“¡Viva la pintura!”, escribió Henri Matisse a Pierre Bonnard en una postal de 1925, dando comienzo con esta escueta exclamación a una intensa relación epistolar que se prolongaría hasta la muerte del segundo en 1947. Amigos desde principios de siglo, máximos exponentes mundiales de un revolucionario uso del color y, ante todo, artistas con un profundo sentido espiritual del oficio, Cartas entre dos amigos (Elba) reúne algo más de medio centenar de misivas y postales que los dos maestros de la pintura intercambiaron durante años, especialmente tras 1940, cuando el estallido de la Segunda Guerra Mundial les privó de la oportunidad de conversar de viva voz. El grueso de esta correspondencia fue publicado por La Nouvelle Revue Française en 1970, un corpus al que se agregó en los años noventa 12 cartas inéditas, siete de Matisse y cinco de Bonnard recuperadas de los respectivos archivos familiares.
“Hermanos laicos de una comunidad invisible”, como apunta en el revelador prólogo el académico e historiador del arte francés Jean Clair, las cartas entre ambos pintores combinan efusivos elogios, saludos familiares, relatos de las privaciones de la guerra, enfermedades —como el cáncer de colon y las operaciones de Matisse en 1941— o muertes —la mujer de Bonnard falleció en 1942—; con sus dudas y dilemas artísticos, sus impulsos creativos y sus convicciones estéticas. "Tengo necesidad de ver otra pintura que no sea la mía", escribe Bonnard el 9 de febrero de 1940, y Matisse, en noviembre del mismo año: "Tengo necesidad de ver a alguien y es a usted a quien quiero ver". Un apremio declarado que refleja la conmoción colectiva que supuso la guerra y sus efectos sobre dos artistas que por edad y autoridad parecerían estar más allá de cualquier consejo o confidencia.
“Cuando pienso en usted, pienso en un espíritu limpio de toda vieja concepción estética. Eso es lo único que permite una visión directa sobre la naturaleza, la más grande felicidad que puede experimentar un pintor”, escribe Bonnard a su amigo, que deprimido y en plena crisis de enfoque artístico por considerar que está perdiendo espontaneidad en su arte, le responde: “Mi dibujo y mi pintura se separan. El diseño me conviene porque refleja mi sentimiento, pero no consigo darle a la pintura un equivalente en el color”.
Así, entre confidencias pictóricas y personales —como el miedo de ambos a perder la vista—, consuelos domésticos y el pudor de las emociones confiadas, aflora el núcleo de una amistad basada en una visión compartida del arte y la vida. Visión que Matisse condensa parafraseando a Rodin: “Somos privilegiados por haber podido perseguir durante tantos años aquello que hemos amado”.