Leila Slimani (Rabat, 1981), ganadora del Goncourt 2016 con Canción dulce, una novela calificada por la crítica como excepcional, enfoca ahora la mirada hacia su país natal, Marruecos. Como telón de fondo, la agitación social de la década de los 50, con el objetivo de que Marruecos lograra su independencia política de Francia. Queda claro el significado político e histórico de El país de los otros, pero Slimani se desliza hacia el interior de una familia multirracial para presentar, con talento y sutileza, una saga familiar y un fresco histórico. La novela se abre en 1947 con la llegada de Mathilde, una alsaciana, a la tierra de su esposo, Amín Belhach, un marroquí de Meknes, militar en el ejército francés durante la Segunda Guerra Mundial. El amor surgió en Alsacia en 1944, cuando él era un oficial de piel oscura y ella una joven libre y fantasiosa que imaginaba una vida exótica en un país inventado.
“Aquí las cosas son así. A menudo oiría esa frase. En ese instante comprendió que era una extranjera, una mujer, un ser a merced de otros”; esa sentencia de Amín Belhach, “aquí las cosas son así”, marcará la nueva vida de la esposa al instalarse en una pedregosa finca en las solitarias mesetas del Rif. A partir de ese momento, Mathilde, todavía con sus costumbres de francesa de clase media, será la extranjera, la que sufrirá la dureza del desarraigo y aguantará la crueldad de un patriarcado irracional. Ella será la desterrada, llevando sobre sus hombros una vida doméstica espartana y económicamente difícil.
Mientras Amín tarda años en lograr cultivos en las áridas tierras heredadas de su padre, el resentimiento del matrimonio crece en el aislamiento rural. La introvertida y sorprendente hija, Aicha, y el pequeño Selim, relajarán la tensión de unos padres en lucha subterránea. Ese estado de rabia y la negativa a la sumisión por parte de Mathilde tendrán un correlato en la agitación callejera de Meknes contra los colonos franceses. La pareja, batallando por sobrevivir en sus tierras secas, serán seres desencantados: él ya no será el soldado admirado por haber luchado por Francia, sino un obrero sin cultura; ella, pese a cuidar de sus vecinos y a trabajar de sol a sol, se convertirá en una francesa desclasada. Se nos muestra la relatividad de “lo extranjero”: para los colonos franceses, los extraños e inferiores eran los nativos. Para los marroquíes, los franceses encarnaban al opresor, invasor en su mundo. Las mujeres, en aquella sociedad, estaban en los escalones inferiores, presas en sus propias vidas.
En esta novela, la escritora trasciende el puro significado político para presentar, con talento y sutileza, una saga familiar y un fresco histórico
La escritura límpida de Slimani realiza unos retratos matizados y creíbles de los personajes femeninos. Traza en esta obra unas detalladas personalidades: Junto a Mathilde, la extranjera que no se resigna, está su hija Aicha, la niña marginada que observa, aprende y encierra un espíritu lleno de fuerza. Mouilala, la anciana madre del marido, representa a la mujer tradicional marroquí, silenciosa pero con poder en los dominios de su reclusión, y Selma, la hermana de Amín, será la joven marroquí que se rebela contra las normas.
La historia que se desliza en El país de los otros es la de los abuelos maternos de la escritora y pretende ser la primera parte de una trilogía, tal como ha explicado Slimani. Este es un libro sobre los intentos de emancipación de unos seres insignificantes, sobre las barreras raciales y de clase y, en un sentido más amplio, sobre la rebelión de una sociedad entera. La historia con minúsculas de unos personajes aislados en sus problemas de supervivencia, se cruza con los movimientos liberadores de Marruecos.
La grandeza de esta novela reside en cómo intentan mantener la dignidad unas vidas perdidas en una tierra inhóspita y cruel. Las descripciones de Leila Slimani nos recuerdan a veces a los páramos de las hermanas Bronte. El mismo viento contra los árboles, el mismo silencio en noches de oscuridad y miedo. La autora francomarroquí tiene a veces un tono de romanticismo controlado y el alma de los personajes se desvela mediante una escritura donde la pasión y la contención encuentran su punto exacto.