'El valor desconocido' de Hermann Broch
En esta novela, el escritor austriaco ahonda en los absurdos de la pretensión de inmortalidad y fama subrayando el papel que juega el azar
16 marzo, 2021 09:08Aunque el nombre del vienés Hermann Broch (1886-1951) remita casi automáticamente a obras como La muerte de Virgilio, son muchas las interesantes novelas que escribió antes de su exilio a los Estados Unidos, títulos como Esch o a la anarquía o este mismo El valor desconocido, obra de 1933. Broch, amigo de Wittgenstein, Freud o Musil, fue otra de las muchas víctimas de su tiempo, detenido por la Gestapo por su condición de judío, consiguió huir de Austria en el año 38 con la ayuda de James Joyce. El valor desconocido bien pudiera haberse llamado La grandeza desconocida, pues eso expresa literalmente su título original, Das Unbekannte Grösse, y ese es precisamente el asunto del que trata. Broch explicó como pocos la transición del siglo XIX al XX y también el momento de incertidumbre científica y social que su mundo de entreguerras estaba atravesando.
Cuanto más avanzaba la ciencia con Einstein o con la Teoría cuántica, más se imponía la idea de que el universo estaba regido por una gran indeterminación. Se había acabado la pretensión de alcanzar leyes universales inmutables. Como mucho podía hablarse en términos de alta probabilidad. No es casual que el protagonista de esta novela, que arranca en 1926, sea un matemático y físico, el joven Richard Hieck, auxiliar de investigación que, entre laboratorios y observatorios astronómicos, trata de salir adelante a la sombra del catedrático Weitprecht y del pintoresco Doctor Kapperbrunn.
Más que una novela de formación, podría decirse que es la representación de una búsqueda, un anhelo y un camino personal, así como el intento de dar solución a un interrogante: si la ciencia puede, en el fondo, responder a las grandes preguntas existenciales que se hace el ser humano. Entre tanta confusión, las matemáticas se presentan como “un acto desesperado de la mente humana… una isla de la decencia”. Venimos de la noche y vamos hacia la noche, esa es una idea que recorre todo el libro, empezando por la figura del inquietante padre del protagonista y terminando en la ceguera de finitud y comprensión que sigue acompañando a quienes dedican su vida al conocimiento.
Los límites del saber, del mundo y de lo expresable, también se abordan en este libro, una preocupación que Broch compartía con Ludwig Wittgenstein. La figura del padre (“un fantasma humano”), en su breve paso por esta Tierra, tiene un efecto devastador en la familia (“contagiaba una disolución de la existencia”, tanto en Richard, como en sus hermanos y en la madre). Una de las hermanas (Susanne), que desea ser monja, será un buen contrapunto de las aspiraciones de comprensión científica del protagonista. La novela nos habla de la dificultad de encontrar nuestro camino en la vida (y en el amor) y de nuestra fragilidad y finitud esencial.
En esta novela, Broch ahonda en los absurdos de la pretensión de inmortalidad y fama subrayando el papel que juega el azar
La belleza femenina o la de una mañana luminosa se muestran como tablas de salvación, también el deseo y el amor humanos (encarnados aquí por las investigadoras Erna e Ilse). La ciencia, con todos sus “momentos eureka” y sus “iluminaciones creadoras”, el resplandor de las matemáticas… nos lleva hasta una frontera donde el misterio aún nos está vedado, quizá hacia instancias superiores más allá de lo humano en donde sólo cabe el silencio.
No es casual que en algún pasaje se cite al maestro Kant. Broch deslumbra con su capacidad descriptiva, con su talento para construir y describir la compleja psicología de sus personajes, algunos tan trágicos como el hermano pequeño (el pintor frustrado Otto Hieck) o el propio catedrático Weitprecht en su declive físico y mental tras una vida consagrada al desarrollo de un ingente proyecto de investigación para el que ya no le quedan fuerzas.
“Lo alcanzado seguiría siendo una parte minúscula y de ínfimo valor en comparación con la indomeñable montaña del conocimiento… una pequeña parte descriptible de lo eternamente indescriptible”. Hermann Broch ahonda en los absurdos de la pretensión de inmortalidad y fama, subrayando además el papel que el azar y la suerte juegan en todo ello. Una novela breve, que en menos de 200 páginas sabe situarnos ante el enigma, mientras brinda el retrato de toda una época.