Tras recibir el Premio Nacional de Cómic en 2018 por Estamos todas bien, Ana Penyas (Valencia, 1987) empezó a trabajar en el álbum que ahora ha visto la luz, y en el que ha permanecido fiel a las principales señas de identidad de aquella obra. La más evidente de esas señas es su preocupación por los procesos de amnesia histórica. Y en ese sentido lo que en aquel libro tenía mucho de examen de la situación femenina bajo el franquismo, con el foco puesto en la historia de sus abuelas, es aquí una indagación sobre el boom del turismo en España desde los años sesenta y su posterior cariz masificado hasta el presente precovid, una eclosión que llevó aparejada consigo el fenómeno desaforado de la especulación inmobiliaria y la consiguiente destrucción de la naturaleza o, a partir de fechas más recientes, el proceso de gentrificación en las urbes.
Muy en la línea de las investigaciones del hispanista estadounidense Justin Crumbaugh, el arranque de esta aproximación nos propone considerar si no deberíamos repensar el turismo en la España de aquel entonces como una legitimación de la dictadura a través de un progreso económico que tuvo un elevado componente narcotizante al considerarse como una vía de apertura y modernización.
No puedo olvidar que hubo ya entonces voces que hicieron esa lectura, como la de Mario Gaviria (España a go-gó: turismo chárter y neocolonialismo del espacio, por ejemplo), por citar uno de los sociólogos más adelantados en señalar estos peligros, como tampoco puedo olvidar que hubo una convergencia de intereses entre lo que pensaron los impulsores del desarrollismo económico del franquismo (el ministro Manuel Fraga Iribarne a la cabeza, o el alcalde de Benidorm Pedro Zaragoza) y los de una población que anhelaba unas mayores cotas de libertad, por mínimas que fueran, y un mejor bienestar (el apartamento en la playa como parte de aquel nuevo imaginario). O lo que es lo mismo: cierto grado de comunión entre verdugos y víctimas.
Penyas nos propone en este álbum repensar el turismo en la España franquista como una legitimación de la dictadura a través del progreso económico
Pero el trabajo de Penyas, aquí algo más analítico que en su primer libro, y que abarca desde 1964 a 2019, es verdaderamente notorio no tanto en sus señalamientos políticos hacia aquellos polvos que nos trajeron los actuales lodos, de los que es posible responsabilizar también a los sucesivos administradores de la democracia, cómplices de ese modelo, sino, en primer lugar, por la singularidad de ese estilo suyo que parece creado para almacenar elevados porcentajes de memoria en los paisajes y los objetos con que envuelve a sus personajes, y sobre todo en la empatía con que se conduce hacia estos, en el caso que nos ocupa una familia que, como tantas, se va dividiendo en sus sucesivas generaciones entre los que se verán abocados a la expulsión de ese “nuevo paraíso” o a vivir en él como extrañados.
Así las cosas, como sucede en otros trabajos de la autora que no podemos encuadrar dentro del cómic, este libro podría ser leído casi exclusivamente a través de sus imágenes, que nos van dando cuenta sin estridencia alguna de la colonización de un espacio del que van desapareciendo las huertas, las playas de pescadores y las modestas viviendas en aras de una “modernización” impulsada por la faz más destructiva de un capitalismo salvaje y efervescente que en su voraz proceder no necesita legitimarse apelando a sus dotes de buen gestor económico o de, colateralmente, benefactor social.
¿Habría detenido todo esto un mayor grado de conciencia de nuestra ciudadanía? ¿Se puede revertir tamaña destrucción paisajista y moral? Preguntas de este sesgo son parte del poso de esta lectura sobre los males de determinado desarrollismo. El interior de la casa vacía de la madre en ese barrio que ya no es lo que fue, presta para ser abandonada, en la penúltima página de este libro, es una excelente y acertada metáfora de una desolación sobre la que todos tenemos nuestro grado de responsabilidad.