Dice de sí misma que hay una parte de ella, su parte de escritora, que “quiere negar toda normalidad”. A sus 40 años, Ottessa Moshfegh (Boston, 1981) se ha convertido en todo un fenómeno literario. Autora de varias novelas como McGlue o Mi año de descanso y relajación y finalista del Man Booker Prize en 2016 con Mi nombre era Eileen, la escritora estadounidense vuelve a nuestras librerías con un misterioso asesinato sin crimen ni cuerpo en La muerte en sus manos (Alfaguara), donde reflexiona sobre la soledad y sobre la necesidad de contarnos historias y mentiras para sobrevivir. “Se llamaba Magda –escribe en su primera línea–. Nadie sabrá nunca quién la mató. No fui yo. Este es su cadáver”.
“Cuando comencé con el libro todo lo que yo sabía era esa nota que Vesta encuentra y que no se sabe si se ha dejado de forma deliberada para un lector”, cuenta Moshfegh desde su casa en Pasadena, algo alejada del bullicio urbano, en una rueda de prensa online. A partir de ese momento, su protagonista, Vesta Gul, una mujer de 72 años que, después de enviudar, decide adoptar un perro, vender su casa e irse a vivir a una cabaña en el bosque en Maine, empieza a obsesionarse con ese texto y las posibles historias en torno a ese supuesto crimen. ¿Quién era Magda? ¿Dónde está su cuerpo? ¿Cómo se produjo su temible desenlace?
Un misterioso asesinato
En La muerte en sus manos, explica su autora, “hay un misterio de un asesinato que existe en la mente de una señora mayor. No se trata tanto de la verdad, porque la verdad es relativa. Todo lo que sabemos de Magda es que existe en una nota de papel, no tenemos ninguna otra prueba de su vida. Lo demás es una invención de Vesta. Magda es su personaje y esto dice mucho con respecto a quién es Vesta. Nos hace fijarnos en quién la ha creado”. Una mujer que ha vivido “sumamente cobijada” en una especie de refugio, hasta el punto de “sentirse oprimida”, encerrada en su matrimonio.
“Las mujeres de la generación de Vesta –continúa la escritora– han tenido una relación muy distinta en sus matrimonios con respecto al papel que desempeñaban en la sociedad”. Mientras que el caso de Magda es distinto, “tiene una actitud muy contemporánea, quiere ser independiente y es una especie de rebelde”.
“Un síntoma de la conciencia contemporánea es que todos estamos un poco atascados en nuestra mente, tratando de encontrar una forma de conectar con los demás”
Así, a medida que la señora Gul descubre su propio misterio, el lector va descubriendo también a Vesta en un ejercicio que la propia Moshfegh siguió cuando se planteó la escritura de su novela. “Yo no sabía quién era Vesta, no conocía su pasado ni tampoco la trayectoria que iba a tener en el libro”, explica. Sin planificar ni releer nada, el proceso que siguió “se prestó a una especie de improvisación en cuanto a ella”.
“Ella podía ir relevándose a sí misma a partir de su forma de pensar, su narrativa, sus observaciones, su investigación y su pasado –precisa–. A medida que empieza a descubrir la verdad de quién se siente qué es y quién se sintió que era antes, yo también lo voy descubriendo. Es como si se tratase de una coescritora. Vesta estaba a mi lado sentada y fuimos conociéndonos la una a la otra a lo largo del libro”.
Aislamiento y soledad
Ambientada en un lugar ficticio, Moshfegh reconoce, no obstante, que se inspiró en una particular zona de Maine para situar su novela. “Para mí es un lugar importante porque mi familia tiene un campamento al lado de un lago, en una zona que se parece mucho a los paisajes de Stephen King. De hecho, él tiene una casa a quince minutos de allí. Es un lugar del que emana poder, oscuridad y misterio. La ciudad es una ciudad que tuvo en un tiempo una economía muy potente. Pero desde entonces la situación financiera ha cambiado. La cultura urbana ha desaparecido y ha dejado esa especie de sensación fantasmagórica que tuve todo el tiempo en mente. Eso me permitió que Vesta fuera creciendo de forma orgánica a través del relato”.
Y es que si en Mi año de descanso y relajación Moshfegh trazaba la historia de una mujer que decidía encerrarse y aislarse durante un año en su piso de Nueva York, también en La muerte en sus manos hay una especie de soledad buscada por su protagonista. “No quiero vivir el resto de mi vida únicamente escribiendo sobre personajes que viven aislados –señala- pero sí que es cierto que en los primeros proyectos que hice fue muy importante para mí desde un punto de vista formal y psicológico ubicarlos ahí. Porque cuando un personaje está aislado permite al escritor que convertirlo en su narrador y el mundo que se crea se hace a través de una personalidad determinada y de cómo su personalidad se refleja en él. Es esta idea de que todos somos una isla. Entonces el mundo de mis personajes es una especie de microcosmos del mundo exterior”.
