente justa a la recuperación de la figura humana de Azaña y de la propia Carabias.
AZAÑA EN EL PAPEL
Manuel Azaña, entre el mito y la leyenda. Ángeles Egido. Editorial Guillermo Escolar
Coincidiendo con la exposición Azaña: intelectual y estadista en la Biblioteca Nacional de España, su comisaria, la historiadora Ángeles Egido León, recorre en esta biografía la trayectoria vital, política y literaria del presidente de la Segunda República, deteniéndose también en su personalidad tímida y taciturna.
Azaña y Madrid. Antonio Pau. Tecnos
Paseante en Corte y f¡el ateneísta durante más de tres décadas, Azaña plasmó en numerosos escritos y discursos su visión de la capital, aunque, como señala Antonio Pau, autor también de Azaña, jurista (1990), ninguno más desesperado que el que le dedicó en su última visita, cuando la definió como ejemplo de dignidad, de sacrificio y de esperanza.
Mi rebelión en Barcelona. Manuel Azaña. Calambur
Calambur recupera esta obra ferozmente antinacionalista, en la que Azaña denunciaba las causas que condujeron a su encarcelamiento por su presunta implicación en la huelga general revolucionaria convocada en Barcelona el 5 de octubre de 1934
El jardín de los frailes. Manuel Azaña. Nocturna
Editada primero por entregas entre septiembre de 1921 y junio de 1922, en La Pluma, y cinco años más tarde en formato de libro, se trata de una novela de formación, de tintes autobiográficos, en la que se narra la educación de un grupo de jóvenes en un colegio religioso.
Comuneros contra el rey. Manuel Azaña. Reino de Cordelia
Fruto de lo que Santos Juliá definió como inequívocos rasgos de historiador, esto es, “curiosidad sin límites, gusto por los documentos, capacidad y método de trabajo, lecturas sin tasa y […] agudeza para discernir los problemas centrales de una época”, Azaña analizó la rebelión de los Comuneros, que él valoraba como la primera lucha popular contra el Absolutismo.
La responsabilidad de las multitudes. Manuel Azaña. Athenaica
Un joven Azaña de veinte años logró el grado de doctor en Derecho con esta memoria en la que anticipaba sus futuros trabajos como estadista y defensor en todo momento, circunstancia y lugar del imperio de la ley, de la justicia y de la libertad.