De hecho, como una más de sus protagonistas, la propia Moshfegh dejó su pequeño apartamento en Los Ángeles y se trasladó a las afueras con su pareja y sus dos perros poco antes de la pandemia. “El aislamiento y la soledad que yo siento procede de tener un monólogo muy ruidoso permanentemente –confiesa-. Yo supongo que no estoy loca, que hay otras personas que tienen ese ruidoso monólogo mental con el que tienen que convivir. Pero un síntoma de la conciencia contemporánea es que todos estamos un poco atascados en nuestra mente, tratando de encontrar una forma de conectar con los demás. Yo no vivo sola. Vivo con mi pareja y tengo dos perros. Realmente no he estado sola. He estado preocupada. Ha sido el año de la ansiedad y la angustia. Ha sido un año muy raro la verdad. Pero, no creo que haya sido un año que se haya desperdiciado”, reflexiona.
Música y misantropía
De madre croata y padre iraní, ambos músicos, la escritora creció en un entorno que le reveló muy pronto la importancia de la melodía. “Yo creo que ese paradigma me atrapó y se convirtió en un filtro –reflexiona-. No es que percibiera todo de esa forma sino que me condicionó con respecto a la autoexpresión. Cuando empecé a desarrollarme como escritora me di cuenta de que me interesaba mucho la primera persona. Empecé a escribir con un espejo detrás de mi pantalla del ordenador para poder habitar a mis personajes y verlos en ese reflejo. Es una especie de método de interpretación dramática. Yo soy una actriz terrorífica pero sí que es cierto que es muy útil intentar ver el personaje en uno mismo”.
"Somos seres complejos psicológicamente y no creo que tengamos que convertir todo tipo de humor, estado anímico o mala conducta en una patología"
Además de por tratar la soledad y el aislamiento, Moshfegh es conocida por abordar el tema de la misantropía en sus novelas. “Mi escritura –señaló en una ocasión- permite a la gente luchar contra su propia depravación, pero al mismo tiempo es muy refinada”. Sin embargo, ella no se considera misántropa en absoluto. “Hay gente que puede ser realmente desagradable un día y una persona maravillosa al siguiente –advierte-. Eso es lo sorprendente de los seres humanos. Tenemos un espectro inmenso de emociones y de expresiones y somos capaces al mismo tiempo de interpretar otras cosas. Somos muy complejos. Yo creo que no somos tan, tan despreciables pero hacemos cosas muy horribles. Pero yo realmente no soy una persona muy misántropa. A mí me fascina la gente, por qué si no iba a escribir sobre ellos. Me fascina la conducta humana, el lenguaje, el idioma, la forma de pensar de las personas. Yo amo a los seres humanos tanto que quizás sea un poco ingenua y me decepcionan fácilmente”.
Sobre la lectura
No obstante, la escritora piensa que tal vez sea un error autocensurarse o procurar algún tipo de corrección política dentro de la literatura. “Es una locura pensar que los personajes de un relato tengan que ser ciudadanos modélicos. Si eso es lo que queremos de la literatura, que escriba el libro el Gobierno –reflexiona-. Leemos para experimentar cosas distintas fuera de nuestras vidas. Yo quiero leer libros que me lleven a situaciones en las que nunca he estado y que me enseñen cosas que nunca he visto”.
Precisamente, sobre sus lecturas, y con referencias como Joyce Carol Oates o Bukowski en mente, Moshfegh confiesa que trata de no releer libros. “Trato de ingerir un libro y digerirlo como si se tratara de un sándwich y asimilar cualquier nutriente que necesite o me falte para que mi organismo lo reutilice de otra forma. También me he dado cuenta que los libros que releo son libros que no he entendido”.
Literatura y problemas mentales
Preguntada por los problemas psicológicos de sus personajes, la escritora defiende que la literatura no es un medio para convencer a nadie. “A mí no me interesa demostrar nada –afirma-. Lo único que yo quiero es representar un personaje ficticio como un medio de autoexpresión. Creo que las novelas son una forma de arte, no un contenido mediático”. Es en este sentido en el que advierte que “diagnosticar” una patología tiene un influjo permanente con el que hay que tener cuidado.
“El trastorno bipolar no existía hasta los 90 y ahora lo decimos como si cualquier cosa. La gente que tiene depresión grave puede pensar que esto no es una cosa trivial. No se puede hablar así. Utilizamos el lenguaje para describir cosas como una patología. Estamos diagnosticando estados mentales con este tipo de expresiones y al hacer esto simplificamos las cosas, porque así las podemos afrontar mejor pero quizás esto no sea la mejor forma de vernos a nosotros mismos. Tenemos que ser conscientes de que somos seres complejos psicológicamente y no creo que tengamos que somatizar todo, ni convertir todo tipo de humor o estado anímico, o mala conducta, en una patología”.
Autora también de relatos, Moshfegh señala no obstante que ya no escribe cuentos como antes y que ahora le resulta más difícil. “Escribir una novela es algo muy pero que muy ‘adictivo’ pero si uno es novelista te encanta escribir novelas. Yo no sabía que era novelista hasta que escribí Mi nombre era Eileen”. Y desde entonces no ha podido parar. La autora, que no es muy dada los actos de prensa, hace autocrítica y responde con honestidad. “Es una forma literaria muy satisfactoria pero muy difícil y yo creo que tengo que mejorar como escritora antes de volver a los relatos. No quiero repetirme, quiero descubrir nuevos enfoques e historias“, concluye. No obstante, mientras tanto, para quitarnos el gusanillo, Alfaguara publicará próximamente su antología de relatos Nostalgia de otro mundo.